domingo, 17 de noviembre de 2013

Camí de Sant Jaume. (19/01/2013).

De Can Massana a Igualada. (19/01/2013).

Con una semana de retraso a causa de las inclemencias meteorológicas, retornamos a Montserrat para recorrer el paraje que nos conducirá a Igualada.
Inesperadamente y por sorpresa, la mañana amanece oscura y lluviosa, y más de uno nos llevamos una ingrata sorpresa al levantar la persiana y comprobar que el agua puede ser nuestra inseparable compañera durante la jornada. Quien más quien menos es asaltado por la duda de si seguirá en pie el plan o se habrá declarado una nueva suspensión a fin de evitar el aguacero.

Como suelo ser de los últimos en llegar al embarque y hoy he llegado de los primeros, mi corazón sufre un aceleramiento repentino ante la ausencia del autocar en el parquin y la imperceptible presencia de GRmanos  en el lugar de nuestro encuentro. Sin embargo, para alegría de mi cuerpo y sosiego de mi corazón, a escasos metros de mi destino oigo voces amigas y percibo movimiento en la parada del autobús.  Cuatro madrugadores Grmanos, adelantándose al autocar, se han cobijado allí de la molesta lluvia y me dan la bienvenida entra sonrisas de complicidad y suspiros de alivio por las dudas despejadas.

A parte de la inesperada lluvia, la mañana nos depara otra desagradable noticia. Joan Lluis nos informa de que nuestros amigos, Antonio y Maribel, han debido suspender su participación en la etapa, a última hora, ante el empeoramiento del estado de salud de la madre de Antonio. Desde la lejanía todos deseamos una mejoría de la enferma, aunque los que conocemos su estado sentimos cómo la preocupación hace mella en nuestra mente. Nadie, sin embargo, imagina que el fatal desenlace esté tan próximo. Desde aquí, amigo Antonio, todo mi apoyo, un fuerte abrazo y ánimo para seguir luchando pues la vida sigue su curso y nos quedan muchas alegrías que compartir.

Más callados de lo normal, preocupados y expectantes, observamos la lejanía e intentamos descifrar qué nos deparará el tiempo en las próximas horas. A medida que abandonamos el Vallès y nos acercamos al punto de partida el cielo nos da una tregua y poco a poco van desapareciendo los amenazadores nubarrones que oscurecían nuestro panorama.
La orografía de la etapa de hoy presenta alguna que otra dificultad en ciertos tramos iniciales, según los informes de nuestros ilustres Pedro y Josep que, tras muchos años de batallas y peleas con la muchachada han decidido colgar los hábitos, ceder la tiza a la juventud y dedicarse a aventureros exploradores de rutas diversas. La lluvia de los pasados días y la helada nocturna complican un poquito más estos tramos y disuaden a algunos GRmanos/as de de tal aventura. Finalmente el grupo se fragmenta en dos. Mientras la mayoría de los caminantes se desplaza  en autocar hasta el punto de partida de la etapa de hoy, Can Massana (lugar donde finiquitamos la anterior etapa), los más valientes (14) afrontamos el tramo inicial, pedregoso, de toboganes y algún que otro paso dificultoso, con decisión y alegría. Eso conlleva la imposibilidad de reencontrarnos ambos grupos durante la etapa, pues nos separan unos 6 Km y dos horas de camino.

Comprenderéis que no puedo hacer mención de lo sucedido en el grupo delantero, así que me ceñiré exclusivamente a acaecido en los Indiana Jones.
Abandonada la carretera nos adentramos en el bosque por una estrecha, pedregosa y empinada senda. Las bajas temperaturas nocturnas han dejado sus huellas en forma de helada en las hojas de las encinas, madroños, aladiernas, madreselva, bojs y demás pobladores del citado bosque y también en los pequeños charcos del camino, aun congeladods. Mientras transitamos por entre el arbolado, el frío cala nuestros huesos y el vaho que desprenden nuestras vías respiratorias confirma el contraste de temperaturas. En fila de a uno avanzamos a buen ritmo hasta superar el desvío de la Teresita donde sufrimos la primera pérdida en nuestro transitar. El que creíamos infalible guía (Don Jaume Pavón) das muestras de flaqueza y pierde el rumbo, lo que nos obliga a convertirnos en improvisados escaladores. Por suerte, el otrora infalible y avezado explorador,  se percata  de su error y nos conmina a detener la marcha, volver sobre nuestros pasos  y localizar el camino correcto. La agudeza visual, la astucia y el olfato felino de Ana y Carmen apaciguan las dudas, liberan la congoja que devoraba nuestro interior y ¡benditas ellas! nos devuelven a la senda correcta.  

Aunque solo sea por una vez y “sin que sirva de precedente”, de justos es reconocer que el ingenio de las féminas fue más certero que los Gps de Don Pavón, Don Ginés y el de un servidor (que no tenía ni la más repajolera idea de cómo funcionaba).

Reiniciada la marcha, en un descuido involuntario, apunto estoy de ensartar a Ana con uno de mis bastones, por lo que recibo la correspondiente y merecida reprimenda y aunque prometo no volver a caer en el error, solo el tiempo confirmará si cumplo o no mi promesa. Si alguno de ustedes, en el futuro, vuelve a ser agredido por otro de mis bastones ruego perdone mi torpeza y tenga la seguridad de que el ataque fue absolutamente involuntario por mi parte. Si mi neurona tiene problemas para caminar y respirar a la vez, pónganse en mi lugar, si a lo anteriormente citado, añado el hecho de controlar los bastones mientras hablo sin parar de temas banales.

A medida que discurre la mañana (ya sin nubarrones en el horizonte) ganamos altura y el paraje nos regala sus maravillosas vistas. A nuestros pies el Bages surcado por el Llobregat, algo más lejos las tierras del Vallès, un poco más allá el Montseny y en lontananza el Prepirineo y los Pirineos coronados por el manto de blanca nieve en sus cotas más altas.
A mitad de nuestro suplementario camino ascendemos por una empinada escalinata, aferrados a una cadena que facilita el ascenso e impide el salto al vacío de los peregrinos. Minutos más tarde atravesamos, a gatas, un pedregoso y resbaladizo paso, último obstáculo en nuestra aventura por estos lares.

Durante en buen rato caminamos al amparo de las agujas y rocas graníticas de Montserrat, entre las que destacan la cadireta que sirve de parada para reagrupar la minúscula pero dispersa manada y remojar el gaznate, mientras los amantes del arte inmovilizan con sus cámaras tan preciado trofeo.

De improvisto, se produce un despelote general de jerséis y sudaderas con el fin de aliviar los calores del cuerpo. ¡No imaginen los malpensados ningún tipo de orgia o bacanal entre los allí presentes! Todos, incluso un servidor, somos gente decente.
Poco a poco el gusanillo del hambre hace acto de presencia en nuestros estómagos. Inconscientemente aligeramos la marcha hasta el merendero situado en Can Massana donde, apoltronados en las mesas, degustamos nuestros manjares mientras combatimos el frío que cala nuestros huesos. Corren las galletas, el chocolate, los apetitosos frutos secos de Don Ginés, el morapio de Don Ortega, el delicioso té de Doña Cati y un exquisito bizcocho de chocolate, elaborado por la parienta de Don Pavón, con el cual el susodicho guía pretende pagar sus pérdidas de rumbo mañanero. Sin embargo, serán necesarios, como mínimo, un par más de bizcochos como ése para que nuestra confianza en el faro del grupo vuelva a ser la que fue ¡Apuntado queda!

Algún ingenuo osa comentar lo difícil que será atrapar al grupo delantero, ante lo cual se desatan una serie de maliciosas carcajadas que delatan la candidez del comentario. Poco después constataremos que mientras nosotros recorremos los últimos 6 Km, los más listos hace ya rato que recorren las calles de Igualada, beben cerveza en sus terrazas, visitan lugares de interés y alguna que otra saca brillo a sus tarjetas y vacía su monedero en compras varias. Bragas y calzoncillos se llevan la palma, entre las compras compulsivas de los/as GRManos.

Dejamos atrás Can Massana y afrontamos un corto pero duro tramo en ascenso que nos llevara a coronar el Bruc. De nuevo nuestro despistado guía pierde el rumbo y nos obsequia con unos centenares de metros de propina, aunque nuevamente rectifica a tiempo y tras desandar un trecho del camino nos conduce de nuevo a la senda correcta. Mientras tanto, inútilmente, sigo luchando con mi incapacidad para poner el Gps en funcionamiento. Mi ignorancia en el tema me impide sacar provecho a las horas empleadas por Don Josep Ferrer en acondicionar mi aparato. Tendré que volver a clase y prestar más atención a las explicaciones del experto para no reincidir en el error y aprovechar las virtudes del aparatito en cuestión.
Franqueamos la A2 por un puente sobre la misma y nos sumergimos en la tortura del asfalto que no abandonaremos hasta el final de nuestra etapa.

Atravesamos Castellolí donde ondean múltiples y variadas senyeres y esteladas, dejando atrás carteles de “ SE VENDE” y huellas imborrables de los años de bonanza del ladrillo,  la cultura del pelotazo urbanístico y los sobres “negros”.  Vestigios imborrables del… ¿Qué hay de lo mío?

Más adelante, tras la pertinente reagrupación de los andarines a la altura de Ca N’alzina, somos asaltados por un nauseabundo olor a cloaca y estiércol que penetra en la pituitaria y se mezcla con un arduo debate literario sobre las 50 Sombras de Grey, su calidad literaria, la veracidad de la historia, la sexualidad femenina y otros temas para nada baladís.

Cocidos los pies por el asfalto nos aproximamos a Igualada, a la entrada de la cual nos dirigimos a una gasolinera, no  para repostar sino para liberar nuestras vejigas. Previa petición de la llave procedemos a la micción y liberados de nuestra angustia afrontamos los últimos pasos de la mañana en dirección a la plaza en la cual, bien aposentados, nos esperan nuestros amigos para dar cuenta de la comida y la ansiada cerveza de costumbre.

Al calor de los oblicuos rayos de sol del mediodía. Aposentado en su mesa, con el puño cerrado y los caudales a buen recaudo, Don Paco Ortega suelta la mosca y procede al reparto de los dineros de la lotería de Navidad. Más que ganar hemos dejado de perder un poco, pero menos da una piedra y algo es algo.

La algarabía por el cobro, es aprovechada de inmediato por Josep Ferrer para atracar nuestros bolsillos con el adelanto de la reserva del Camino de Santiago. Y como bien sabemos todos que la alegría es efímera en casa del pobre,  lo que acabamos de coger con una mano sale multiplicado por dos, por la otra, para no regresar jamás. ¡Nuestro gozo en un pozo!

Finiquitado el ágape enfilamos pausadamente el camino hacia el autocar, pero no todos llegamos a nuestro destino en tiempo y hora, pues unos compradores compulsivos descubren una tienda de rebajas y en manada invaden el local, vacían las estanterías y, sin miramiento, hacen acopio de bragas y calzoncillos de cierta marca. Los hay que compran las prendas en paquetes de a siete (una para cada día de la semana), otros las adquieren paquetes de a cuatro (una para cada semana del mes) y los más agarrados (por no decir otra cosa) salen provistos de paquetes de a doce (una para cada mes). Yo no necesito comprar, pues aun me duran los de este año y apenas llevamos transcurrido un mes del presente 2013.

Tras la pertinente espera, los comentarios de turno y alguna que otra indirecta, nos acomodamos en el autocar y emprendemos el retorno a nuestros hogares. La cortedad del trayecto apenas permite a una cabezadita que silencia el ambiente pero no da lugar a los consabidos ronquidos.

Fotos Etapa (Blog de GRManía).



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