Dice el refranero que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Pues bien, dicha sabiduría popular podría aplicarse perfectamente a uno de nuestros ilustres GRManos que, al percatarse del tamaño del autocar, y temiéndose lo peor, exclamó:
- ¡Quién habrá sido el lumbreras que nos ha enviado un vehículo de más 15 metros para transitar por carreteruchas de alta montaña!
Y es que la experiencia es un grado del que la empresa que nos transporta parece carecer, pues se empeña en actuar contra él y la lógica. A saber: ¡Que la carretera es estrecha!… ¡Vehículo largo! ¡Que hay que ascender un puerto!... ¡Motor gripado! ¡Que el viaje es largo! … ¡Habitáculo estrecho! ¡Que la ruta es compleja! ... ¡Conductor novato!... ¡JESÚS QUE CRUZ!
Muchas son las virtudes de GRManía, pero convendréis conmigo en que los escasos defecillos que "atesora" son incorregibles y la ausencia de “ciertos” veteranos responsables los pone, irremisiblemente, de manifiesto al instante.
Hoy, la “espantada” de Ginés convierte el acomodo en el autocar en una invasión descontrolada, sin la menor preocupación por los rezagados o ausentes. Solo tras recorrer unos cuantos Kms por la autopista algún iluminadao tiene la brillante idea de contar a los presentes. De los no aparecidos (¡suponemos que nadie se quedó en tierra!)…¡ni MUUUU!. ¡Ginés… sin tu control… el caos!
Mientras unos dormitan, otros charlan y los de “siempre” vociferaban, el alba da paso a la mañana y, entre nubes y colores, asistimos al nacimiento de otro precioso día de oblicuo sol otoñal. ¿Existirá en invierno?
Fieles a la tradición GRMana (quién sabe si por mor del chófer, los Gps o tal vez… “el Jefe ése”) dedicamos un buen rato (de idas, venidas, pérdidas y encuentros) a recorrer la Seu y sus aledaños, hasta dar con el punto de partida. ¡Excursión no programada pero habitual en nuestras huestes! ¡Antes de empezar a andar ya echamos de menos a don Joesep Ferrer y sus Tracks!
A la vera del mísero y desolador caudal del río Segre, iniciamos la ruta en pos de la primera dificultad de la mañana. Dejamos atrás las praderas colindantes, donde las vacas, mientras rumian el forraje ingerido, amamantan pacientemente a sus talluditos terneros.
Suerte que nos guía Don Jaime Pavón, pues la ruta no está demasiado bien señalizada y es proclive a la pérdida. Éste, (embelesado con su amada) y en su afán por dejar su prestigio (de novato marido en rodaje) a la altura que le corresponde, se esmera en los detalles y nos conduce (¡algo descarriados, esos sí!) por una empinada senda entre el arbolado, sin el menor contratiempo.
El ascenso, largo y exigente, altera el ritmo cardiaco, agita la respiración de los caminantes y fragmenta definitivamente el pelotón.
Mientras algunos arrastramos los pies suplicando el final de la tortura, Jaime nos adelanta a toda pastilla, llevando en volandas, de la mano, a su amada Inés. Deduzco de ello, que el ir agarrados mitiga el esfuerzo y aligera la cuesta, por lo cual propongo a mi amigo Joan Lluis ascender el tramo final cogiditos de la mano. Sin embargo, éste, me lanza una mirada asesina que me "invita" a reconsiderar la petición y a desistir de mi empeño.
El agostamineto del terreno demuestra a las claras la pertinente sequía que nos persigue. ¿Tal vez las nubes se enemistaron con el agua? Sin embargo, a punto de coronar la primera cota, nos topamos con un espectáculo mágico: El rocío de la mañana (al impregnar de humedad las telarañas) ha cincelado unas maravillas de la naturaleza que nuestros reporteros plasman con voracidad.
El alto nos regala unas preciosas panorámicas del lugar: Un despejado e inmaculado cielo azul, las majestuosas altitudes Pirenáicas, la variedad cromática de la vegetación otoñal, la niebla matinal bajo cuyo manto suspiran los valles, las vacas pastando su ociosidad por las mustias praderas.
Suerte que nos guía Don Jaime Pavón, pues la ruta no está demasiado bien señalizada y es proclive a la pérdida. Éste, (embelesado con su amada) y en su afán por dejar su prestigio (de novato marido en rodaje) a la altura que le corresponde, se esmera en los detalles y nos conduce (¡algo descarriados, esos sí!) por una empinada senda entre el arbolado, sin el menor contratiempo.
El ascenso, largo y exigente, altera el ritmo cardiaco, agita la respiración de los caminantes y fragmenta definitivamente el pelotón.
Mientras algunos arrastramos los pies suplicando el final de la tortura, Jaime nos adelanta a toda pastilla, llevando en volandas, de la mano, a su amada Inés. Deduzco de ello, que el ir agarrados mitiga el esfuerzo y aligera la cuesta, por lo cual propongo a mi amigo Joan Lluis ascender el tramo final cogiditos de la mano. Sin embargo, éste, me lanza una mirada asesina que me "invita" a reconsiderar la petición y a desistir de mi empeño.
El agostamineto del terreno demuestra a las claras la pertinente sequía que nos persigue. ¿Tal vez las nubes se enemistaron con el agua? Sin embargo, a punto de coronar la primera cota, nos topamos con un espectáculo mágico: El rocío de la mañana (al impregnar de humedad las telarañas) ha cincelado unas maravillas de la naturaleza que nuestros reporteros plasman con voracidad.
Quien más quien menos corona la ansiada y exigente cima hambriento, sudoroso y cansado.
El alto nos regala unas preciosas panorámicas del lugar: Un despejado e inmaculado cielo azul, las majestuosas altitudes Pirenáicas, la variedad cromática de la vegetación otoñal, la niebla matinal bajo cuyo manto suspiran los valles, las vacas pastando su ociosidad por las mustias praderas.
Hay quien (gracias a la pericia de otras) ¿verdad 6Q?), sorprendido y con cara de gratitud, recupera las llaves de sus bólidos, extraviadas más abajo, sin que él, despreocupado propietario, fuera consciente de su pérdida. ¡UFFF... que susto!
A la solana, mientras reponemos fuerzas, charlamos, reímos y hacemos correr la bota, de mano en mano y sin descanso, hasta consumir la última gota de morapio.
Finalizado el ágape, reemprendemos la marcha por un terreno pedregoso y de apariencia volcánica (nada que ver con tal fenómeno) a un ritmo endiablado. La carrera de locos desaconseja la más mínima pausa; ya sea para miccionar, quitarse la chaqueta o simplemente acomodarse la mochila. Algún despistado (¡Joan Lluis, Joan Lluis!) desafiando a las circunstancias se detiene a liberar alguas y se ve obligado a caminar, acojonadillo y en solitario, creyéndose perdido durante un buen rato, hasta vislumbrar, por fin, la espalda de los últimos compañeros de fatigas. ¡Menudo canguelo!.
Finalizado el ágape, reemprendemos la marcha por un terreno pedregoso y de apariencia volcánica (nada que ver con tal fenómeno) a un ritmo endiablado. La carrera de locos desaconseja la más mínima pausa; ya sea para miccionar, quitarse la chaqueta o simplemente acomodarse la mochila. Algún despistado (¡Joan Lluis, Joan Lluis!) desafiando a las circunstancias se detiene a liberar alguas y se ve obligado a caminar, acojonadillo y en solitario, creyéndose perdido durante un buen rato, hasta vislumbrar, por fin, la espalda de los últimos compañeros de fatigas. ¡Menudo canguelo!.
Una escarpada y peligrosa verada, en pendiente, nos conduce a la segunda elevación del trayecto. El lugar, de apariencia lunática: árido, inhóspito y desarbolado, nos recibe solitario con sus bancales deshidratados y sus capas de estratos de tierra y pedruscos.
La observadora Maribel localiza en suelo del lugar una gran cantidad de huellas de ungulados. Un detallado estudio del fenómeno y su consecuente discusión, nos lleva a la conclusión de que parecen no ser nuestras, pues las redondeadas marcas (que dejaron las pezuñas de su dueños) se asemejan bastante a las de los caballos y … ¡Nosotros tenemos más bien pinta de borricos!
La pericia de un servidor, tras otear el horizonte, despeja las dudas y confirma la procedencia de las mismas. No muy lejos del lugar, paciente y despreocupada, se alimenta una manada de équidos libertarios cuya larga pelambrera anuncia la proximidad del invierno.
Abandonamos el camino y transitamos brevemente por el bosque. A la salida del mismo, afrontamos un prolongado descenso que nos conduce a un semiseco riachuelo ¡Malo, malo! Cualquier encuentro con el lecho de un río equivale, ipso facto, a una próxima e inminente subida.
El cruce del escuálido arroyo se convierte en un laberinto de trampas que desorienta al personal y trae consigo las primeras pérdidas matutinas.
Apenas unos pasos más adelante, en una encrucijada del camino (¡mal señalizada… todo sea dicho!) varios caminantes se desorientan y se extravían, también, durante un buen rato.
Apenas unos pasos más adelante, en una encrucijada del camino (¡mal señalizada… todo sea dicho!) varios caminantes se desorientan y se extravían, también, durante un buen rato.
La ascensión hacia el punto donde deberían finalizar los del grupo B se desarrolla en un absoluto caos. Los primeros se han extraviado... los que creíamos ser segundones resultamos ser los primeros... y de los últimos... ¡nadie sabe nada!.
Reunidos en la esplanada del encuentro, en espera de los retardados, los aparatos de radio vomitan noticias confusas sobre las pérdidas que siembran el camino. En ellas estamos cuando unos jadeos sospechosos, provenientes del “walki” de Don Pepe Hervás, nos ponen ojo avizor. Alterados e incrédulos, solicitamos inmediatamente la explicación a tales sofocos. El veterano caminante los achaca al cansancio, pero ni su interlocutor, ni ninguno los demás allí presentes, nos tragamos semejante excusa y le conminamos a comportarse con decoro y decencia. Sea lo que fuere, el ínclito personaje corona la última subida y se presenta ante nuestros ojos, acompañado de sus compinches, !CON LA BRAGUETA ABIERTA!... relajado y tan campante... ¡Que desverguenza!... ¿Desde cuándo el cansancio baja la cremallera de los pantalones?
Inmediatamente, se desata un debate sobre si retroceder en busca de los extraviados, esperar, o dejarlos a la deriva y que ellos/as mismos recuperen la senda correcta. Como la mayoría de los perdidos son miembros del grupo B, los del grupo A decidimos ir a la nuestra y reemprender la marcha mientras los demás permanecen a la espera.
Al reanudar el trayecto, algún marido imprudente se hace el “valiente” (¡Ay Paco, Paco!) y decide tirar para adelante (aunque su esposa, Fátima, siga desaparecida) como si nada. Pero al poco se cisca en los pantalones y con el rabo entre las piernas (nunca mejor dicho) desanda el camino y regresa a la explanada donde se hallan los del grupo B, en espara de su media naranja. !Más vale prevenir que curar!
Nuestra perseverancia por llegar al Molí (otros dirán que tozudez) nos impide atender a las razones del alto mando para que abandonemos la etapa en Fòrnols. Finalmente, y tras aclararnos que el autocar no puede acceder al bucólico lugar, apasadumbrados, acatamos las órdenes de los coherentes mandamases y damos por finalizada la caminata.
Fruto de nuestra excelsa organización, dos comisiones, por separado y sin ninguna coordinación entre ellas, se aventuran a la localización de un Bar o Restaurante donde yantar. Para sorpresa de unos pocos, regodeo de varios y cabreo de otros, ambas partidas consiguen dar con el Restaurante apropiado. Pero entonces se produce un tira y afloja entre los comisionados para llevar el ascua a su sardina y dirigir a los GRmanos a comer donde “ellos” reservaron. Tras arduas y tortuosas negociaciones, los del grupo A damos nuestro brazo a torcer y ponemos rumbo hacia el Restaurante reservado por el grupo B. Más….al dirigirnos a su encuentro… observamos atónitos, cómo los del grupo B caminan en dirección hacia donde estamos nosotros. En definitiva… que ambas comisiones han reservado el mismo Restaurante. O sea que asunto arreglado y… ¡Todos a una como Fuenteovejuna!.
Acabada la comida, el lugar se convierte en un mercado persa. Entre loterías, lumineta, autocar, consumiciones, deudas pendientes etc., el dinero corre a espuertas y cambia de mano vertiginosamente. La sutil diferencia está en que, mientras un servidor debe recorrer personalmente todas las mesas y suplicar a los del puño cerrado el pago de los números de la lumineta, “otro”, más listo, permanece sentadito en su mesa (saboreando un café), mientras solicita calma a los ludópatas compulsivos que, ansiosos, pretenden quitarle la lotería de las manos. ¡Suerte que yo tengo mano con los de “Loterías y apuestas del Estado” y ya saben que número deben de sacar para que me toque a mí la panera!
Con el estomago lleno y los bolsillos vacios iniciamos el retorno a casa por las farragosas carretas de la Serra del Cadí. Tras serpentar y dejar atrás el Coll de la Josa, en las proximidades del Pedraforaca, Ramón, el “viejo novato”, decide hacerse el mártir y aparentar un mareo injustificable. Evaristo (ingenuo él) se traga el embuste y atiende solícito sus súplicas lastimeras. Le acomoda en el suelo; le levanta las piernas para que la sangre circule hacia su cerebro (suponiendo que el individuo tenga, ¡claro está!) y le susurra palabras de aliento y tranquilidad. Sin embargo, nosotros, sus ““amigos de atrás”, (más espabilados que el tal Evaristo) decidimos desenmascarar al impostor y solicitamos ¡A GRITO PELAO”!, al Señor J. Herrera, que haga acto de inmediata presencia con su botiquín de maquillaje "post morten", sus catálogos de nichos y esquelas… ¡Y entonces, repentina y milagrosamente, el farsante mejora al instante e incluso sonríe desenfadadamente! Acto seguido, una vez ha conseguido detener el autocar, en la plaza del pueblo, se baja del mismo y sin ayuda de nadie se pavonéa delante de todos/as como si estuviera aireándose. Momentos después vuelve a subirse al vehículo y se acomoda en su asiento sin el menor rubor y tan campante. ¡Fresco como una rosa, con buen color y con ganas de juerga!
¡No hay nada como verle las orejas al lobo!
Fotos etapa. (Blog GRManía).
Fotos etapa. (Blog Antonio Gil).
Fotos etapa. (Blog GRManía).
Fotos etapa. (Blog Antonio Gil).
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