jueves, 26 de mayo de 2016

GR2 - Etapa 8 (23-04-2016)

Vilanova de Sau – Santuari del Puig de l’Agulla

Transcurrido casi un mes desde que finiquitáramos el enriquecedor Camino de Santiago, retomamos de nuevo las viejas costumbres y nos rencontramos, una vez más, para disfrutar de otra maravillosa etapa por la Cataluña interior. ¡Este asombroso GR2 es un auténtico y fascinante placer para los sentidos!

De inicio, partimos todos juntos de Vilanova de Sau para abandonar el valle y regresar de nuevo al altiplano, pero apenas dejamos atrás poblado el grupo se estira como una goma de mascar y se convierte en una hilera interminable.

Nada más penetrar en el bosque una prolongada cuesta nos obliga a realizar el primer esfuerzo de la jornada. Los vigorosos deportistas acometen la dura subida a toda pastilla y en un santiamén alcanzan la cumbre. Mientras, el grueso de los caminantes nos lo tomamos con bastante más calma y necesitamos algo más de tiempo para cubrir el riguroso trayecto. En los tramos más exigentes el esfuerzo nos obliga caminar en fila y a guardar un infrecuente silencio. Por el contrario,  cuando la subida se torna más liviana, retornan las conversaciones aparcadas, regresan las carcajadas y se escucha algún que otro malévolo chiste. En uno de los tramos menos severos, Maribel y Mª Morales debaten sobre sus innatas dotes para el apalabrado y discrepan acaloradamente sobre cuál de ellas dos es mejor competidora. ¡Yo, por si acaso, me mantengo al margen y sin tomar partido!

Después de un par de kilómetros de penitencia hacia las alturas alcanzamos la planicie. Allí, junto al camino, en un claro del bosque, nos aguardan descansados nuestros predecesores, impacientes y ansiosos por reemprender de nuevo la marcha. Sin embargo, ante la propuesta de reagrupación lanzada por los más razonables, se impone la cordura y permanecen en el lugar hasta la llegada de la mayoría de los rezagados. Todos, menos José Antoni y Pilar, que se han visto obligados a tomárselo con calma, al sufrir ella una traicionera “pájara”.

Viendo que se retrasa la llegada de los achacosos, el comandante Pepe se ofrece a esperarlos y nos conmina a los demás a seguir avanzando hasta localizar un espacio soleado, y con buenas vistas, donde poder desayunar placenteramente.

De repente, como si hubiera reventado la compuerta de un pantano, el alocado personal de lanza a una carrera desbocada por el camino. ¡No tenemos remedio!

Tras descartar algunas zonas, por húmedas o umbrías, localizamos una pequeña planicie, despejada y soleada, que nos ofrece una fantástica panorámica del lugar. Curiosamente, el paradisíaco lugar es conocido por algunos veteranos, GRManos, pues en él se detuvieron, también, hace décadas, a reponer fuerzas.

Acomodados en el promontorio, y mientras disfrutamos de las maravillosas vistas que els Cingles de Vilanova nos ofrecen, vamos devorando nuestro piscolabis y vaciando de contenido las embreadas botas de vino. A los postres, a fin de aligerar el trabajo a nuestros abotagados estómagos, agregamos toda clase de azúcares y suplementos alimenticios; regamos convenientemente la pócima con unos tragos del exquisito té de Cati y el señor Castillo; y añadimos un sorbito del aromático café de Carlos. Finalmente, procedemos a la desinfección del sumiso aparato digestivo, complementando la ingesta con un chupito del ardiente orujo venido de Galicia y unas leves gotitas del abrasador vodka ruso de Antonio Gil.

Concluido el tentempié, redondos e hinchados como globos de aire, levamos ancla y nos acomodamos en nuestros respectivos grupos: Los del A, alocados, veloces y esparcidos, con destino al Puig de l’agulla, final de la etapa; y los del  B, agrupados, parsimoniosos y relajados, rumbo a Sant Julià de Vilatorta.

A la altura de kilómetro cinco aproximadamente, uno de los conocedores de la zona nos invita a abandonar la ruta principal para desviarnos hacia un abrupto acantilado. La improvisada excursión fuera de ruta resulta ser un inesperado y verdadero encanto. Un imponente observatorio natural enclavado en lo alto de unas rocas graníticas nos ofrece la oportunidad de disfrutar de la espectacular panorámica del valle de Sau con las Guilleries al fondo. (Cuenta la tradición que el citado mirador fue lugar de asiduas visitas, esporádico refugio y fuente de constante inspiración para el bardo Mosen Cinto Verdaguer. Y que en el silencio de aquel idílico paraje, el inmortal rimador compuso un poema de juventud dedicado a la Nina del Cingle y cierta prosa que evocaba una leyenda del lugar).

Saciada la curiosidad y henchidos de gozo los sentidos con la preciosidad de las vistas robadas, regresamos de nuevo al camino abandonado para continuar con la etapa. Nos topamos entonces con la aparición de nuestros alegres compañeros del grupo B y les animamos a que se desvíen de la ruta, visten el altozano, y se recreen, ellos también, con las hermosísimas vistas que el mirador ofrece.

Nada más retomar la senda abandonada, el grupo A se rompe y queda partido en varios grupos que transitan por separado, y a ritmos desiguales, hasta alcanzar las primeras casas de Sant Julià de Valltorta. Punto y final para los del grupo B.

Gracias a la generosidad de Ginés, me acompaña mi mágica vara anti lluvia (que ha viajado en el maletero de su coche desde tierras Celtas hasta Catalunya) dispuesta a espantar cualquier atisbo de tormenta. El palitroque, fiel servidor, cumple perfectamente con su función y nos regala otra placida jornada de sol.

Las lluvias de los últimos días y el despertar de la primavera nos permiten poder disfrutar de la belleza de los campos floridos; de la frondosidad de los renacidos árboles; del vergel de las hojas; de los animales con sus crías recién llegadas al mundo; y del trino de las revoloteadoras aves en búsqueda de apareamiento.

Pasado el mediodía, los diseminados del grupo A volvemos a reencontrarnos a la entrada de Sant Julià y, una vez reagrupados, nos adentrarnos en el poblado callejeando de aquí para allá hasta alcanzar el parque de las Peonzas. En este lugar de ocio y esparcimiento, según fuentes bien informadas, hace ya varias décadas, y en sus años mozos, algunos/as miembros de GRManía dedicaron múltiples fines de semana a concienzudas deliberaciones, sesudos debates y acaloradas discusiones verbales sobre diversos temas de interés filosófico. Sin embargo, como nuestra habitual filosofía se sustenta en el principio de: ¡Ande yo caliente y ríase la gente!, pasamos de largo y descartamos cualquier tipo de reflexión metafísica que requiera el más mínimo esfuerzo mental. Conocedores, además, de que la Filosofía ha desaparecido de nuestro infumable currículum estudiantil, y conscientes a la vez, de que nuestro Aristóteles particular está retirado de la docencia, aparcamos “sine die” las teorías de Sócrates, los designios de Platón, o los teoremas de Tales de Mileto, y ponemos rumbo al Puig de l’Agulla para encomendar nuestras descarriadas almas a Santo Tomás.

A pesar de que no es demasiada la distancia que nos separa de la meta, la subida se me hace más larga y pesada de lo que imaginaba. Ya sea por el sofocante y bochornoso calor, por la pegajosa humedad, o porque no me encuentro en plena forma, la cuestión es que el tramo final parece no acabarse nunca.

A mitad de la subida al santuario, de improviso, un traicionero apretón intestinal me obliga a detener la marcha. Sin tiempo que perder, me despojo de mi raída mochila y mi prodigiosa vara de lluvia, y las abandono a la vera del camino, junto a unos hierbajos, para desaparecer a la carrera entre la intimidad de los protectores matorrales. Paco Victoria, que me acompaña en el caminar, se percata de mi repentino proceder y se ofrece voluntario a custodiarme la vara para evitar que algún desaprensivo la haga desaparecer. Incauto de mí, luego de agradecerle su afable y generoso ofrecimiento, rechazo erróneamente su razonable propuesta. Lógicamente, cuando abandono mi salvador escondite y regreso a la senda para recuperar mis preciadas pertenencias, la tentadora vara se ha esfumado. ¡Quién será el bandido que se ha apropiado de mi tesoro?

Para no quedarme descolgado del pelotón, emprendo una frenética carrera hacia adelante hasta dar alcance a mis compañeros de aventura. Poco a poco voy adelantando a los que transitan en la cola del pelotón y, al pasar junto a ellos, los voy escrutando minuciosamente para desenmascarar al vil ladronzuelo.

Para sorpresa mía, observo incrédulo que la vara viaja a manos de Montse Carné. ¡Muchos eran los candidatos a cleptómano pero jamás me hubiera imaginado que fuera ella! Al llegar a su altura me detengo disimuladamente, me acomodo a su caminar, e intento descifrar el porqué de su innoble proceder. La conversación se desarrolla de manera amena y distendida pero no avanza en el sentido que yo desearía. Entonces, como quien no quiera la cosa, le comento lo feo que se está poniendo el día. Aunque lo que en realidad pretendo es hacerla entender es que el empeoramiento del tiempo se debe a su incapacidad para hacer un buen uso de la vara. Al momento, y sin hacer mención del objeto que nos enfrenta, me entrega amablemente el fetiche y desmonta por completo mi malévola teoría. Su cordial y natural proceder me hace pensar de inmediato  que no ha sido ella la causante del hurto. ¡Algún desalmado se ha apoderado de la vara y la ha utilizado a ella como chivo expiatorio! No hay duda de que el desaprensivo que ha realizado la patraña le ha querido cargar el muerto a una inocente. ¡De los amigos me guarde Dios, que de los enemigos me guardo yo!

Aclarado el entuerto recupero mi ritmo de marcha y observo que voy inmerso en un nutrido grupo de valientes, andarinas y habladoras féminas. Solo entre tanta moza, en el trayecto final hasta llegar al santuario, me mantengo atento a sus sabias conversaciones y permanezco con la boca cerrada para no meter la pata.

De pronto, a la salida del bosque, nos tropezamos con una carreta asfaltada y un edifico de dimensiones considerables. Al principio, al no ver a nadie por los alrededores, dudamos de si aquel es el lugar donde finaliza nuestro recorrido, pero poco después oímos las voces de nuestros compañeros y salimos de dudas.

Una vez alcanzada la meta los participantes nos acomodamos en el comedor del establecimiento para proceder a la comida de turno. Algún que otro despistado, que ha olvidado su manduca en casa, se ve obligado a recurrir a las viandas que ofrece la carta del restaurante. ¡Bien pintan las butifarras! ¡Qué suerte la suya!

El lugar escogido para la ocasión es íntimo y acogedor, y nos permite realizar las actividades programadas para celebrar la diada de Sant Jordi con total libertad. Sin embargo el servicio es lentísimo y la mayoría de nosotros comemos a secas.

Tras la comida, (como siempre acompañada a los postres, chocolates, dulces, pastas y todo tipo de alimentos calóricos) degustamos una deliciosa copa de cava, a cargo de GRManía, como homenaje a la efemérides cultural que ese día celebramos. Posteriormente, procedemos al sorteo de los números que nos permiten escoger un libro, según nuestra buena o no tan buena suerte, de entre los portados para la efeméride, y que, silenciosos, permanecen expuestos en una de las mesas del local, a modo de improvisado mostrador, aguardando dueño.

Como colofón al acto, Jaume ameniza el momento con un precioso cuento que nos deja a todos embelesados. Y, Pedro nos regala otra de sus maravillosas rimas  versadas dedicada a las andanzas acaecidas en el pasado Camino de Santiago.

De regreso a casa, la vara pierde sus poderes o nos abandona a nuestra suerte, pues un generoso chaparrón nos acompaña mientras circulamos por la autopista.

¡Menos mal que vamos todos cobijados en la comodidad del moderno” autocar!

Restaurant de Puiglagulla

Blog de GRManía:

Santuari del Puig de l’Agulla (Osona)
Sábado, 23 de abril de 2016.

lunes, 2 de mayo de 2016

El Camino de Santiago 2016 (año 7).

    1. Rumbo a Santiago y Primera etapa: Sarria - Portomarín.

Sábado 19 de marzo de 2106. (Madrugón, sobresalto y de camino)

¡Menudo madrugón! Pasan apenas unos minutos de las tres de la madrugada y voy caminando por la Avenida Barcelona en dirección a la parada del autocar, parsimonioso, somnoliento y cargado de trastos como un vagabundo solitario.

A la hora convenida, el vehículo de pasajeros asciende por la avenida y se detiene en el lugar acordado. Me acomodo en uno de los asientos delanteros y partimos de inmediato rumbo a la siguiente parada para recoger a Carmen Nieto y Paco Ortega que, puntuales, permanecen a la espera. Embarcados éstos, continuamos la ruta en pos de nuevos pasajeros. Mas, para sorpresa general, Evaristo, David y Mª Ángeles no se hallan en el lugar convenido. Al parecer, el “Dire” había entendido que saldríamos algo más tarde y la moza ha tenido que volver al coche a recoger los palos olvidados. Nada grave, pues en cinco minutos todos están acomodados a bordo. Continuamos, entonces, con la recolecta de trasnochadores hasta alcanzar la Riera del Palau, donde aguardan Maribel, Fina, Antonio y Carlos, y una vez acomodados éstos, partimos hacia la última parada donde subirán el resto de Peregrinos.

Con tiempo de sobra abandonamos Terrassa por la desangela autopista de peaje. De pronto, un hediondo y tóxico olor a quemado irrumpe en el interior del autocar. Los pasajeros del fondo dan la voz de alarma y de inmediato el conductor se desvía hacia un área de servicio para detener el vehículo y evaluar los daños. Al descender del autobús, observamos que de la parte trasera del mismo, junto a las ruedas, emana un espeso, negruzco y pestilente humo producto de la quema de alguno de los mecanismos del vehículo de pasajeros. De inmediato todos miramos nuestros respectivos relojes y cruzamos los dedos para que aquello sea  un contratiempo de fácil y rápida solución, pues de lo contrario estaría en peligro la partida en el avión y la llegada a nuestro destino. Tras ponerse en contacto con el encargado de la empresa, el conductor nos informa que el humo emergente se debe a una leve reparación llevada a cabo la tarde anterior, y que con precaución y ciertas reservas, podemos continuar nuestro viaje, ya que el problema acaecidon debería solucionarse en cuanto el autocar rodara unos cuantos kilómetros.

Pasado el sobresalto, reiniciamos la marcha, aunque lo hacemos con la mosca detrás de la oreja. ¡Mal empieza el día! ¡Viaje accidentado y Rafael, enfermo! Finalmente, llegamos con suficiente antelación al aeropuerto, realizamos los trámites de embarque y partimos puntuales y jubilosos rumbo a Santiago.

El viaje de apenas dos horas transcurre con normalidad. Unos intentan recuperar el sueño perdido dormitando plácidamente en incómodas posturas. Otros roncan ruidosamente sin consideración alguna hacia los desconocidos viajeros que les rodean. Y los más charlatanes y locuaces consiguen entablar amenos diálogos con los pasajeros de su fila de asientos.

Después de aterrizar y recoger el equipaje facturado, nos dirigimos a la salida y allí nos encontramos con el alegre y ruidoso recibimiento de nuestros compañeros de avanzadilla. ¡Qué bien viven los jubilados! Luego de los pertinentes saludos nos encaminamos a las afueras para coger el autobús que nos acercará a Sarria. Para sorpresa mía, cuatro desconocidos se han acomodado en los asientos de la parte trasera de nuestro supuesto autocar. Al principio pienso que nosotros nos hemos equivocado de vehículo, pero al instante recapacito (¡cosa rara en mí!) y llego a la conclusión que son ellos los invasores. Finalmente, y cuando estoy a punto de dirigirme a los intrusos para informarles de su error, mis compañeros de aventuras me informan de que los cuatro extraños pasajeros han sido invitados a viajar con nosotros hasta Sarria por los amigables charlatanes del avión.

Tras más de una hora de viaje por carreteras enrevesadas alcanzamos Sarria (final de trayecto del año 2015  y punto de partida de este 2016). Todos menos Rafael que debido a su enfermedad ha tenido que coger un taxi y dirigirse al hotel en lugar de a caminar. Allí despedimos a los infiltrados y nos agrupamos delante del Albergue del Monasterio de la Magdalena, situado frente a la tapia del cementerio, para inmortalizar la partida con varias instantáneas.

Bien entrada la mañana, los del grupo A nos ponemos en marcha para recorrer la distancia que nos separa de la meta. Mientras, los del grupo B regresan al autocar para dirigirse a Belante, su punto de partida.

A las afueras de Sarria, tras cruzar una avejentada vía férrea, salvamos un alegre riachuelo por encima de unas piedras aposentadas en el lecho del mismo, y poco después nos topamos con un gigantesco, envejecido y centenario roble que nos acoge en su seno para acompañarnos en una fotografía tomada por Antonio.

A pesar de que las previsiones meteorológicas para la jornada no eran demasiado halagüeñas, el Dios de la atmósfera se apiada de nosotros y nos regala una jornada fantástica. Nubes y claros, pero una temperatura ideal para caminar.

Como no podía ser de otra manera, vamos a nuestro libre albedrío y caminamos a ritmos diversos y totalmente desperdigados. En nuestro espaciado transitar nos adentraremos por el precioso y espectacular paisaje Gallego. Avanzamos alegres y embobados por inigualables caminos y sendas cobijados al amparo de la arboleda. Y vamos dejando a nuestro paso tupidos bosques, verdes praderas, variada vegetación y las primeras flores de la primavera; caudalosos ríos y pequeños riachuelos; desbocados regueros que empapan caminos y tierras de cultivo; animales domésticos encerrados en sus cercados y pequeñas aves e insectos en libertad; caseríos solitarios y los típicos poblados de los “concellos o parroquias Galegas”, (a veces tan extensos y dispersos que es imposible dilucidar sus límites); robustas viviendas rodeadas de fructíferas huertas y descuidados hórreos; olorosas cuadras y embarrados corrales; inmensas y deslucidas naves que cobijan aperos de labranza; y por supuesto, envejecidos, parsimoniosos  y sufridos lugareños enfrascados en sus rurales quehaceres cotidianos.

Hacia el mediodía, poco después de detenernos en un bar de A Brea, a tomar una cerveza, comenzamos a buscar un establecimiento donde comer. Alcanzamos  Morgades pero descartamos el bar Casa Morgades, donde ofertan un completo menú de 10 euros, ya que nos parece aún demasiado temprano parar comer. Bien hubiéramos hecho en repostar en aquel lugar,  pues al llegar a Ferreiros nos encontramos con la desagradable sorpresa de que el Restaurante que yo conocía está completo y nos vemos condenados a comer en el bar que hay junto al Albergue. ¡Buen servicio, pero más caro y de peor calidad que en los otros sitios!

Nuestro desorden y el cansino caminar de la mañana hace que vayamos con algo de retraso, así que nada más concluir la comida partimos rumbo a la meta. Lo que hasta entonces había sido gandulería y pasotismo se convierte de repente en una desenfrenada carrera de velocidad. Primero para no llegar demasiado tarde al destino, segundo porque albergamos la esperanza de atrapar a los últimos del grupo B, y tercero porque negros nubarrones otean el horizonte y no queremos llegar empapados.

A medida que nos vamos acercando al valle del Sil el cielo comienza a cubrirse de gris y la tormenta se dirige hacia nosotros. Con Portomarín a la vista, nos damos cuenta de que han desviado el camino y nos vemos obligados a rodear un montículo, por la izquierda, antes de alcanzar la carreta que cruza por encima del pantano. Por entonces pequeñas gotas de lluvia hacen acto de presencia y cada cual se las apaña como puede para intentar evitar el aguacero.

Una vez atravesado el pantano nos topamos con una empinada y agotadora escalinata que, a modo de templo azteca, nos da la bienvenida a Portomarín, fin del trayecto.

Contrariamente a lo que presagiábamos, la lluvia se ha apiadado de nosotros y nos ha ofrecido una inesperada tregua. Así, hacia las 17 horas nos concentramos en la plaza del pueblo y, completamente secos, damos por concluida la jornada.

Finalizada la primera etapa, vemos que han surgido algunas complicaciones. Josep Mª ha sufrido una lesión muscular que le ha impedido completar el recorrido, y Rafael sigue penando su indisposición en el hotel.

Cuando caminamos rumbo al autocar, para dirigirnos Santiago, la lluvia hace acto de presencia. Parece como si hubiera estado esperando a que nos halláramos bajo techo, pues nada más cobijarnos en el autocar se desata una inmisericorde y desbocada tormenta de agua y granizo que nos confirma nuestra buena suerte.

Nada más llegar a la capital Jacobea, comprobamos de inmediato quienes son los turistas y quienes los verdaderos peregrinos. Los primeros son desembarcados frente a las puertas de su lujoso hotel, mientras que los sufridores penitentes nos  vemos obligados a deambular por el centro de la urbe, cargados con nuestras pesadas maletas, antes de vislumbrar nuestra monacal hospedería. Para postre pasamos por delante de una tentadora pastelería que ofrece sus delicias a los paseantes, pero nadie parece verla y debo posponer la cata para mejor ocasión.

Después de acomodarnos en nuestras respectivas estancias, al atardecer, nos reunimos por grupos afines para adentrarnos en las empedradas calles de Santiago. Los peregrinos hacemos una rutinaria exploración de reconocimiento por la parte vieja de la antigua de la ciudad, por nuestra cuenta, mientras que los pudientes se montan una cultural visita guiada para conocer de buena mano los entresijos de la milenaria Compostela.

Eso sí, a la hora de la cena aparcamos las diferencias y damos rienda suelta a nuestro voraz apetito. Ya sea en el gato negro, el Cardeal, el Obispo u otros lugares de buen yantar, dejamos atrás penas y rencillas y devoramos todos los manjares que los camareros ponen ante nuestros ojos.

Rellenado el estómago, los más modosos nos vamos a descansar, los más sensatos a tomar un café y los más juerguistas al karaoke. No se sabe si a consecuencia de las canciones, de los cubatas o vaya usted a saber, el caso es que las mozas de la hospedería regresan alegres y revoltosas a sus aposentos y sufren las iras y el escarnio de alguno de los alojados en el Monasterio. En el otro establecimiento, según malas lenguas y para escándalo general, en una de las habitaciones del mismo parece ser que acontece una alocada, escandalosa e inacabable orgía. ¡Viva el ayuno, la abstinencia! que de la castidad… ¡Ni hablar! 


  1. Segunda etapa: Portomarín – Palas do Rei.
Domingo 20 de marzo de 2016.

Después de una noche que se suponía de descanso nos reencontramos de nuevo  en la parada del bus de la plaza de Galicia, frente al hotel de nuestros amigos.

La mañana se presenta fría y lluviosa y por tal motivo una facción femenina del grupo B declina realizar la caminata y decide emplear el día en recorrer Santiago.

La comidilla del autocar sigue siendo la bacanal de la noche anterior en el hotel. Los entendidos en la materia habían llegado a la conclusión de que los lujuriosos amantes deberían ser aquellos que se presentaran con cierto retraso a desayunar y qué, a su tardanza, añadieran una amplia sonrisa en el rostro y un relajado rictus. Sea o no acertada la conclusión de los expertos, el muerto recae sobre Antonio y Maribel, que cumplen al pie de la letra las dos premisas: son los últimos en aparecer por el comedor y lo hacen entre sonrisas y con una bobalicona cara de felicidad. Ellos, sin embargo, niegan la mayor y afirman conocer solo de oídos los bochornosos hechos. Teniendo en cuenta que Maribel es una mujer seria y de fiar creeremos en la veracidad de sus explicaciones. ¡Menos credibilidad tendría el argumento si quien lo firmara fuera mi amigo Antonio! ¿Verdad compadre?

A la hora prevista, con las bajas de las Pili (excursionista de secano), Rafael (que cae en la trampa de Pili y la acompaña a recorrer la urbe) y la de Josep Mª (al cual se le ha complicado su lesión muscular) abandonamos la húmeda y apostólica ciudad. En nuestro trayecto hasta Portomarín, la lluvia no cesa y el limpiaparabrisas del autocar se balancea, de un lado a otro de la luna delantera del vehículo, ininterrumpidamente y sin descanso alguno. ¡Mal presagio!

A la llegada a nuestro punto de partida, la lluvia desaparece y descendemos del autocar con la mosca detrás de la oreja pero libres del funesto aguacero.

Tal vez para aprovechar la tregua que las nubes nos ofrecen, o simplemente fieles a nuestro habitual comportamiento, los del grupo A salimos escopeteados y sin orden alguno. Tanto es así que apenas abandonar el casco urbano nos dispersamos y tomamos dos rutas diferentes. Unos pocos, por el camino de tierra que discurre por medio del bosque, y los más, por el arcén de la solitaria carretera. La excusa que ponemos nosotros para decantarnos por el asfalto es que el camino de tierra probablemente esté embarrado. Aunque la realidad es que no nos apetece retroceder unos metros para andar por la senda que es más larga.

Unos 40 minutos después de separarnos de nuestros amigos, me detengo en una arboleda que hay junto a la carretera, para cortar una vara, y al girar la vista atrás localizo, en lontananza, a los compañeros senderistas, lo caul demuestra que nuestra ruta era más corta, pues ellos traen un ritmo más ágil que el nuestro.

El trayecto inicial de la etapa discurre en permanente pero liviana subida, y fruto de ello vamos adelantando a los auténticos y sufridos Peregrinos. Éstos, sucios, sudorosos y derrengados, por la carga de repletas mochilas, jadean por el duro esfuerzo y nos mirar con cara de no entender nada. ¡Menudos Peregrinos!

Hacia el kilómetro ocho, nos detenemos en un bar de Gonzar para reagruparnos, tomar algo caliente y liberar las vejigas. Antonio y Maribel me invitan a un café con leche y por poco me abraso las entrañas, pues la leche está ardiendo y no hay Dios que sea capaz de engullir aquel incandescente líquido marrón claro.

Acabado el desayuno reiniciamos de nuevo la marcha. Una exigente cuesta  nos recuerda que no es conveniente hacer esfuerzos con el estómago repleto, y a consecuencia de ello el ritmo del grupo decae de forma alarmante. Mientras asciendo cansinamente y me voy afanando en adecentar mi vara mágica con mi afilada navaja GRMana. Concentrado, como voy, en el dichoso palitroque, me sumerjo, sin querer, en varios charcos del camino embarrando mis limpias botas.

Mis acompañantes, corroídos por la curiosidad, intentan que les explique, sin éxito, la finalidad de aquel prodigioso bastón. Sin embargo, yo me mantengo firme en mis principios y les invito a que esperen a finalización del artesanal trabajo.
¡Tranquilidad y paciencia, amigos míos! ¡Todo a su tiempo!

A poco de alcanzar O Alto de Hospital, una traicionera nube negra aparece por el oscuro horizonte y, amenazadora, encamina sus pasos en dirección hacia donde caminamos nosotros. Entones, y a pesar del que artilugio maderero no está lo suficientemente acondicionado (¡o eso creo yo!), me veo en la necesidad de revelar mi secreto y probar las mágicas propiedades del artilugio en cuestión. Así, convencido de la real valía de mi fetiche, alzo la vara al cielo y, en desafiante y chulesca actitud, conmino a los nubarrones a que cambien su diabólico rumbo si no quieren ser desintegrados por el asombroso poder de mi increíble amuleto. 
Desvelado queda, de aquella manera, el secreto de mi extravagante y demente ocupación.

Camino de Ligondes, donde nos han aconsejado comer, pasamos por diversos poblados y en uno de ellos Cati, Maribel, Ana y un servidor, nos adentramos en una cuadra para intercambiar pareceres con unas cuantas vacas que se hallan allí encerradas. A pesar nuestro esfuerzo y del loable empeño por entendernos con las rumiantes, no llegamos a establecer ningún tipo conversación con ellas. O los animales no tienen ni pajolera idea de nuestro extraño dialecto, o nosotros somos más borricos de lo que creíamos y no comprendemos ni un sonido de su jerga. ¡Esos sí, nos hacemos unas fotos con las cuadrúpedas para recordar el momento!

Hacia las dos del mediodía, Ana, Mª Ocaña, Maribel, Antonio, Josep Ferrer y yo alcanzamos el término de Ligondes y siguiendo las indicaciones recibidas del mesonero de Gonzar, nos detenemos en un bar que hay a la entrada del pueblo para comer. Para sorpresa general, allí nos encontramos con: Ginés, P. Victoria, Carlos, Gemma y David, que están degustando el postre y a punto de marchar.

Interrogados sobre la idoneidad del lugar, nuestros compañeros nos informan de que han comido bien y rápido, lo que nos anima a imitarlos. Ya de inicio la cosa se tuerce pues, después de media hora de espera, nadie viene a tomar nota de nuestros pedidos. Al principio nos lo tomamos con tranquilidad y observamos que todos tenemos varias llamadas perdidas de Evaristo. ¡Qué extraño! ¿Qué querrá el correcaminos? Entonces, el teléfono de Ana se arranca con una melodía bastante particular, y al descolgarlo la moza, ésta se entera de que el causante de aquel río de llamadas lleva rato intentando contactar con alguno de nosotros para conocer el paradero de su hijo David. Desenredado el entuerto regresamos a la infructuosa espera. El tiempo avanza y nosotros parecemos ser los tontos de la película. Finalmente la demora se convierte en interminable y crece el malestar. Más, cuando observamos que comensales que han llegado después que nosotros son servidos con mayor prontitud. Ya sea por H o por B, resulta que a la hora del café solo quedamos nosotros en el local. ¡Somos los últimos! ¡A lo mejor es que tenemos cara de tontos!

El retraso provocado por la interminable comida nos obliga a recorrer la distancia que nos separa de Palas do Rei a toda velocidad, pues somos los del pelotón de cola. Además, la tormenta, que hasta entonces nos ha respetado, parece querer contribuir a nuestra desventura y amenaza con empaparnos como una sopa. ¡Suerte que llevo mi vara espanta lluvia y realizo el conjuro infalible!
Ahuyentado el aguacero, ya solo nos queda rezar para que nuestros compañeros no nos maldigan por la tardanza, para lo cual imponemos un ritmo frenético a la marcha que exige a Ana, María y Maribel comportarse como velocistas.

Alrededor de las 17 horas llegamos a las inmediaciones de Palas Do Rei y nos adentramos en un Restaurante, ubicado a la entrada del pueblo, junto al Albergue, para sellar nuestras credenciales y dirigirnos con raudos al autocar. Allí, al amparo de las cuatro gotas que caen, se encuentran sentados todos nuestros compañeros, dialogando entre ellos y… ¿maldiciendo nuestra tardanza?

A las bajas de Rafael y Josep Mª, parece añadirse momentáneamente la del Comandante Pepe, ésta, provocada por un espolón en la planta de uno de sus pies. ¡Otro que no quiere caminar!

En el viaje de regreso, Cati se apodera del micro del autocar y repasa el programa de los próximos días: Aconteceres, etapas venideras, horarios, comida de grupo...

Ya en Santiago, descendemos en tropel del autocar y tomamos rumbo a nuestros respectivos hoteles. Al adentrarnos en la Rúa das Orfas me invade el olor de la pecaminosa pastelería y se me vuelve a hacer la boca agua. Por suerte, no soy el único goloso del grupo, pues Fátima también ha quedado prendada de los dulces que se exponen en aquel sugerente escaparate. Cómplices en el pecado, los dos decidimos (¡a espaldas de Paco Victorio, por supuesto!), programar una escapada secreta para la tarde día siguiente y degustar ¡por fín! aquellas exquisiteces.

Al llegar a la Rúa do Villar nos tropezamos con una procesión de las previas a la  Semana Santa, cuyos componentes van escondidos en sus vistosos capirotes rojos y perfectamente equipados de complementos y reliquias. Al dejarla atrás, alguno/a de los verdaderos creyentes se desplazan a la Catedral para oír misa, mientras que otros, los herejes, nos dedicamos a acicalarnos para salir a cenar.

Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, casi la mitad de los GRmanos nos citamos en el Cardeal. Aunque solo los espabilados encuentran sitio en el repleto local y el resto debemos esperar junto a la barra a que nuestros compañeros desalojen sus mesas. Sin embargo, éstos no parecen tener demasiada prisa en cedernos el puesto, así que es necesario enviar una comisión de sabuesos para que los locuaces olviden el palique descontrolado y levanten el culo de sus sillas.

Concluida la cena, cada cual enfoca la noche hacia la actividad que más le place. Los responsables, a sus aposentos; los tertulianos, a tomar café; los juerguistas, al Karaoke (P. Ortega entona un ”Boig per tú” que deja atónitos a los presentes); y los solidarios, acompañamos a Antonio García a la farmacia Bescansa a comprar unos  tapones para los oídos que le libren de los ronquidos del compadre Ginés.


  1. Tercera etapa: Palas do Rei - Arzúa. 
Lunes 21 de marzo de 2016.

El día amanece casi despejado, y al ser laboral nos topamos con el afanado trajín de los trabajadores que reponen las existencias de los establecimientos públicos.

Hacia las nueve de la mañana nos encontramos, otra vez, en la parada del autobús de la plaza Galicia para iniciar una nueva jornada de Peregrinación.

A medida que ascendemos al autocar vamos ocupando nuestros habituales asientos. Hoy, por fín, contamos con la presencia de nuestro compañero Rafael. Éste, algo mejor de salud,  permanece, sin embargo, estirado en el asiento trasero del autocar, silencioso, mustio y desmejorado. ¡Parece ser que el Camino y él no son buenos compañeros!

A la ya permanente baja del lesionado Josep Mª, hoy se añaden las del “sin voz”  Rafael Morales y las dos  féminas de su familia (Aurelia y Ana). Éstas, para no dejar al supuesto “mudo” sin vigilancia, deciden tomarse un día sabático y dedicarlo al turismo cultural.

Para cumplir con la tradición caminera, unas molestas ampollas se instalan en  los pinreles del señor J. Castel. Suerte que Fina Gamero va equipada con sus artilugios de enfermería y, mientras viajamos, le practica una cura de urgencia al averiado.

Aunque parece que hoy no será preciso utilizar los poderes de mi preciada vara, la llevo conmigo por si acaso. Mientras, mis nuevecitos palos de aluminio (acarreados por Cati desde Barcelona a Santaiago), siguen descansando en el fondo del armario de mi habitación.

La etapa de hoy ofrece infinidad de posibilidades y recorridos a la carta:  Así, el grupo D caminará desde unos cinco kilómetros antes de Melide hasta la citada capital del pulpo; el grupo C, acometerá la distancia que separa Palas do Rei de Melide;  el grupo B recorrerá el tramo que hay entre Palas do Rei y Rabadixo; y finalmente, el grupo A, llegará hasta Arzúa para acortar la etapa del día siguiente y disponer, así, de más tiempo para desplazarnos hasta Finisterre.

La soleada jornada transcurre por unos preciosos parajes naturales que nos invitan a disfrutar sus maravillosos encantos. Inigualables vistas, inconfundibles olores, silencios prolongados alternados con taimados sonidos de la naturaleza, un tranquilo y acogedor entorno, múltiples sensaciones, y placenteras vivencias nos acompañan a lo largo del benefactor día.

Gracias a la amabilidad del conductor que nos ha tocado en suerte, el autocar va avanzando al compás los peregrinos y cogiendo y soltando pasajeros según las necesidades de éstos. Además, el desparrame de caminantes es tal, que antes de mediodía la mayoría de los componentes de los diversos grupos estamos mezclados.

A la entrada de Melide (con el Pulpo nublando grabado en nuestra mente) algunos GRmanos nos paramos a visitar una iglesia, y a saludar a un cristo como manda la tradición, y allí coincidimos con varios compañeros.

Tras callejear un poco por Melide, nos dirigimos a Casa Ezequiel para dar buena cuenta del sabroso pulpo que allí se sirve. Según vamos llegando nos vamos a acomodando en las mesas de madera y vamos pidiendo conforme a nuestros gustos. Paco Troya y yo acordamos sentarnos juntos y compartir el pedido (pulpo a feria, cachellos y cerveza para beber). A uno de nuestros lados se sientan Mª Ocaña, Josep Ferrer y Gemma y al otro Rosario, Montse, Pedro y Juan. Nosotros hacemos un pedido de acuerdo a nuestro apetito, pero nuestros compañeros de mesa parecen estar hambrientos y se exceden en su comanda. De tal  modo que, gracias a los largos pedidos de éstos y a su infinita generosidad, degustamos diversos paltos que no nosotros habíamos pedido. 

Acabada la opípara comilona abandonamos el concurrido local y nos disponemos a recorrer la distancia que nos separa de Arzúa. Al pasar por una frutería Paco Troya se adentra en la misma, para comprar unos plátanos, y yo le sigo. Ingenuos de nosotros, no preguntamos por el precio del kilo y cogemos unas unidades sueltas. ¡Un poco más y necesitamos de la tarjeta de crédito para pagar la fruta!

Los que pretendemos realizar todo el trayecto vamos desperdigados en diferentes facciones. En cabeza: Evaristo, Ginés, Paco Victoria y David. Tras el pelotón de reconocimiento: Paco Troya y Yo. Siguiendo nuestros pasos: Genma, Mª Ocaña y Josep Ferrer. Y cerrando la comitiva: Fina, Maribel, Carlos y Antonio.

Contrariamente a lo que creíamos recordar algunos caminantes, la agotadora cuesta que precedía a la meta ha desparecido del mapa por arte de magia. ¡Desconocía yo tales poderes en mí sin igual, extraordinaria y milagrosa vara!

Así, un par de horas después de abandonar Melide hacemos entrada en la solitaria Arzúa, punto y final del recorrido del día. Media hora antes que nosotros lo han hecho los 4 jinetes del apocalipsis. Media hora después lo harán el trío de perseguidores, y al cabo de una hora los cuatro profes y amantes Egarenses.

De regreso a Santiago, disimulando, Fátima y yo nos dirigimos a la pastelería de turno para saciar nuestra glotonería. Pero para sorpresa nuestra, un ejército de moscones (entre ellos el señor Victoria) se pega a nuestra espalda y hace acto de presencia junto al mostrador el establecimiento. De esa forma, lo que en principio iba a ser cosa de dos se convierte en cosa de varios. ¡Gracias Fátima por invitarme a mí y a los gorrones a esas exquisitas pastas! ¡Deliciosa la crema!

Siguiendo la rutina de los últimos días, al llegar al hotel tras la caminata, me ducho, me cambio y, con el pelo mojado, salgo a cenar con mis amigos. Siento frío en la cabeza y es entonces cuando me percato de cuál es el causante de mi inesperada faringitis. ¡Tendré que secarme bien el pelo o me quedaré sin voz!

Sin acordarlo, varios de nosotros hemos escogido el mismo bar (Gato negro) para cenar, pero como desconocemos las costumbres e ignoramos que el lunes es el día de cierre de dicho local nos vemos obligados a cambiar de planes. Siguiendo el consejo de una lugareña optamos por cenar en el Restaurante María Castaña, que está justo al lado. A pesar de que somos más de una quincena, el insípido camarero nos espeta, con gesto adusto y escasa amabilidad, que el comedor no abre hasta más tarde, como si le molestara nuestra presencia y nos instara a alejarnos del establecimiento. Cuando estamos a punto de decir adiós y buscar otro lugar donde se nos trate con más gentileza, aparece el dueño y nos invita a entrar y acomodarnos en las mesas del vacío comedor. Olvidando la aspereza del malcarado camarero, la cena es de nuestro grado y el precio es el adecuado.

Antes de retirarnos a nuestros aposentos, nos damos dirigimos al Casino para saborear un último café y disfrutar del maravilloso decorado de la sala. Allí le devuelvo el convite a Fátima, aunque ella no lo sabrá hasta que yo me haya ido.


  1.  Cuarta etapa: Arzúa – O Amenal.
Martes 22 de marzo de 2016.

Como el reparador descanso nocturno nos liberó del cansancio, recargó nuestras agotadas baterías y nos devolvió la energía para emprender una nueva aventura, a la hora convenida estamos todos, menos Josep Mª, en la parada del bus.

Tras los correspondientes saludos, observamos que Rafael Cañero va mejorando poco a poco y ya se ve con fuerzas de realizar parte de la etapa. El otro Rafael (Morales) sigue arrastrando un poco de afonía, pero tal afección no debería ser impedimento para caminar pues a día de hoy dicho acto se realiza con las extremidades inferiores y puede hacerse en completo silencio. Para desgracia personal y alegría de todos los demás, un servidor debe mantenerse casi mudo durante todo el día. ¡La inoportuna faringitis ha derivado en silenciosa afonía! El señor Castel intenta disimular sus ampollas, aguanta el dolor y no dice ni muuuu. ¿Y las féminas?…. ¡De momento sanas como rosas! ¡O al menos no se quejan!
La permanencia de Aurelia y Rafael, el día anterior en Santiago, había servido para que éstos adquirieran un regalo con el cual agradecer a Rafael las gestiones realizadas en la organización del Camino, pero como el señor se puso tozudo como un mulo y se negó a recibir presente alguno, hubo que cambiar de planes y sustituirlo por algo para María, que también es tozuda, pero menos, y no muerde.

Luego de hacerle entrega a la moza del regalo, en el autocar, programamos la etapa del día. ¿Yo me pregunto para qué tantas molestias si después hacemos lo que nos viene en gana?

En principio el grupo B debría partir de A Rúa y finalizar en O Amenal, pero como la marcha es agradable, la senda soportable y los componentes del grupo se sienten con fuerzas, resuelven alargar la etapa hasta O Monte do Gozo.

El grupo A, por su parte, decide mantener el programa y caminar hasta O Ameal.

La etapa transcurre bajo un fantástico sol y sin demasiados contratiempos. A medida que avanzamos, nos vamos empapando del esplendoroso paisaje interior de la inigualable tierra gallega: praderas, vegetación silvestre, bosques, huertas, animales, ríos, riachuelos, edificaciones, el silencio alternando con los sonidos de la naturaleza y algún que otro lugareño afanado en sus quehaceres.

A  media mañana nos detenemos en la terraza de un bar del camino a tomar un tentempié y aprovechamos el descanso para reconfortarnos con el primaveral sol

Al poco de reemprender la marcha nos topamos con las obras de lo que parece ser una nueva autovía. ¡Más asfalto sepultando el verde y allanando los bosques!

Como la dichosa afonía me obliga a permanecer en silencio, y no puedo martirizar a mis compañeros con mi inagotable verborrea, decido caminar en solitario y  reencontrarme con mi interior. Aunque sea por obligación, me pliego a los sabios consejos de un peregrino al que hemos adelantado en el camino, y que nos acusa de: hablar mucho, meditar poco y no escuchar nada el camino. ¡Bendita mudez!

Ensimismado en mis pensamientos y recogido a la meditación, voy caminando como un perro sin amo. Ahora avanzo a velocidad de vértigo, luego me paro para esperar a un amigo y más tarde vuelvo a ponerme casi en cabeza de la marcha.

En la cuesta de Salceda alcanzo a dos Peregrinos de los de verdad, él cargado con dos gigantescas mochilas, y ella cojeando de manera lastimera. La fatigosa moza intenta liberar el peso de una de sus maltrechas caderas, apoyándose en un rudo palitroque, pesado, curvado y astillado. Intercambio unas breves palabras con ellos, les pregunto si necesitan algo y les animo a seguir adelante, aunque me apena el caminar de la joven y les compadezco al ver su lastimoso estado y el tramo de camino que aún les falta para llegar a Santiago. Al despedirme de ellos estoy a punto de entregarle mi vara a la moza, pero me arrepiento en el último instante y decido cortar una para ella. Una vez localizada y cortada la rama, aminoro el paso y voy adecentando el bastón para entregárselo a la lesionada.

Al llegar a A Rúa detengo mis pasos en espera de la pareja de sufridores, pero como vienen muy lejos, desando el camino hasta llegar a ellos y les entrego el bastón. Ambos sonríen, me da las gracias, nos despedimos y yo sigo adelante.

El pausado ritmo, la dichosa vara y a las idas y venidas me han alejado de Ginés, David y Paco Victoria y me encuentro en tierra de nadie. Harto de caminar en solitario detengo mis errantes pasos en el antiguo albergue de Santa Irene para aguardar a los rezagados. La espera se hace un poco larga, pues Ana y José Castel vienen algo poco averiados y avanzan con cierta dificultad.

Al llegar a mi altura les informo que ya queda poco para alcanzar a la meta, craso error, pues he olvidado que el final de la etapa es O Amenal y no O Pedrouzo.

Cercanos O Pedrouzo recibimos una llamada de Evaristo informándonos de que ha llegado a destino y ha localizado un lugar comer. Aunque debido a lo tardío de la hora, nos ofrecen un menú de 9 euros sin demasiadas opciones para escoger, pues de lo que pregonaba la carta solo quedan migajas. Vía telefónica, también, nos enteramos de que Genma ha caído en el mismo error que yo y está detenida en O Pedrouzo pensando nuestra llegada. Le hacemos ver que está equivocada y que debe continuar caminando hacia adelante, hasta alcanzar O Ameal.

Al llegar a destino, en el Hotel Ameal, nos reagrupamos y degustamos las sobras de las cacerolas. La comida es sabrosa y está bien elaborada, pero el servicio es algo lento. Además, debo de caerle mal a la camarera, pues necesito hasta cinco intentos para que me sirva una botella de agua con que acompañar la pitanza. Botella, que nada más posarse en la mesa desaparece de mi lado y viaja hacia el otro extremo, donde los  buitres agotan hasta el último trago pensando que era comunitaria. Debo, entonces, volver a luchar con la camarera para que me traiga una nueva  botella, aunque esta vez, procuro que no desaparezca de mi vista.

Concluida la comida pedimos cafés y alguna infusión. De repente, aparecen las prisas, los cafés desaparecen de las tazas en un segundo y el personal se vuelve histérico. Sin embargo, las infusiones no admiten prisas, ¡están ardiendo! Paco Troya y yo casi nos abrasamos la garganta al intentar tomárnoslas a la carrera.

Hacia las 16 horas partimos en búsqueda de nuestros amigos del grupo B que han caminado hasta O Monte do Gozo. Curiosamente están todos esperando en el lado contrario de la carretera, así que el conductor debe localizar un lugar para estacionar, a la derecha del sentido de la marcha que llevamos, y esperar a que los desorientados crucen la vía y se dirijan hacia donde nos hallamos aparcados.

Tal y como estaba previsto, nos dirigimos hacia el cabo Finisterre para realizar una visita turística. Al poco de acomodarnos en el autocar el personal cae rendido al reparador sueño y viajamos en silencio hasta que avistamos la Costa da Morte.

La tarde luce soleada y esplendorosa, y el Atlántico mece sus olas, normalmente encabritadas, en calmosa y tranquila armonía. En los patios de las viviendas de Corcubión varias familias aprovechan la bondad del clima para disfrutar de los reconfortantes y desacostumbrados rayos solares, tan escasos por la zona.

Debido al horario del conductor vamos algo justos de tiempo y por ello apenas permanecemos unos 40 minutos en el lugar. Tiempo suficiente para disfrutar del idílico paraje, sellar algunas credenciales y tomar imágenes para el recuerdo.

Desgraciadamente no hemos podido disfrutar de la puesta de sol en el mágico lugar, pero de pronto la luna aparece por el horizonte y un exclamativo ¡oh! parte de la garganta de algunas GrManas. El ¡oh! se hace extensivo a una mansa vaca pastando, a la belleza del paisaje y… ¡cómo no! ¡Al olorcillo que infecta el autocar!

De nuevo en Santiago, abandonamos el autocar a la carrera para ser los primeros en hacer la liquidación en el hotel, y así evitar las colas y las prisas de la mañana.

Algunos aprovechamos para preparar las maletas, para ducharnos y para volver a salir a cenar. ¡Hoy si con el pelo bien seco! ¡Por fin algo de cordura!

Somos tan originales, que la mayoría volvemos a coincidir en la misma zona de bares, pero nos distribuirnos por diferentes locales según nuestras preferencias.

La cuadrilla de solteras/os nos adentramos por el Restaurante “Los caracoles” para cenar. Allí nos atienden un par de jóvenes y serviciales camareros. Atentos, guapos y de buen porte, según opinión de las mozas, aunque algo amanerados y con una ligera pérdida de aceite para gusto de Paco Ortega y un servidor. Como somos un grupo bien avenido pedimos, entre otras cosas, queso (que no les gusta ni a Ana y ni a Ginés) y caracoles (que solo nos gustan a unos pocos).

Acabada la cena, Carmen y Ana se van de procesión, los marchosos al Casino, y yo a descansar. Más me valdría haberme ido de juerga con ellos, pues la banda sonora de una de las procesiones que discurre por las inmediaciones de la Catedral, nos martiriza hasta pasadas las dos de la madrugada con sus fúnebres y estruendosas saetas, impidiéndonos conciliar el sueño. ¡Porca miseria! 

  1. Quinta etapa: O Amenal – Santiago – Vuelta a casa.
Miércoles 23 de abril de 2016.

Adormilados por la noche de insomnio bajamos al comedor para competir con nuestros compañeros en la ingesta de viandas del suculento desayuno.

La vara mágica sigue cumpliendo con su cometido y la jornada de cierre del Camino amanece nublada pero sin amenaza de lluvia momentánea.

Una vez finiquitados los trámites del hotel, los currantes acarreamos nuestros pesados bultos por las calles de la ciudad, en dirección a la plaza Galicia, para cargarlos en el autocar. No así los pensionistas y algún que otro turista que se limitan a dejarlos en el hotel, pues ellos no regresarán en avión con nosotros al disponer de algunos días más de vacaciones. ¡Bien por los jubilados¡ ¡A disfrutar!

El autocar transporta a los componentes de cada grupo a su punto de partida: El grupo A partirá de O Amenal y el grupo B del mítico Monte do Gozo.

Los primeros kilómetros de la etapa del grupo A transcurren por caminos que delimitan con praderas y bosques de eucaliptos, hasta que nos topamos con el Aeropuerto y nos vemos obligados a dar un amplio rodeo para salvar las pistas de aterrizaje. Tras superar las instalaciones aeroportuarias llegamos San Paio y poco después cruzamos la vía de acceso al aeropuerto para dirigirnos a Lavacolla. Al cruzar el pueblo algunos nos despistamos, tómanos un rumbo equivocado y debemos retroceder sobre nuestros pasos. Una vez recuperada la senda correcta nos damos cuenta que falta Carmen que se había quedado fotografiando una curiosidad del lugar.

A la salida de la población, obligados por las circunstancias, nos detenemos para localizar a la despistada y reagruparnos, momento que le sirve a Maribel para enganchar un cartelito en un poste de la luz, en el cual deja sus datos personales por si algún peregrino ha encontrado su pulsera extraviada y quiere devolvérsela ¡Que ingenua la moza!

Una vez aparecida la rezagada cruzamos el río Sionlla y al poco nos topamos con una corta pero exigente subida en la carreta que nos hace jadear. En plena cuesta, un señor mayor detiene su automóvil en medio del asfalto, obligando a los caminantes a apartarse a la cuneta y varando el paso a un sufrido ciclista. El motivo de la extraña parada no es otro que enseñarle al pedaleador un artículo artesanal. El de la bicicleta pone cara de fastidio y escucha las explicaciones del lugareño, pero al percatarse de que el artesano le ha detenido para venderle un recuerdo del Camino, pone cara de pocos amigos y le despide con gesto airado.

Desde aquí hasta a Santiago el asfalto será ya nuestro compañero de aventuras. Primero para adentramos Vilamajor, después en Neiro y, al poco, acompañarnos al exterior de las instalaciones de la TV Gallega.

Próximo a las TVG localizamos un bar y hacemos una parada para tomar algo. Nos sirven unas cervezas en vaso y al querer transportarlas, todas de una vez, a la mesa derramo hasta la última gota de una de ellas. Paco Victoria que sido testigo de mi torpeza, en primera persona, pide otra bebida y lleva a la mesa. Yo, que no me he dado cuenta de su gesto, regreso a la barra, pido otra cerveza y la deposito encima de la mesa donde estamos. Cada cual se afana con su bebida pero… ¡sobra una cerveza que no parece no ser de nadie! ¡Qué curioso!

Al abandonar el bar volvemos a dar alcance a un peregrino al cual ya hemos adelantado cruzado cuatro veces. Él a ritmo, pero constante. Nosotros a la carrera, pero a tirones y sin constancia. ¡Llegará antes la tortuga que la liebre!

Hacia mediodía avistamos el Monte do Gozo. Hacemos una leve parada para reagruparnos, nos fotografiamos junto al horrible monumento y partimos rumbo a Santiago. ¿Cómo no? En la bajada volvemos a adelantar al peregrino (¡y van 5!)

Tal y como habíamos acordado, entramos todos juntos en la anhelada Santiago para compartir el momento y finalizar la aventura jacobea en compacta armonía.

Después de merodear un rato por las calles de la ciudad nos dirigimos a Ronda de San pedro para la localizar el Restaurante O Dezaseis, donde celebraremos la comida de despedida del finiquitado Camino.

Debido a que aún es muy temprano para comer, la mayoría tomamos rumbo a la plaza del Obradoiro, para hacernos unas fotos como colofón a la gesta peregrina, y de allí a una calle próxima, para conseguir la Compostela. Sin embrago, la cola de peregrinos que quieren obtener el salvoconducto para entrar en el cielo es tan alargada que algunos de nosotros desistimos del empeño. Tal vez porque éstos hayamos sido abducidos por lucifer y estemos condenados a consumirnos con él en el infierno. ¡Si es para la eternidad, mejor en el lugar del pecado, junto a los truhanes y transgresores, disfrutando de las prohibiciones de la vida libertina!

Concluido el Camino Ana supera sus achaques; Pepe olvida su espolón; Rafael Morales recupera el habla; Castel olvida sus ampollas; yo mejoro de mi afonía; y… ¡Rafael Cañero recupera la salud! ¡A buenas horas mangas verdes!. Por desgracia, Josep Mª mejora de su rotura fibrilar, pero tardará dias en recuperarse.
Los encargados de la comilona han tenido la infeliz idea de escoger un menú cuyo plato principal es el “Rabo de toro”. ¡Entiéndase por rabo el apéndice que espanta las moscas! ¡Conviene aclararlo pues aquí hay mucho mal pensado!.

Como no podía ser de otra manera el dichoso rabo da un juego espectacular. Montse Escarré, Antonio Gil y yo recibimos una porción de forma tan peculiar que parece que sea para llevárnoslo puesto, y no para degustar. Fina Castillo y María Morales exclaman sin rubor: - ¡Qué rico está el rabo!, tras cogerlo delicadamente con los dedos, llevárselo a la boca y degustarlo con cierta lascivia. Otros y otras  comensales afirmar que no habían probado el rabo, pero que está rico y es muy sabroso. ¡Allá cada cual con sus experiencias y sus gustos!

Pero si lo que sucede en nuestra mesa es inexplicable, lo de la mesa del fondo ronda la indecencia. Los comentarios sobre quien lo come mejor, quien lo chupa con más delicadeza y quien parece ser el más experto en el trato con el mismo, se suceden repetidamente. Tal es el estado de desvergüenza que algunas mal llamadas amigas, acusan a Ángels de ser una auténtica maestra en el arte de comer el rabo, pues ésta deja los huesos más limpios y pelados el culo de un bebé tras la pertinente ducha. En fin, que si tomamos en cuenta solamente los osados comentarios, aquello más que una comida es una auténtica bacanal.

Del resto de paltos de menú nadie se acuerda. Eso sí, tomamos cava catalán (¡qué casualidad!), café de  puchero (bastante insípido para mi gusto), y unos chupitos de miel, hierbas y orujo que o están mal.

Finalizada la comida, nos despedimos de los que permanecerán en la ciudad y le encasqueto la vara milagrosa a Ginés, (aunque Paco Troya también se había ofrecido a transportarla hasta Terrassa) ¡Gracias a ambos!.

Ya en la calle, y en espera de la hora de partida, los condenados regresamos al lugar donde expiden la Compostela, otros/as se van de  visita turística, y los rezagados invierten los caudales sobrantes en compras de última hora.

A  hora convenida nos encontramos en la parada del autocar y partimos rumbo al aeropuerto. Los atentados de Bruselas nos aconsejan llegar con antelación a la terminal y así salvar con tiempo las extremas medidas de seguridad previstas.  A pesar de todo, Rafael Cañero y Anna son cacheados detenidamente, y Gemma sufre un susto pasajero al traspapelar un documento que la impide embarcar. Por suerte, todo queda en nada y accedemos a la sala de espera sin problemas. Pero como nos temíamos, el vuelo va cierto retraso y la espera se hace interminable.

Con una hora de retraso sobre el horario previsto accedemos al avión y volamos sin contratiempos hasta Barcelona. Allí nos espera el autocar que nos trasladará  a nuestros respectivos lugares de residencia. Cansados y somnolientos, pero felices por el reto superado, satisfechos por la inigualable experiencia vivida, y dichosos de haberla compartido con estos inmejorables amigos, ponemos punto y final a siete temporadas de enriquecedor, gratificante e inolvidable peregrinaje.
  
Blog de GRManía
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