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lunes, 2 de mayo de 2016

El Camino de Santiago 2016 (año 7).

    1. Rumbo a Santiago y Primera etapa: Sarria - Portomarín.

Sábado 19 de marzo de 2106. (Madrugón, sobresalto y de camino)

¡Menudo madrugón! Pasan apenas unos minutos de las tres de la madrugada y voy caminando por la Avenida Barcelona en dirección a la parada del autocar, parsimonioso, somnoliento y cargado de trastos como un vagabundo solitario.

A la hora convenida, el vehículo de pasajeros asciende por la avenida y se detiene en el lugar acordado. Me acomodo en uno de los asientos delanteros y partimos de inmediato rumbo a la siguiente parada para recoger a Carmen Nieto y Paco Ortega que, puntuales, permanecen a la espera. Embarcados éstos, continuamos la ruta en pos de nuevos pasajeros. Mas, para sorpresa general, Evaristo, David y Mª Ángeles no se hallan en el lugar convenido. Al parecer, el “Dire” había entendido que saldríamos algo más tarde y la moza ha tenido que volver al coche a recoger los palos olvidados. Nada grave, pues en cinco minutos todos están acomodados a bordo. Continuamos, entonces, con la recolecta de trasnochadores hasta alcanzar la Riera del Palau, donde aguardan Maribel, Fina, Antonio y Carlos, y una vez acomodados éstos, partimos hacia la última parada donde subirán el resto de Peregrinos.

Con tiempo de sobra abandonamos Terrassa por la desangela autopista de peaje. De pronto, un hediondo y tóxico olor a quemado irrumpe en el interior del autocar. Los pasajeros del fondo dan la voz de alarma y de inmediato el conductor se desvía hacia un área de servicio para detener el vehículo y evaluar los daños. Al descender del autobús, observamos que de la parte trasera del mismo, junto a las ruedas, emana un espeso, negruzco y pestilente humo producto de la quema de alguno de los mecanismos del vehículo de pasajeros. De inmediato todos miramos nuestros respectivos relojes y cruzamos los dedos para que aquello sea  un contratiempo de fácil y rápida solución, pues de lo contrario estaría en peligro la partida en el avión y la llegada a nuestro destino. Tras ponerse en contacto con el encargado de la empresa, el conductor nos informa que el humo emergente se debe a una leve reparación llevada a cabo la tarde anterior, y que con precaución y ciertas reservas, podemos continuar nuestro viaje, ya que el problema acaecidon debería solucionarse en cuanto el autocar rodara unos cuantos kilómetros.

Pasado el sobresalto, reiniciamos la marcha, aunque lo hacemos con la mosca detrás de la oreja. ¡Mal empieza el día! ¡Viaje accidentado y Rafael, enfermo! Finalmente, llegamos con suficiente antelación al aeropuerto, realizamos los trámites de embarque y partimos puntuales y jubilosos rumbo a Santiago.

El viaje de apenas dos horas transcurre con normalidad. Unos intentan recuperar el sueño perdido dormitando plácidamente en incómodas posturas. Otros roncan ruidosamente sin consideración alguna hacia los desconocidos viajeros que les rodean. Y los más charlatanes y locuaces consiguen entablar amenos diálogos con los pasajeros de su fila de asientos.

Después de aterrizar y recoger el equipaje facturado, nos dirigimos a la salida y allí nos encontramos con el alegre y ruidoso recibimiento de nuestros compañeros de avanzadilla. ¡Qué bien viven los jubilados! Luego de los pertinentes saludos nos encaminamos a las afueras para coger el autobús que nos acercará a Sarria. Para sorpresa mía, cuatro desconocidos se han acomodado en los asientos de la parte trasera de nuestro supuesto autocar. Al principio pienso que nosotros nos hemos equivocado de vehículo, pero al instante recapacito (¡cosa rara en mí!) y llego a la conclusión que son ellos los invasores. Finalmente, y cuando estoy a punto de dirigirme a los intrusos para informarles de su error, mis compañeros de aventuras me informan de que los cuatro extraños pasajeros han sido invitados a viajar con nosotros hasta Sarria por los amigables charlatanes del avión.

Tras más de una hora de viaje por carreteras enrevesadas alcanzamos Sarria (final de trayecto del año 2015  y punto de partida de este 2016). Todos menos Rafael que debido a su enfermedad ha tenido que coger un taxi y dirigirse al hotel en lugar de a caminar. Allí despedimos a los infiltrados y nos agrupamos delante del Albergue del Monasterio de la Magdalena, situado frente a la tapia del cementerio, para inmortalizar la partida con varias instantáneas.

Bien entrada la mañana, los del grupo A nos ponemos en marcha para recorrer la distancia que nos separa de la meta. Mientras, los del grupo B regresan al autocar para dirigirse a Belante, su punto de partida.

A las afueras de Sarria, tras cruzar una avejentada vía férrea, salvamos un alegre riachuelo por encima de unas piedras aposentadas en el lecho del mismo, y poco después nos topamos con un gigantesco, envejecido y centenario roble que nos acoge en su seno para acompañarnos en una fotografía tomada por Antonio.

A pesar de que las previsiones meteorológicas para la jornada no eran demasiado halagüeñas, el Dios de la atmósfera se apiada de nosotros y nos regala una jornada fantástica. Nubes y claros, pero una temperatura ideal para caminar.

Como no podía ser de otra manera, vamos a nuestro libre albedrío y caminamos a ritmos diversos y totalmente desperdigados. En nuestro espaciado transitar nos adentraremos por el precioso y espectacular paisaje Gallego. Avanzamos alegres y embobados por inigualables caminos y sendas cobijados al amparo de la arboleda. Y vamos dejando a nuestro paso tupidos bosques, verdes praderas, variada vegetación y las primeras flores de la primavera; caudalosos ríos y pequeños riachuelos; desbocados regueros que empapan caminos y tierras de cultivo; animales domésticos encerrados en sus cercados y pequeñas aves e insectos en libertad; caseríos solitarios y los típicos poblados de los “concellos o parroquias Galegas”, (a veces tan extensos y dispersos que es imposible dilucidar sus límites); robustas viviendas rodeadas de fructíferas huertas y descuidados hórreos; olorosas cuadras y embarrados corrales; inmensas y deslucidas naves que cobijan aperos de labranza; y por supuesto, envejecidos, parsimoniosos  y sufridos lugareños enfrascados en sus rurales quehaceres cotidianos.

Hacia el mediodía, poco después de detenernos en un bar de A Brea, a tomar una cerveza, comenzamos a buscar un establecimiento donde comer. Alcanzamos  Morgades pero descartamos el bar Casa Morgades, donde ofertan un completo menú de 10 euros, ya que nos parece aún demasiado temprano parar comer. Bien hubiéramos hecho en repostar en aquel lugar,  pues al llegar a Ferreiros nos encontramos con la desagradable sorpresa de que el Restaurante que yo conocía está completo y nos vemos condenados a comer en el bar que hay junto al Albergue. ¡Buen servicio, pero más caro y de peor calidad que en los otros sitios!

Nuestro desorden y el cansino caminar de la mañana hace que vayamos con algo de retraso, así que nada más concluir la comida partimos rumbo a la meta. Lo que hasta entonces había sido gandulería y pasotismo se convierte de repente en una desenfrenada carrera de velocidad. Primero para no llegar demasiado tarde al destino, segundo porque albergamos la esperanza de atrapar a los últimos del grupo B, y tercero porque negros nubarrones otean el horizonte y no queremos llegar empapados.

A medida que nos vamos acercando al valle del Sil el cielo comienza a cubrirse de gris y la tormenta se dirige hacia nosotros. Con Portomarín a la vista, nos damos cuenta de que han desviado el camino y nos vemos obligados a rodear un montículo, por la izquierda, antes de alcanzar la carreta que cruza por encima del pantano. Por entonces pequeñas gotas de lluvia hacen acto de presencia y cada cual se las apaña como puede para intentar evitar el aguacero.

Una vez atravesado el pantano nos topamos con una empinada y agotadora escalinata que, a modo de templo azteca, nos da la bienvenida a Portomarín, fin del trayecto.

Contrariamente a lo que presagiábamos, la lluvia se ha apiadado de nosotros y nos ha ofrecido una inesperada tregua. Así, hacia las 17 horas nos concentramos en la plaza del pueblo y, completamente secos, damos por concluida la jornada.

Finalizada la primera etapa, vemos que han surgido algunas complicaciones. Josep Mª ha sufrido una lesión muscular que le ha impedido completar el recorrido, y Rafael sigue penando su indisposición en el hotel.

Cuando caminamos rumbo al autocar, para dirigirnos Santiago, la lluvia hace acto de presencia. Parece como si hubiera estado esperando a que nos halláramos bajo techo, pues nada más cobijarnos en el autocar se desata una inmisericorde y desbocada tormenta de agua y granizo que nos confirma nuestra buena suerte.

Nada más llegar a la capital Jacobea, comprobamos de inmediato quienes son los turistas y quienes los verdaderos peregrinos. Los primeros son desembarcados frente a las puertas de su lujoso hotel, mientras que los sufridores penitentes nos  vemos obligados a deambular por el centro de la urbe, cargados con nuestras pesadas maletas, antes de vislumbrar nuestra monacal hospedería. Para postre pasamos por delante de una tentadora pastelería que ofrece sus delicias a los paseantes, pero nadie parece verla y debo posponer la cata para mejor ocasión.

Después de acomodarnos en nuestras respectivas estancias, al atardecer, nos reunimos por grupos afines para adentrarnos en las empedradas calles de Santiago. Los peregrinos hacemos una rutinaria exploración de reconocimiento por la parte vieja de la antigua de la ciudad, por nuestra cuenta, mientras que los pudientes se montan una cultural visita guiada para conocer de buena mano los entresijos de la milenaria Compostela.

Eso sí, a la hora de la cena aparcamos las diferencias y damos rienda suelta a nuestro voraz apetito. Ya sea en el gato negro, el Cardeal, el Obispo u otros lugares de buen yantar, dejamos atrás penas y rencillas y devoramos todos los manjares que los camareros ponen ante nuestros ojos.

Rellenado el estómago, los más modosos nos vamos a descansar, los más sensatos a tomar un café y los más juerguistas al karaoke. No se sabe si a consecuencia de las canciones, de los cubatas o vaya usted a saber, el caso es que las mozas de la hospedería regresan alegres y revoltosas a sus aposentos y sufren las iras y el escarnio de alguno de los alojados en el Monasterio. En el otro establecimiento, según malas lenguas y para escándalo general, en una de las habitaciones del mismo parece ser que acontece una alocada, escandalosa e inacabable orgía. ¡Viva el ayuno, la abstinencia! que de la castidad… ¡Ni hablar! 


  1. Segunda etapa: Portomarín – Palas do Rei.
Domingo 20 de marzo de 2016.

Después de una noche que se suponía de descanso nos reencontramos de nuevo  en la parada del bus de la plaza de Galicia, frente al hotel de nuestros amigos.

La mañana se presenta fría y lluviosa y por tal motivo una facción femenina del grupo B declina realizar la caminata y decide emplear el día en recorrer Santiago.

La comidilla del autocar sigue siendo la bacanal de la noche anterior en el hotel. Los entendidos en la materia habían llegado a la conclusión de que los lujuriosos amantes deberían ser aquellos que se presentaran con cierto retraso a desayunar y qué, a su tardanza, añadieran una amplia sonrisa en el rostro y un relajado rictus. Sea o no acertada la conclusión de los expertos, el muerto recae sobre Antonio y Maribel, que cumplen al pie de la letra las dos premisas: son los últimos en aparecer por el comedor y lo hacen entre sonrisas y con una bobalicona cara de felicidad. Ellos, sin embargo, niegan la mayor y afirman conocer solo de oídos los bochornosos hechos. Teniendo en cuenta que Maribel es una mujer seria y de fiar creeremos en la veracidad de sus explicaciones. ¡Menos credibilidad tendría el argumento si quien lo firmara fuera mi amigo Antonio! ¿Verdad compadre?

A la hora prevista, con las bajas de las Pili (excursionista de secano), Rafael (que cae en la trampa de Pili y la acompaña a recorrer la urbe) y la de Josep Mª (al cual se le ha complicado su lesión muscular) abandonamos la húmeda y apostólica ciudad. En nuestro trayecto hasta Portomarín, la lluvia no cesa y el limpiaparabrisas del autocar se balancea, de un lado a otro de la luna delantera del vehículo, ininterrumpidamente y sin descanso alguno. ¡Mal presagio!

A la llegada a nuestro punto de partida, la lluvia desaparece y descendemos del autocar con la mosca detrás de la oreja pero libres del funesto aguacero.

Tal vez para aprovechar la tregua que las nubes nos ofrecen, o simplemente fieles a nuestro habitual comportamiento, los del grupo A salimos escopeteados y sin orden alguno. Tanto es así que apenas abandonar el casco urbano nos dispersamos y tomamos dos rutas diferentes. Unos pocos, por el camino de tierra que discurre por medio del bosque, y los más, por el arcén de la solitaria carretera. La excusa que ponemos nosotros para decantarnos por el asfalto es que el camino de tierra probablemente esté embarrado. Aunque la realidad es que no nos apetece retroceder unos metros para andar por la senda que es más larga.

Unos 40 minutos después de separarnos de nuestros amigos, me detengo en una arboleda que hay junto a la carretera, para cortar una vara, y al girar la vista atrás localizo, en lontananza, a los compañeros senderistas, lo caul demuestra que nuestra ruta era más corta, pues ellos traen un ritmo más ágil que el nuestro.

El trayecto inicial de la etapa discurre en permanente pero liviana subida, y fruto de ello vamos adelantando a los auténticos y sufridos Peregrinos. Éstos, sucios, sudorosos y derrengados, por la carga de repletas mochilas, jadean por el duro esfuerzo y nos mirar con cara de no entender nada. ¡Menudos Peregrinos!

Hacia el kilómetro ocho, nos detenemos en un bar de Gonzar para reagruparnos, tomar algo caliente y liberar las vejigas. Antonio y Maribel me invitan a un café con leche y por poco me abraso las entrañas, pues la leche está ardiendo y no hay Dios que sea capaz de engullir aquel incandescente líquido marrón claro.

Acabado el desayuno reiniciamos de nuevo la marcha. Una exigente cuesta  nos recuerda que no es conveniente hacer esfuerzos con el estómago repleto, y a consecuencia de ello el ritmo del grupo decae de forma alarmante. Mientras asciendo cansinamente y me voy afanando en adecentar mi vara mágica con mi afilada navaja GRMana. Concentrado, como voy, en el dichoso palitroque, me sumerjo, sin querer, en varios charcos del camino embarrando mis limpias botas.

Mis acompañantes, corroídos por la curiosidad, intentan que les explique, sin éxito, la finalidad de aquel prodigioso bastón. Sin embargo, yo me mantengo firme en mis principios y les invito a que esperen a finalización del artesanal trabajo.
¡Tranquilidad y paciencia, amigos míos! ¡Todo a su tiempo!

A poco de alcanzar O Alto de Hospital, una traicionera nube negra aparece por el oscuro horizonte y, amenazadora, encamina sus pasos en dirección hacia donde caminamos nosotros. Entones, y a pesar del que artilugio maderero no está lo suficientemente acondicionado (¡o eso creo yo!), me veo en la necesidad de revelar mi secreto y probar las mágicas propiedades del artilugio en cuestión. Así, convencido de la real valía de mi fetiche, alzo la vara al cielo y, en desafiante y chulesca actitud, conmino a los nubarrones a que cambien su diabólico rumbo si no quieren ser desintegrados por el asombroso poder de mi increíble amuleto. 
Desvelado queda, de aquella manera, el secreto de mi extravagante y demente ocupación.

Camino de Ligondes, donde nos han aconsejado comer, pasamos por diversos poblados y en uno de ellos Cati, Maribel, Ana y un servidor, nos adentramos en una cuadra para intercambiar pareceres con unas cuantas vacas que se hallan allí encerradas. A pesar nuestro esfuerzo y del loable empeño por entendernos con las rumiantes, no llegamos a establecer ningún tipo conversación con ellas. O los animales no tienen ni pajolera idea de nuestro extraño dialecto, o nosotros somos más borricos de lo que creíamos y no comprendemos ni un sonido de su jerga. ¡Esos sí, nos hacemos unas fotos con las cuadrúpedas para recordar el momento!

Hacia las dos del mediodía, Ana, Mª Ocaña, Maribel, Antonio, Josep Ferrer y yo alcanzamos el término de Ligondes y siguiendo las indicaciones recibidas del mesonero de Gonzar, nos detenemos en un bar que hay a la entrada del pueblo para comer. Para sorpresa general, allí nos encontramos con: Ginés, P. Victoria, Carlos, Gemma y David, que están degustando el postre y a punto de marchar.

Interrogados sobre la idoneidad del lugar, nuestros compañeros nos informan de que han comido bien y rápido, lo que nos anima a imitarlos. Ya de inicio la cosa se tuerce pues, después de media hora de espera, nadie viene a tomar nota de nuestros pedidos. Al principio nos lo tomamos con tranquilidad y observamos que todos tenemos varias llamadas perdidas de Evaristo. ¡Qué extraño! ¿Qué querrá el correcaminos? Entonces, el teléfono de Ana se arranca con una melodía bastante particular, y al descolgarlo la moza, ésta se entera de que el causante de aquel río de llamadas lleva rato intentando contactar con alguno de nosotros para conocer el paradero de su hijo David. Desenredado el entuerto regresamos a la infructuosa espera. El tiempo avanza y nosotros parecemos ser los tontos de la película. Finalmente la demora se convierte en interminable y crece el malestar. Más, cuando observamos que comensales que han llegado después que nosotros son servidos con mayor prontitud. Ya sea por H o por B, resulta que a la hora del café solo quedamos nosotros en el local. ¡Somos los últimos! ¡A lo mejor es que tenemos cara de tontos!

El retraso provocado por la interminable comida nos obliga a recorrer la distancia que nos separa de Palas do Rei a toda velocidad, pues somos los del pelotón de cola. Además, la tormenta, que hasta entonces nos ha respetado, parece querer contribuir a nuestra desventura y amenaza con empaparnos como una sopa. ¡Suerte que llevo mi vara espanta lluvia y realizo el conjuro infalible!
Ahuyentado el aguacero, ya solo nos queda rezar para que nuestros compañeros no nos maldigan por la tardanza, para lo cual imponemos un ritmo frenético a la marcha que exige a Ana, María y Maribel comportarse como velocistas.

Alrededor de las 17 horas llegamos a las inmediaciones de Palas Do Rei y nos adentramos en un Restaurante, ubicado a la entrada del pueblo, junto al Albergue, para sellar nuestras credenciales y dirigirnos con raudos al autocar. Allí, al amparo de las cuatro gotas que caen, se encuentran sentados todos nuestros compañeros, dialogando entre ellos y… ¿maldiciendo nuestra tardanza?

A las bajas de Rafael y Josep Mª, parece añadirse momentáneamente la del Comandante Pepe, ésta, provocada por un espolón en la planta de uno de sus pies. ¡Otro que no quiere caminar!

En el viaje de regreso, Cati se apodera del micro del autocar y repasa el programa de los próximos días: Aconteceres, etapas venideras, horarios, comida de grupo...

Ya en Santiago, descendemos en tropel del autocar y tomamos rumbo a nuestros respectivos hoteles. Al adentrarnos en la Rúa das Orfas me invade el olor de la pecaminosa pastelería y se me vuelve a hacer la boca agua. Por suerte, no soy el único goloso del grupo, pues Fátima también ha quedado prendada de los dulces que se exponen en aquel sugerente escaparate. Cómplices en el pecado, los dos decidimos (¡a espaldas de Paco Victorio, por supuesto!), programar una escapada secreta para la tarde día siguiente y degustar ¡por fín! aquellas exquisiteces.

Al llegar a la Rúa do Villar nos tropezamos con una procesión de las previas a la  Semana Santa, cuyos componentes van escondidos en sus vistosos capirotes rojos y perfectamente equipados de complementos y reliquias. Al dejarla atrás, alguno/a de los verdaderos creyentes se desplazan a la Catedral para oír misa, mientras que otros, los herejes, nos dedicamos a acicalarnos para salir a cenar.

Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, casi la mitad de los GRmanos nos citamos en el Cardeal. Aunque solo los espabilados encuentran sitio en el repleto local y el resto debemos esperar junto a la barra a que nuestros compañeros desalojen sus mesas. Sin embargo, éstos no parecen tener demasiada prisa en cedernos el puesto, así que es necesario enviar una comisión de sabuesos para que los locuaces olviden el palique descontrolado y levanten el culo de sus sillas.

Concluida la cena, cada cual enfoca la noche hacia la actividad que más le place. Los responsables, a sus aposentos; los tertulianos, a tomar café; los juerguistas, al Karaoke (P. Ortega entona un ”Boig per tú” que deja atónitos a los presentes); y los solidarios, acompañamos a Antonio García a la farmacia Bescansa a comprar unos  tapones para los oídos que le libren de los ronquidos del compadre Ginés.


  1. Tercera etapa: Palas do Rei - Arzúa. 
Lunes 21 de marzo de 2016.

El día amanece casi despejado, y al ser laboral nos topamos con el afanado trajín de los trabajadores que reponen las existencias de los establecimientos públicos.

Hacia las nueve de la mañana nos encontramos, otra vez, en la parada del autobús de la plaza Galicia para iniciar una nueva jornada de Peregrinación.

A medida que ascendemos al autocar vamos ocupando nuestros habituales asientos. Hoy, por fín, contamos con la presencia de nuestro compañero Rafael. Éste, algo mejor de salud,  permanece, sin embargo, estirado en el asiento trasero del autocar, silencioso, mustio y desmejorado. ¡Parece ser que el Camino y él no son buenos compañeros!

A la ya permanente baja del lesionado Josep Mª, hoy se añaden las del “sin voz”  Rafael Morales y las dos  féminas de su familia (Aurelia y Ana). Éstas, para no dejar al supuesto “mudo” sin vigilancia, deciden tomarse un día sabático y dedicarlo al turismo cultural.

Para cumplir con la tradición caminera, unas molestas ampollas se instalan en  los pinreles del señor J. Castel. Suerte que Fina Gamero va equipada con sus artilugios de enfermería y, mientras viajamos, le practica una cura de urgencia al averiado.

Aunque parece que hoy no será preciso utilizar los poderes de mi preciada vara, la llevo conmigo por si acaso. Mientras, mis nuevecitos palos de aluminio (acarreados por Cati desde Barcelona a Santaiago), siguen descansando en el fondo del armario de mi habitación.

La etapa de hoy ofrece infinidad de posibilidades y recorridos a la carta:  Así, el grupo D caminará desde unos cinco kilómetros antes de Melide hasta la citada capital del pulpo; el grupo C, acometerá la distancia que separa Palas do Rei de Melide;  el grupo B recorrerá el tramo que hay entre Palas do Rei y Rabadixo; y finalmente, el grupo A, llegará hasta Arzúa para acortar la etapa del día siguiente y disponer, así, de más tiempo para desplazarnos hasta Finisterre.

La soleada jornada transcurre por unos preciosos parajes naturales que nos invitan a disfrutar sus maravillosos encantos. Inigualables vistas, inconfundibles olores, silencios prolongados alternados con taimados sonidos de la naturaleza, un tranquilo y acogedor entorno, múltiples sensaciones, y placenteras vivencias nos acompañan a lo largo del benefactor día.

Gracias a la amabilidad del conductor que nos ha tocado en suerte, el autocar va avanzando al compás los peregrinos y cogiendo y soltando pasajeros según las necesidades de éstos. Además, el desparrame de caminantes es tal, que antes de mediodía la mayoría de los componentes de los diversos grupos estamos mezclados.

A la entrada de Melide (con el Pulpo nublando grabado en nuestra mente) algunos GRmanos nos paramos a visitar una iglesia, y a saludar a un cristo como manda la tradición, y allí coincidimos con varios compañeros.

Tras callejear un poco por Melide, nos dirigimos a Casa Ezequiel para dar buena cuenta del sabroso pulpo que allí se sirve. Según vamos llegando nos vamos a acomodando en las mesas de madera y vamos pidiendo conforme a nuestros gustos. Paco Troya y yo acordamos sentarnos juntos y compartir el pedido (pulpo a feria, cachellos y cerveza para beber). A uno de nuestros lados se sientan Mª Ocaña, Josep Ferrer y Gemma y al otro Rosario, Montse, Pedro y Juan. Nosotros hacemos un pedido de acuerdo a nuestro apetito, pero nuestros compañeros de mesa parecen estar hambrientos y se exceden en su comanda. De tal  modo que, gracias a los largos pedidos de éstos y a su infinita generosidad, degustamos diversos paltos que no nosotros habíamos pedido. 

Acabada la opípara comilona abandonamos el concurrido local y nos disponemos a recorrer la distancia que nos separa de Arzúa. Al pasar por una frutería Paco Troya se adentra en la misma, para comprar unos plátanos, y yo le sigo. Ingenuos de nosotros, no preguntamos por el precio del kilo y cogemos unas unidades sueltas. ¡Un poco más y necesitamos de la tarjeta de crédito para pagar la fruta!

Los que pretendemos realizar todo el trayecto vamos desperdigados en diferentes facciones. En cabeza: Evaristo, Ginés, Paco Victoria y David. Tras el pelotón de reconocimiento: Paco Troya y Yo. Siguiendo nuestros pasos: Genma, Mª Ocaña y Josep Ferrer. Y cerrando la comitiva: Fina, Maribel, Carlos y Antonio.

Contrariamente a lo que creíamos recordar algunos caminantes, la agotadora cuesta que precedía a la meta ha desparecido del mapa por arte de magia. ¡Desconocía yo tales poderes en mí sin igual, extraordinaria y milagrosa vara!

Así, un par de horas después de abandonar Melide hacemos entrada en la solitaria Arzúa, punto y final del recorrido del día. Media hora antes que nosotros lo han hecho los 4 jinetes del apocalipsis. Media hora después lo harán el trío de perseguidores, y al cabo de una hora los cuatro profes y amantes Egarenses.

De regreso a Santiago, disimulando, Fátima y yo nos dirigimos a la pastelería de turno para saciar nuestra glotonería. Pero para sorpresa nuestra, un ejército de moscones (entre ellos el señor Victoria) se pega a nuestra espalda y hace acto de presencia junto al mostrador el establecimiento. De esa forma, lo que en principio iba a ser cosa de dos se convierte en cosa de varios. ¡Gracias Fátima por invitarme a mí y a los gorrones a esas exquisitas pastas! ¡Deliciosa la crema!

Siguiendo la rutina de los últimos días, al llegar al hotel tras la caminata, me ducho, me cambio y, con el pelo mojado, salgo a cenar con mis amigos. Siento frío en la cabeza y es entonces cuando me percato de cuál es el causante de mi inesperada faringitis. ¡Tendré que secarme bien el pelo o me quedaré sin voz!

Sin acordarlo, varios de nosotros hemos escogido el mismo bar (Gato negro) para cenar, pero como desconocemos las costumbres e ignoramos que el lunes es el día de cierre de dicho local nos vemos obligados a cambiar de planes. Siguiendo el consejo de una lugareña optamos por cenar en el Restaurante María Castaña, que está justo al lado. A pesar de que somos más de una quincena, el insípido camarero nos espeta, con gesto adusto y escasa amabilidad, que el comedor no abre hasta más tarde, como si le molestara nuestra presencia y nos instara a alejarnos del establecimiento. Cuando estamos a punto de decir adiós y buscar otro lugar donde se nos trate con más gentileza, aparece el dueño y nos invita a entrar y acomodarnos en las mesas del vacío comedor. Olvidando la aspereza del malcarado camarero, la cena es de nuestro grado y el precio es el adecuado.

Antes de retirarnos a nuestros aposentos, nos damos dirigimos al Casino para saborear un último café y disfrutar del maravilloso decorado de la sala. Allí le devuelvo el convite a Fátima, aunque ella no lo sabrá hasta que yo me haya ido.


  1.  Cuarta etapa: Arzúa – O Amenal.
Martes 22 de marzo de 2016.

Como el reparador descanso nocturno nos liberó del cansancio, recargó nuestras agotadas baterías y nos devolvió la energía para emprender una nueva aventura, a la hora convenida estamos todos, menos Josep Mª, en la parada del bus.

Tras los correspondientes saludos, observamos que Rafael Cañero va mejorando poco a poco y ya se ve con fuerzas de realizar parte de la etapa. El otro Rafael (Morales) sigue arrastrando un poco de afonía, pero tal afección no debería ser impedimento para caminar pues a día de hoy dicho acto se realiza con las extremidades inferiores y puede hacerse en completo silencio. Para desgracia personal y alegría de todos los demás, un servidor debe mantenerse casi mudo durante todo el día. ¡La inoportuna faringitis ha derivado en silenciosa afonía! El señor Castel intenta disimular sus ampollas, aguanta el dolor y no dice ni muuuu. ¿Y las féminas?…. ¡De momento sanas como rosas! ¡O al menos no se quejan!
La permanencia de Aurelia y Rafael, el día anterior en Santiago, había servido para que éstos adquirieran un regalo con el cual agradecer a Rafael las gestiones realizadas en la organización del Camino, pero como el señor se puso tozudo como un mulo y se negó a recibir presente alguno, hubo que cambiar de planes y sustituirlo por algo para María, que también es tozuda, pero menos, y no muerde.

Luego de hacerle entrega a la moza del regalo, en el autocar, programamos la etapa del día. ¿Yo me pregunto para qué tantas molestias si después hacemos lo que nos viene en gana?

En principio el grupo B debría partir de A Rúa y finalizar en O Amenal, pero como la marcha es agradable, la senda soportable y los componentes del grupo se sienten con fuerzas, resuelven alargar la etapa hasta O Monte do Gozo.

El grupo A, por su parte, decide mantener el programa y caminar hasta O Ameal.

La etapa transcurre bajo un fantástico sol y sin demasiados contratiempos. A medida que avanzamos, nos vamos empapando del esplendoroso paisaje interior de la inigualable tierra gallega: praderas, vegetación silvestre, bosques, huertas, animales, ríos, riachuelos, edificaciones, el silencio alternando con los sonidos de la naturaleza y algún que otro lugareño afanado en sus quehaceres.

A  media mañana nos detenemos en la terraza de un bar del camino a tomar un tentempié y aprovechamos el descanso para reconfortarnos con el primaveral sol

Al poco de reemprender la marcha nos topamos con las obras de lo que parece ser una nueva autovía. ¡Más asfalto sepultando el verde y allanando los bosques!

Como la dichosa afonía me obliga a permanecer en silencio, y no puedo martirizar a mis compañeros con mi inagotable verborrea, decido caminar en solitario y  reencontrarme con mi interior. Aunque sea por obligación, me pliego a los sabios consejos de un peregrino al que hemos adelantado en el camino, y que nos acusa de: hablar mucho, meditar poco y no escuchar nada el camino. ¡Bendita mudez!

Ensimismado en mis pensamientos y recogido a la meditación, voy caminando como un perro sin amo. Ahora avanzo a velocidad de vértigo, luego me paro para esperar a un amigo y más tarde vuelvo a ponerme casi en cabeza de la marcha.

En la cuesta de Salceda alcanzo a dos Peregrinos de los de verdad, él cargado con dos gigantescas mochilas, y ella cojeando de manera lastimera. La fatigosa moza intenta liberar el peso de una de sus maltrechas caderas, apoyándose en un rudo palitroque, pesado, curvado y astillado. Intercambio unas breves palabras con ellos, les pregunto si necesitan algo y les animo a seguir adelante, aunque me apena el caminar de la joven y les compadezco al ver su lastimoso estado y el tramo de camino que aún les falta para llegar a Santiago. Al despedirme de ellos estoy a punto de entregarle mi vara a la moza, pero me arrepiento en el último instante y decido cortar una para ella. Una vez localizada y cortada la rama, aminoro el paso y voy adecentando el bastón para entregárselo a la lesionada.

Al llegar a A Rúa detengo mis pasos en espera de la pareja de sufridores, pero como vienen muy lejos, desando el camino hasta llegar a ellos y les entrego el bastón. Ambos sonríen, me da las gracias, nos despedimos y yo sigo adelante.

El pausado ritmo, la dichosa vara y a las idas y venidas me han alejado de Ginés, David y Paco Victoria y me encuentro en tierra de nadie. Harto de caminar en solitario detengo mis errantes pasos en el antiguo albergue de Santa Irene para aguardar a los rezagados. La espera se hace un poco larga, pues Ana y José Castel vienen algo poco averiados y avanzan con cierta dificultad.

Al llegar a mi altura les informo que ya queda poco para alcanzar a la meta, craso error, pues he olvidado que el final de la etapa es O Amenal y no O Pedrouzo.

Cercanos O Pedrouzo recibimos una llamada de Evaristo informándonos de que ha llegado a destino y ha localizado un lugar comer. Aunque debido a lo tardío de la hora, nos ofrecen un menú de 9 euros sin demasiadas opciones para escoger, pues de lo que pregonaba la carta solo quedan migajas. Vía telefónica, también, nos enteramos de que Genma ha caído en el mismo error que yo y está detenida en O Pedrouzo pensando nuestra llegada. Le hacemos ver que está equivocada y que debe continuar caminando hacia adelante, hasta alcanzar O Ameal.

Al llegar a destino, en el Hotel Ameal, nos reagrupamos y degustamos las sobras de las cacerolas. La comida es sabrosa y está bien elaborada, pero el servicio es algo lento. Además, debo de caerle mal a la camarera, pues necesito hasta cinco intentos para que me sirva una botella de agua con que acompañar la pitanza. Botella, que nada más posarse en la mesa desaparece de mi lado y viaja hacia el otro extremo, donde los  buitres agotan hasta el último trago pensando que era comunitaria. Debo, entonces, volver a luchar con la camarera para que me traiga una nueva  botella, aunque esta vez, procuro que no desaparezca de mi vista.

Concluida la comida pedimos cafés y alguna infusión. De repente, aparecen las prisas, los cafés desaparecen de las tazas en un segundo y el personal se vuelve histérico. Sin embargo, las infusiones no admiten prisas, ¡están ardiendo! Paco Troya y yo casi nos abrasamos la garganta al intentar tomárnoslas a la carrera.

Hacia las 16 horas partimos en búsqueda de nuestros amigos del grupo B que han caminado hasta O Monte do Gozo. Curiosamente están todos esperando en el lado contrario de la carretera, así que el conductor debe localizar un lugar para estacionar, a la derecha del sentido de la marcha que llevamos, y esperar a que los desorientados crucen la vía y se dirijan hacia donde nos hallamos aparcados.

Tal y como estaba previsto, nos dirigimos hacia el cabo Finisterre para realizar una visita turística. Al poco de acomodarnos en el autocar el personal cae rendido al reparador sueño y viajamos en silencio hasta que avistamos la Costa da Morte.

La tarde luce soleada y esplendorosa, y el Atlántico mece sus olas, normalmente encabritadas, en calmosa y tranquila armonía. En los patios de las viviendas de Corcubión varias familias aprovechan la bondad del clima para disfrutar de los reconfortantes y desacostumbrados rayos solares, tan escasos por la zona.

Debido al horario del conductor vamos algo justos de tiempo y por ello apenas permanecemos unos 40 minutos en el lugar. Tiempo suficiente para disfrutar del idílico paraje, sellar algunas credenciales y tomar imágenes para el recuerdo.

Desgraciadamente no hemos podido disfrutar de la puesta de sol en el mágico lugar, pero de pronto la luna aparece por el horizonte y un exclamativo ¡oh! parte de la garganta de algunas GrManas. El ¡oh! se hace extensivo a una mansa vaca pastando, a la belleza del paisaje y… ¡cómo no! ¡Al olorcillo que infecta el autocar!

De nuevo en Santiago, abandonamos el autocar a la carrera para ser los primeros en hacer la liquidación en el hotel, y así evitar las colas y las prisas de la mañana.

Algunos aprovechamos para preparar las maletas, para ducharnos y para volver a salir a cenar. ¡Hoy si con el pelo bien seco! ¡Por fin algo de cordura!

Somos tan originales, que la mayoría volvemos a coincidir en la misma zona de bares, pero nos distribuirnos por diferentes locales según nuestras preferencias.

La cuadrilla de solteras/os nos adentramos por el Restaurante “Los caracoles” para cenar. Allí nos atienden un par de jóvenes y serviciales camareros. Atentos, guapos y de buen porte, según opinión de las mozas, aunque algo amanerados y con una ligera pérdida de aceite para gusto de Paco Ortega y un servidor. Como somos un grupo bien avenido pedimos, entre otras cosas, queso (que no les gusta ni a Ana y ni a Ginés) y caracoles (que solo nos gustan a unos pocos).

Acabada la cena, Carmen y Ana se van de procesión, los marchosos al Casino, y yo a descansar. Más me valdría haberme ido de juerga con ellos, pues la banda sonora de una de las procesiones que discurre por las inmediaciones de la Catedral, nos martiriza hasta pasadas las dos de la madrugada con sus fúnebres y estruendosas saetas, impidiéndonos conciliar el sueño. ¡Porca miseria! 

  1. Quinta etapa: O Amenal – Santiago – Vuelta a casa.
Miércoles 23 de abril de 2016.

Adormilados por la noche de insomnio bajamos al comedor para competir con nuestros compañeros en la ingesta de viandas del suculento desayuno.

La vara mágica sigue cumpliendo con su cometido y la jornada de cierre del Camino amanece nublada pero sin amenaza de lluvia momentánea.

Una vez finiquitados los trámites del hotel, los currantes acarreamos nuestros pesados bultos por las calles de la ciudad, en dirección a la plaza Galicia, para cargarlos en el autocar. No así los pensionistas y algún que otro turista que se limitan a dejarlos en el hotel, pues ellos no regresarán en avión con nosotros al disponer de algunos días más de vacaciones. ¡Bien por los jubilados¡ ¡A disfrutar!

El autocar transporta a los componentes de cada grupo a su punto de partida: El grupo A partirá de O Amenal y el grupo B del mítico Monte do Gozo.

Los primeros kilómetros de la etapa del grupo A transcurren por caminos que delimitan con praderas y bosques de eucaliptos, hasta que nos topamos con el Aeropuerto y nos vemos obligados a dar un amplio rodeo para salvar las pistas de aterrizaje. Tras superar las instalaciones aeroportuarias llegamos San Paio y poco después cruzamos la vía de acceso al aeropuerto para dirigirnos a Lavacolla. Al cruzar el pueblo algunos nos despistamos, tómanos un rumbo equivocado y debemos retroceder sobre nuestros pasos. Una vez recuperada la senda correcta nos damos cuenta que falta Carmen que se había quedado fotografiando una curiosidad del lugar.

A la salida de la población, obligados por las circunstancias, nos detenemos para localizar a la despistada y reagruparnos, momento que le sirve a Maribel para enganchar un cartelito en un poste de la luz, en el cual deja sus datos personales por si algún peregrino ha encontrado su pulsera extraviada y quiere devolvérsela ¡Que ingenua la moza!

Una vez aparecida la rezagada cruzamos el río Sionlla y al poco nos topamos con una corta pero exigente subida en la carreta que nos hace jadear. En plena cuesta, un señor mayor detiene su automóvil en medio del asfalto, obligando a los caminantes a apartarse a la cuneta y varando el paso a un sufrido ciclista. El motivo de la extraña parada no es otro que enseñarle al pedaleador un artículo artesanal. El de la bicicleta pone cara de fastidio y escucha las explicaciones del lugareño, pero al percatarse de que el artesano le ha detenido para venderle un recuerdo del Camino, pone cara de pocos amigos y le despide con gesto airado.

Desde aquí hasta a Santiago el asfalto será ya nuestro compañero de aventuras. Primero para adentramos Vilamajor, después en Neiro y, al poco, acompañarnos al exterior de las instalaciones de la TV Gallega.

Próximo a las TVG localizamos un bar y hacemos una parada para tomar algo. Nos sirven unas cervezas en vaso y al querer transportarlas, todas de una vez, a la mesa derramo hasta la última gota de una de ellas. Paco Victoria que sido testigo de mi torpeza, en primera persona, pide otra bebida y lleva a la mesa. Yo, que no me he dado cuenta de su gesto, regreso a la barra, pido otra cerveza y la deposito encima de la mesa donde estamos. Cada cual se afana con su bebida pero… ¡sobra una cerveza que no parece no ser de nadie! ¡Qué curioso!

Al abandonar el bar volvemos a dar alcance a un peregrino al cual ya hemos adelantado cruzado cuatro veces. Él a ritmo, pero constante. Nosotros a la carrera, pero a tirones y sin constancia. ¡Llegará antes la tortuga que la liebre!

Hacia mediodía avistamos el Monte do Gozo. Hacemos una leve parada para reagruparnos, nos fotografiamos junto al horrible monumento y partimos rumbo a Santiago. ¿Cómo no? En la bajada volvemos a adelantar al peregrino (¡y van 5!)

Tal y como habíamos acordado, entramos todos juntos en la anhelada Santiago para compartir el momento y finalizar la aventura jacobea en compacta armonía.

Después de merodear un rato por las calles de la ciudad nos dirigimos a Ronda de San pedro para la localizar el Restaurante O Dezaseis, donde celebraremos la comida de despedida del finiquitado Camino.

Debido a que aún es muy temprano para comer, la mayoría tomamos rumbo a la plaza del Obradoiro, para hacernos unas fotos como colofón a la gesta peregrina, y de allí a una calle próxima, para conseguir la Compostela. Sin embrago, la cola de peregrinos que quieren obtener el salvoconducto para entrar en el cielo es tan alargada que algunos de nosotros desistimos del empeño. Tal vez porque éstos hayamos sido abducidos por lucifer y estemos condenados a consumirnos con él en el infierno. ¡Si es para la eternidad, mejor en el lugar del pecado, junto a los truhanes y transgresores, disfrutando de las prohibiciones de la vida libertina!

Concluido el Camino Ana supera sus achaques; Pepe olvida su espolón; Rafael Morales recupera el habla; Castel olvida sus ampollas; yo mejoro de mi afonía; y… ¡Rafael Cañero recupera la salud! ¡A buenas horas mangas verdes!. Por desgracia, Josep Mª mejora de su rotura fibrilar, pero tardará dias en recuperarse.
Los encargados de la comilona han tenido la infeliz idea de escoger un menú cuyo plato principal es el “Rabo de toro”. ¡Entiéndase por rabo el apéndice que espanta las moscas! ¡Conviene aclararlo pues aquí hay mucho mal pensado!.

Como no podía ser de otra manera el dichoso rabo da un juego espectacular. Montse Escarré, Antonio Gil y yo recibimos una porción de forma tan peculiar que parece que sea para llevárnoslo puesto, y no para degustar. Fina Castillo y María Morales exclaman sin rubor: - ¡Qué rico está el rabo!, tras cogerlo delicadamente con los dedos, llevárselo a la boca y degustarlo con cierta lascivia. Otros y otras  comensales afirmar que no habían probado el rabo, pero que está rico y es muy sabroso. ¡Allá cada cual con sus experiencias y sus gustos!

Pero si lo que sucede en nuestra mesa es inexplicable, lo de la mesa del fondo ronda la indecencia. Los comentarios sobre quien lo come mejor, quien lo chupa con más delicadeza y quien parece ser el más experto en el trato con el mismo, se suceden repetidamente. Tal es el estado de desvergüenza que algunas mal llamadas amigas, acusan a Ángels de ser una auténtica maestra en el arte de comer el rabo, pues ésta deja los huesos más limpios y pelados el culo de un bebé tras la pertinente ducha. En fin, que si tomamos en cuenta solamente los osados comentarios, aquello más que una comida es una auténtica bacanal.

Del resto de paltos de menú nadie se acuerda. Eso sí, tomamos cava catalán (¡qué casualidad!), café de  puchero (bastante insípido para mi gusto), y unos chupitos de miel, hierbas y orujo que o están mal.

Finalizada la comida, nos despedimos de los que permanecerán en la ciudad y le encasqueto la vara milagrosa a Ginés, (aunque Paco Troya también se había ofrecido a transportarla hasta Terrassa) ¡Gracias a ambos!.

Ya en la calle, y en espera de la hora de partida, los condenados regresamos al lugar donde expiden la Compostela, otros/as se van de  visita turística, y los rezagados invierten los caudales sobrantes en compras de última hora.

A  hora convenida nos encontramos en la parada del autocar y partimos rumbo al aeropuerto. Los atentados de Bruselas nos aconsejan llegar con antelación a la terminal y así salvar con tiempo las extremas medidas de seguridad previstas.  A pesar de todo, Rafael Cañero y Anna son cacheados detenidamente, y Gemma sufre un susto pasajero al traspapelar un documento que la impide embarcar. Por suerte, todo queda en nada y accedemos a la sala de espera sin problemas. Pero como nos temíamos, el vuelo va cierto retraso y la espera se hace interminable.

Con una hora de retraso sobre el horario previsto accedemos al avión y volamos sin contratiempos hasta Barcelona. Allí nos espera el autocar que nos trasladará  a nuestros respectivos lugares de residencia. Cansados y somnolientos, pero felices por el reto superado, satisfechos por la inigualable experiencia vivida, y dichosos de haberla compartido con estos inmejorables amigos, ponemos punto y final a siete temporadas de enriquecedor, gratificante e inolvidable peregrinaje.
  
Blog de GRManía
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sábado, 2 de mayo de 2015

El Camino de Santiago. Año 6. (Del 28 de Marzo al 2 de Abril de 2015)

El Camino de Santiago Francés 2015 (año 6).
  
   01. El Viaje. (Sábado 28 de marzo de 2105).

Después de la experiencia del año pasado, los incautos de mis compañeros vuelven a confiar en mí y me encomiendan nuevamente la custodia de los billetes del tren. ¡No saben el riesgo que corren!… ¡Allá ellos con su conciencia!

A la hora convenida, y sin sobresaltos de última hora, nos encontramos casi todos/as en la explanada de la estación de Renfe para emprender viaje hacia Barcelona en compacta armonía.

Somos tantos los caminantes que necesitamos casi un vagón entero para nosotros solos. Entre cuerpos que acomodar y maletas y mochilas que colocar, la estancia que ocupamos parece una lata de sardinas desorganizada.

La llegada a Sans se produce sin contratiempo y, tras la vista de unos pocos al bar para rellenar el depósito y de otros muchos a los servicios para liberar las vejigas, embarcamos, desperdigados por los diferentes vagones, en grupos de a ocho, en el tren que nos conducirá a León, final de nuestra aventura ferroviaria.

El viaje por las tierras hispánicas transcurre con normalidad, si por normalidad entendemos los constantes viajes al bar, los paseos indiscriminados por los pasillos, los múltiples cambios de vagón y asiento, las ingesta masiva de bocadillos, dulces y golosinas, y el correr de la bota de vino de Paco.
 

Cuando la tarde se encuentra en su esplendor, los “solteros” montamos una timba de cartas para pasar el rato. De buen comienzo nos comportamos como seres civilizados y nada parece presagiar que aquello acabará como el rosario de la Aurora. Sin embargo, a medida que el juego entra en ebullición las voces se alteran un poquito, sube algo el tono de voz de los competidores, aumentan los decibelios ligeramente, se suceden los comentarios jocosos y las risas inundan la estancia. Fruto del citado alboroto unas jovencitas muy remilgadas se sienten ofendidas y nos llaman al orden con modales un tanto intransigentes. Por un momento el ambiente se caldea y a punto estamos de entablar una acalorada discusión y entrar en combate con las impertinentes mozas. Finalmente la cordura hace acto de presencia y, con cierto fastidio, recogemos los naipes, nos acomodamos en nuestros respectivos asientos y damos por concluida la ruidosa y acalorada partida.

Hay que ver lo poco que aguantan algunos/as! ¡La rabia que les produce a ciertas personas que los demás sean felices, se diviertan, rían y se lo pasen bien! ¡Envidia diría yo!

A la caída del sol el tren alcanza su destino, se detiene en la estación Leonesa y descendemos atropelladamente para dirigirnos al autocar que nos espera en las proximidades. Sin tiempo para estirar las piernas, cambiamos los raíles metálicos de la vía por el asfalto de la calzada y partimos hacia el Parador de Villafranca del Bierzo, nuestro lugar de alojamiento durante la estancia por tierras Bercianas.

Tras acomodarnos en nuestras "austeras" habitaciones, bajamos hambrientos al comedor para dar buena cuenta de la cena que tenemos reservada. Como no podía ser de otra manera, acabamos con todo lo que nos sirven en los platos hasta dejar temblando las existencias culinarias y alcohólicas del establecimiento.
 

Con el estómago lleno y la alegría a flor de piel, los más osados abandonan el  Parador para adentrarse en la calles y el ambiente nocturno del que será nuestro municipio de residencia durante los próximos cinco días, Villafranca del Bierzo. Otros, menos aventureros, más cansados o quizás más precavidos decidimos enclaustrarnos en nuestros acogedores aposentos en busca de relax y del reparador descanso que nos libere de la ajetreada jornada viajera.

  1.  Primera etapa: Ponferrada – Villafranca de Bierzo - Pereje. (Domingo 29 de marzo de 2015.
Después de una noche que se supone ha sido de descanso, nos reencontramos,  en torno a las ocho de la mañana, en el comedor para reponer fuerzas, llenar el depósito y alimentar el cuerpo y alma de cara a la exigente caminata que se avecina.

O mucho ha sido el gasto nocturno, de algunos y algunas, o insaciable es la gula que nos acompaña a la gran mayoría de los peregrinos, pues nos zampamos un desayuno pantagruélico que deja los mostradores del comedor esquilmados, los estómagos abotagados y las mentes de las camareras obnubiladas. ¡Jamás, en sus muchos años en la hostelería se habían topado con devoradores de tamaña envergadura!

Con una buena ración de colesterol obturando las venas, nos desplazamos en el autocar hasta el punto de partida de cada grupo. Ya hemos perdido la cuenta del número exacto de facciones en las cuales se subdivide GRManía: A, B, C, D, E...

Con el fin de evitar el machacón asfalto, un nutrido grupo de espabilados peregrinos/as decide acortar el trayecto y realizar únicamente el tramo que discurre entre Camponaraya y Villafranca del Bierzo. Otra parte no menos numerosa se decanta por dedicar la soleada mañana a conocer Ponferrada y acabada la visita turística a la capital Berciana poner rumbo a Villafranca, sin prisa pero sin pausa. Algunos/as optan no demorar en demasía la etapa clásica y acometen de inmediato el tramo Ponferrada - Villafranca. Y finalmente, los nueve magníficos (Evaristo, Ginés, Josep Ferrer, Rosendo, Ana, Antonio, Carlos, Gemma y Moisés) decidimos comportarnos como Peregrinos de primera y realizar el recorrido completo que separa Ponferrada del minúsculo poblado de Pereje.

El transitar de la etapa es un constante sube y baja por carretas, caminos, poblados y campiña. Algo más cansino de lo normal debido a los inacabables tramos de duro asfalto que salpican la orografía del terreno. Sin embargo, resulta ciertamente gratificante ante la hermosura del valle; la iglesia de Columbrianos; la bulliciosa,  multitudinaria y cromática procesión de Cacabelos; la belleza de la campiña sembrada de viñedos adormecidos y el esplendoroso día que nos acompaña.

A diferentes ritmos, en grupos heterogéneos y de diversa composición, vamos devorando los kilómetros que nos separan de la meta sin excesivos problemas, hasta que algunos integrantes el grupo de cola se desorientan en la carretera, sobrepasan el cruce del camino y avanzan por la cuneta de la misma durante varios kilómetros. Finalmente se percatan de su error y deciden desviarse por un sedero que parte a la derecha de la via automovilística para retomar el camino correcto. Desgraciadamente, esta nueva ruta les obliga a desandar un buen tramo del trecho ya recorrido y con ello añadir un par de kilómetros más a sus ya sufridas piernas.

Durante el trayecto departimos con Peregrinos Irlandeses, Canadienses, Neozelandeses y de varias nacionalidades. Paco Troya practica su inglés casero con todo aquel que osa darle conversación, mientras yo, inculto de mí, intento adivinar, con escaso éxito, de que tratan sus amenas y, al parecer, interesantes conversaciones.

Poco antes del mediodía, el grupo precursor alcanza el objetivo y se dispersa por las Restaurantes ubicados en la plaza mayor del pueblo para reponer fuerzas.

El grupo perseguidor, por su parte, se ha dividido en incontables fragmentos y va alcanzando la urbe a cuentagotas. 

A las puertas de Villafranca, unos cuantos de nosotros nos topamos con tres jóvenes peregrinas Españolas, una de las cuales sufre los rigores del camino y se ve obligada a descender una pequeña cuesta zigzagueando para aliviar el sufrimiento de sus extremidades inferiores.

Al mediodía, casi todos los que partimos de mañana de la capital de Bierzo estamos ya en Villafranca. La mayoría de ellos da por terminada aquí su aventura. Solo Evaristo, Ginés, Josep y Rosendo, sin dudarlo lo más mínimo, deciden tirar para adelante, dejar la comida para más tarde y cumplir enteramente el correspondiente peregrinaje.

Hacia las dos del mediodía los más rezagados alcanzamos la urbe y expresamos nuestro deseo de llegar al final del recorrido (Pereje), pero la descoordinación es tal que desconocemos quién o quiénes han continuado hasta en final previsto y si han parado, o no,  a comer.

A través de los compañeros con los cuales coincidimos en la plaza mayor nos enteramos de que los cuatro de la avanzadilla están casi alcanzando el objetivo programado para la jornada y, también, de que aún no han comido, a pesar de lo tardía de la hora.

Ana, Antonio, Carlos, Gemma y yo, dado lo avanzado de la jornada, nos adentramos en un Bar de la plaza para reponer fuerzas con un sencillo tente en pie y, medianamente saciados, continuar con el camino que nos falta por recorrer.

Con las prisas, escogemos el peor Bar de los ubicados en la plaza y nos vemos obligados a engullir, a la carrera y con cierta desgana, una hamburguesa de ínfima calidad.

Mientras masticamos el grasiento alimento contactamos por teléfono con los peregrinos que nos preceden y comprobamos que éstos ya han alcanzado a la meta y que allí no hay ni un solo establecimiento donde poder tomar ningún tipo de alimento.

Con el bocadillo aun descendiendo por el gaznate, emprendemos la marcha para no hacer esperar a nuestros compañeros, pero finalmente se impone la cordura y, tras la pertinente llamada al conductor del autocar, acordamos que el “espabilado” chofer haga dos viajes: uno para recoger a los que ya han concluido la etapa y otro para recogernos, con posterioridad, a nosotros, los 5 que aún estamos en camino.

Al atardecer todos nos hallamos sanos y salvos en el hotel. Mientras unos y unas se decantan por la zona de baños y se relajan con las aguas termales y los baños turcos, otros nos conformamos con la tradicional ducha y la reparadora siesta.

Hacia las 20 horas nos reunimos en asamblea, en el hall del hotel, para establecer el calendario de actividades de los días venideros y tras discutir varias propuestas alcanzamos diversos acuerdos, fructíferos para todos. Una vez concluida la citada reunión, arregladitos y perfumados, casi todos nos ponemos en danza y dispuestos a disfrutar de los placeres de la noche Berciana, abandonamos andando el hotel. 

Al atardecer, unos cuantos, visitamos por el exterior algunos de los lugares más típicos del lugar: La iglasia de Santiago ,el Castillo-Palacio de los Marqueses de Villafranca, el Albergue de Peregrinos Ave Fénix, y... ¡el cementerio municipal! ¿Qué demonios se nos habrá perdido en aquel tétrico recinto! 

Por la noche, según nuetras afinidades o coincidencias, nos dispersamos por las terrazas de los Bares de la plaza y damos buena cuenta de la correspondiente cena. Suerte del vino, pues hace una rasca de consideración y la inmovilidad hace que los cuerpos se queden ateridos.

Rellenado el estómago, la mayoría de las parejas y algún que otro “solero” regresamos al Parador para “descansar” de cara a la venidera jornada, mientras otros y otras deciden merodear un poquito más por las calles y bares de Villafranca.

Parece ser que el ansia por el juego sigue ocupando las mentes de los folloneros del tren, pues antes de dirigirnos a nuestras respectivas habitaciones montamos una nueva timba en el salón del hotel. ¡Esta vez sin gritos y con moderación!. Como no podría ser de otra manera, el vencedor de la partida resulta ser uno de los que desconocían por completo las normas del juego, mientras que los listillos que creíamos conocer las triquiñuelas del mismo vemos como la suerte nos da la espalda y claudicamos antes los novatos.
 

 

  1. Segunda etapa: Pereje, Vega de valcarce – O Cebreiro. (Lunes 30 de marzo de 2015).
Al ser lunes, día laborable, el comedor abre media hora antes y eso nos obliga a madrugar un poquito más que la jornada dominical. Además, hoy el recorrido es más largo y duro, y además, al concluir el trayecto debemos desplazarnos a Ponferrada para dar buena cuenta de una comilona a base de Botillo.

Sea como fuere, a primera hora de la mañana el comedor bulle de peregrinos. Sin excepción, hambrientos cual famélicos niños del Biafra, devoramos la pitanza como si aquella fuera nuestra última comida en este mundo. Sin tiempo para la duda, acabamos con toda clase de alimentos: Huevos, tortilla, salchichas, bacon, carne picada, pisto, embutidos, quesos, pan, pastas de todo tipo, fruta variadas y de todos los colores, yogures, zumo, café, leche… . ¡Qué manera de zampar!

Previo paso por las habitaciones, para aligerar los cuerpos de desperdicios y líquidos sobrantes, adecentar la dentadura y recoger los bártulos, nos apoltronamos en el autocar rumbo al valle del río Valcarce y nuestros puntos de partida: Pereje, el grupo A, y Vega de Valcarce, el grupo B.

La mañana se presenta fresquita e invita a caminar ligero. Tan ligero que a las primeras de cambio el grupos A deja de existir como tal para convertirse en un reguero de peregrinos desparramados.

Por primera vez a lo largo del Camino compruebo qué, o me estoy haciendo mayor, o mi mente vaga en libertad ajena a mis propias sensaciones, pues el trayecto por carretera se me hace eterno y prácticamente irreconocible. Ese desconocimiento acarrea, además, un sobreesfuerzo no programado a los integrantes del grupo B, los cuales siguiendo mis eróneas indicaciones ha iniciado la etapa en Vega de Valcarce en lugar de haerlo en Las Herrerías como tenía previsto. ¡Más asfalto y más kilómetros de los deseados para los sufridos caminantes!

Mientras los del grupo B maldicen mis huesos por esos interminables kilómetros asfaltados de más, añadidos a causa de mi desvarío, la sabia Fina espera paciente y descansada, a la entrada de Las Herrerías, (ella ha venido hasta el lugar acordado cómodamente sentada en el autocar) la llegada de los miembros de su pelotón. Los de atrás, por nuestra parte, vislumbramos Vega de Valcarce dos horas después de haber dejado el autocar.

Alcanzado el poblado hacemos una leve parada para hidratarnos, reponer fuerzas y reagrupar las huestes. Tras un tiempo prudencial de espera los retrasados no llegan. David y Ana, que transitaban a un centenar de metros, tras nosotros, han desaparecido del mapa. Carlos desanda el camino para tratar de localizarlos pero no da con su paradero. Horas después nos enteraremos de que David había sufrido un leve desfallecimiento y acompañado de Ana decidieron localizar un Bar para descansar y reponer energías con algún líquido azucarado y energético.

Tras cruzar el alargado el inacabable casco urbano que se discurre a lo largo de río, anuncio a mis acompañantes la proximidad del desvío, sin embargo este no aparece por ningún lado y me sorprendo ante la cantidad de asfalto que debemos recorrer hasta alcanzar el desvío de Las Herrerías. ¡Hoy no es mi día!

Después de 16 inacabables kilómetros de pavimento alquitranado, abandonamos la carreta nacional por la izquierda, dejamos atrás al pueblo de Las Herrerías, cruzamos el río Valcarce  y acometemos la subida a O Cebreiro.

A pesar de que otros veteranos peregrinos afirman que nada ha cambiado en el trayecto que nos conduce a las inmediaciones del puerto de Piedrafita desde que ellos lo transitaron, David, Antonio Gil y yo juraríamos que años atrás, un buen tramo de la pista forestal que ahora ascendemos se hallaba prácticamente sin asfaltar.

La ascensión es relativamente exigente, se realiza en grupúsculos y a ritmos muy diferentes. La empinada senda, a ratos de tierra y otras empedrada, en algunos tramos queda casi sepultada por el ramaje del arbolado aun adormecido.

Al llegar a La Faba, algunas mozas el grupo B deciden hacer una visita cultural al enclave, y en ella están cuando les damos alcance algunos lobos solitarios del grupo A. Ingenuas ellas, me preguntan cuánto queda para el final de la etapa y en mi afán por no desmoralizar al cuarteto femenino les anuncio que en apenas media hora o tres cuartos estarán en O Cebreiro. Alguna de ellas se traga el anzuelo y da muestras de alegría, pero otras, que ya me conocen mejor, recelan de mis apreciaciones y anuncian que se lo tomarán con calma pero que llegarán dentro del horario previsto.

Tras despedirme de ellas, malpensado de mí, pongo en duda sus palabras y acometo el duro trayecto que me separa de la ansiada meta.

A medida que alcanzamos altura las vistas de los diferentes valles nos maravillan con su cromatismo, sus desniveles, sus praderas, sus animales pastando y su exuberante vegetación.
 

Jadeando, adelanto a un incauto civilista que arrastra como puede su cargada bicicleta, pena su castigo y sufre la osadía de haberse metido por aquel torturador camino, en nada apto para vehículos de dos ruedas. Le saludo y no me responde, por lo que le maldigo los huesos por maleducado.

Un poco más adelante, la joven Eulàlia  transita delante de mí y a pesar de mi empeño por alcanzarla penas si consigo recortar la escasa distancia que nos separa. Finalmente, cuando la tengo a escasamente 10 metros de mí, se detiene para despojarse del jersey. Entonces, incauto de mí, decido imitar su actuación y despojarme también de mi prenda de abrigo. ¡Craso error el mío! Me lo tomo con tanta calma que me vuelve a adelantar el ciclista y cuando reemprendo la marcha la distancia que me separa de Eulàlia es superior a los 100 metros. ¡Tanto esfuerzo para nada!. Contrariado, agacho la cabeza, aumento el ritmo de mis pasos y pasmado de frío, por la corriente que circula por aquellas alturas, reanudo la persecución de la moza. Adelanto de nuevo al remolcador de bicis y ahora soy yo el que no le saluda ¡Toma ya antipático!

De no ser porque la mozuela se detiene a descansar en el poyo de una de las casas de La laguna de Castilla (¿Dónde leches estará la laguna que da nombre al solitario caserío?) dudo mucho de que hubiera conseguido darle alcance.

Tras una leve pausa reemprendemos la marcha, dejamos atrás el poblado y retomamos la exigente senda. Le comento el suceso acaecido con el ciclista y su carácter desaborido y ella me informa de que el pobre ciclista, Franchute él, no tiene ni papa de castellano y carece de fuerzas para hablar. ¡O sea que el maleducado soy yo y quién debería pedir perdón soy también yo!

Mientras ascendemos y charlamos distendidamente, creo oír voces en la lejanía, pero no hago el más mínimo caso, pues lo achaco al cansancio, a mi incipiente sordera o a que seguramente estoy perdiendo el oremus.

Cuando nos hallamos en el límite entre León y Galicia, el alocado vocero rompe el acogedor silencio del paraje con sus gritos. ¿Pues va a ser que sí eran voces lo que se oía! Sorprendido, me giro y oteo el horizonte pero soy incapaz de localizar la procedencia de los alaridos y mucho menos de divisar al vocero. Sin embargo el pregonero parece esmerarse en sus intentos y a grito pelado me llama por mi nombre. Entonces miro hacia abajo, agudizo la vista y percibo en la lejanía la figura de Antonio Gil que con su cámara a cuestas inmortaliza el paisaje mientras en vano intenta darnos alcance. Una vez localizado el causante de tal alboroto, sugiero a mi acompañante esperarle en el monumento granítico que nos das la bienvenida a Galicia y ella accede educadamente a mi petición.

Reagrupados los tres caminantes, inmortalizamos el momento con instantáneas varias y acto seguido ponemos rumbo al destino, el cual alcanzamos hacia la una del mediodía. No sin antes engañar a María Morales, que habiendo contactado por teléfono con nosotros para recabar nuestra posición, recibe el mensaje de que aún nos quedan un par de kilómetros de ascenso cuando en realidad le estamos pisando los talones a ella y sus acompañantes.

A  pesar de la incredulidad de algunos, quince minutos antes de la hora acordada nos encontramos todos en la meta y a buen recaudo. Solo falta el autocar pues al parecer él conductor no está demasiado ducho en el conocimiento de la zona y nos espera en Piedrafita y no en O Cebreiro como habíamos convenido.

Tras una corta espera nos acomodamos en el autocar y partimos rumbo a un Restaurante de Ponferrada para dar buena cuenta del delicioso menú basado en el típico Botillo que el eficiente y lugareño Evaristo nos ha gestionado.

Tras el ameno y enriquecedor discurso literario del mantenedor y anfitrión, Evaristo, damos buena cuenta de los abundantes manjares que allí nos ofrecen. Exquisito el botillo, delicioso el chorizo e insuperable el acompañamiento a base de patata y col.

Una vez rellenados los estómagos, alguien sugiere modificar la actividad prevista para la tarde, consistente en visitar Ponferrada. Ya sea fruto del cansancio, de la modorra, de la comilona, o de innumerables excusas, el caso es que por absoluta mayoría decidimos regresar al hotel para descansar, relajarnos en las aguas de su piscina cubierta, sudar en la sauna o acicalarnos para la velada nocturna.

Reconfortados por la placentera ducha, arregladitos, perfumados y bulliciosos  partimos hacia el centro de la ciudad parar tomar un ligero tentempié, a modo de cena, que compense los excesos Botilleros del mediodía.

Algunos apenas probamos bocado y regresamos tempranito al hotel. Otros y otras, sin embargo, aves más nocturnas, juerguistas o festivas, deciden calentar un poquito más el cuerpo y se echan pal gaznate unos con unos cuantos Gin-tonics en los bares situados en los aledaños de la plaza, antes de regresar al Parador para cobijarse entre las blancas sábanas y roncar a pierna suelta.


  1.  Tercera etapa: O Cebreiro - Alto do Poio – Triacastela. (Martes 31 de marzo de 2015.
El reparador descanso nocturno en los mullidos colchones del “modesto” “albergue” nos devuelve  en vigor y la energía, y despierta nuestro insaciable apetito.

Como no podía ser de otra manera, el desayuno vuelve a ser pantagruélico y acabamos con la mayoría de las viandas que nos ofrecen. ¡Qué manera de comer! ¡Parecemos un ejército de jubilados hambrientos!

Para no perder la tradición anual, algunos Peregrinos padecen molestias intestinales a consecuencia de la descontrolada ingesta del día anterior. ¡Parece  ser que el Botillo era demasiado fuerte para sus delicados estómagos! ¡Hoy necesitarán mucho líquido para hidratarse y buen un tapón para contener los esfínteres!

Con el buche a reventar ocupamos nuestros asientos en el autocar y partimos del hacia O Cebreiro. Por la autovía del noroeste ascendemos paralelos a la cuenca de río Valcarce, disfrutando de las maravillosas vistas que la escarpada orografía nos presenta. A nuestro paso se suceden múltiples, frondosos y encantadores valles poblados de exuberantes bosques caducifolios (preferentemente castaños) con sotobosque de landas, extensas áreas de prados naturales, pueblecitos y cuencas que en sus lechos recogen y conducen las cristalinas aguas que manan de las entrañas del  Macizo Galaico-Leonesa hasta descansar en los ríos de la zona.

La etapa de hoy es un paseíto en descenso por las primeras estribaciones de la Cordillera Galaica, en territorio Lucense, en pos de Triacastela.

Los del grupo A partimos agrupados del alto do Cebreiro. Como viene siendo costumbre, antes de alcanzar Liñares cada cual campa a sus anchas, aunque un grupo numeroso conseguimos reagruparnos en el Alto De San Roque para inmortalizar el momento.

Tras la pertinente instantánea reemprendemos la marcha hacia Hospital, donde una Gallega, enjuta y entrada en años, ofrece tortas caseras (tipo creps) a los peregrinos, por un módico precio. Sin embargo, nosotros pasamos de largo, ya sea por rácanos, desconfianza, falta de apetito o desconocimiento de la oferta.

Poco antes de alcanzar Padernelo observamos con sorpresa como Carlos viene corriendo hacia nosotros, en sentido contrario a nuestra marcha. Al cruzarnos con él le interrogamos sobre su absurdo proceder y el corredor errante, sin detener sus pasos, nos informa de que se dirige a las inmediaciones de Hospital para recuperar el Walky Talki que ha olvidado mientras abonaba el campo con sus heces. Queda así demostrado que no todos los hombres son capaces de hacer dos cosas a la vez. Pero…¡no sabía yo que para defecar hay que desprenderse de los Walkys!.

Sea como fuere, el desmemoriado cagón regresa al lugar del crimen para recuperar el objeto extraviado, mientras los demás andarines acometemos la subida al Alto do Poio, lugar de partida de nuestros compañeros del grupo B y cima de la etapa.

Una facción de sosegados caminantes se acomoda en las mesas del bar del lugar para descansar, dar buena cuenta de sus bocadillos, refrigerarse o tomar un aromático café.

De aquí hasta la meta un acentuado descenso, por senderos y pistas forestales, nos alegra la vista con la espectacularidad y belleza del paisaje Lucense, pero también nos regala, durante lo que resta de etapa, un penetrante y desagradable tufo a estiércol de vacuno, que impregnando el ambiente con sus efluvios martiriza nuestras sensibles pituitarias ciudadanas.

Al llegar a Fillobal atravesamos la carreta y acometemos los últimos kilómetros de la jornada por una preciosa senda cobijada bajo imponentes y centenarios árboles, aun despojados de follaje pero con muestras evidentes de su despertar a la reluciente primavera.

Alcanzada la meta, Triacastela, nos concentramos a las puertas de un Bar del pueblo donde, gracias a la pericia de los ciclistas (Pedro, Paco Victoria, Josep Mª y Juan), nos deleitamos con manjares y exquisiteces del lugar: Caldo Gallego, Pulpo a feira a discreción, postres caseros, bebidas y cafés, por 10 míseros euros. Todos menos los que arrastran los laxantes efectos del botillo que deben conformarse con arrocito hervido y otros alimentos a la plancha. ¿Quién sino Rafael, que se hace acompañar de Nuria, había de ser uno de los afectados por los rigores del buen yantar? ¡El año que viene te prohibiremos lo desconocido!

Concluida la opípara comilona Galega montamos un ameno concierto de ronquidos en el autocar hasta Villafranca donde descienden Paco Ortega (que tiene planes con su amigo Leonés), y la juventud que pretende dedicar la tarde al estudio. Sin bajarnos del vehículo, los demás caminantes nos desplazamos a Las Médulas (entorno paisajístico español formado por una antigua explotación minera de oro romana, considerada la mayor mina de oro a cielo abierto de todo el imperio romano) para observar el variopinto paisaje del lugar. Uno no pude por menos que maravillarse ante la sabiduría de aquellos perspicaces “mineros” que sin apenas maquinaria se las ingeniaban para extraer el preciado oro de las entrañas de la tierra, con pericia, maestría e ímprobo esfuerzo.

Concluida la excursión minera retornamos al Parador, nos duchamos, acicalamos y partimos en dirección al centro de la villa para empaparnos del fervor religioso, con las procesiones previas a la Semana Santa Leonesa, cenar ligeramente y pasar frío en la plaza del pueblo.



  1. Cuarta etapa: Triacastela–Samos, Sarria.  (Miércoles 01 de abril de 2015. 
Adormilados por el consabido madrugón bajamos al comedor para finiquitar las viandas del suculento desayuno. El cansancio y el discurrir de las etapas apenas si ha dejado mella en piernas de los Peregrinos, y mucho menos ha mermado el voraz apetito de los sufridos Penitentes. ¡A esta aventura Santiaguera seguro que se apuntarían incontables personajes para nada amantes del tradicional Camino!

La jornada promete. Las malas lenguas afirman que Rosendo se ha dejado el jersey encima de la cama de Cati. Otras peor intencionadas y más viperinas dudan que la prenda olvidada sea el jersey y no otra más comprometedora. ¡Rosendo, se puede saber que leches hacías tú en la habitación de tu prima!

A medida que vamos ascendiendo el puerto de Piedrafita comprobamos como la matutina niebla lo enmascara todo y cubre el paisaje bajo su grisáceo manto.

Llegados a Triacastela los del grupo A tomamos rumbo a Sarria por la ruta de San Xil, mientras que los del grupo B se desplazan a Samos para acometer, desde allí, los kilómetros que separan el centenario Monasterio de la citada Sarria.

Apenas dejamos atrás el concello de A Balsa Antonio Gil sufre un importante desfallecimiento que merma sus facultades y le obliga a ralentizar el paso de manera drástica. La ingesta del plátano que acarreo en mi mochila (¡ay… ay... ay... mal pensados que os veo venir!) el masticar de unos frutos secos y otros alimentos energéticos, un buen trago de agua en la “Fonte dos Lameiros”, nuestra compañía y los ánimos que le insuflamos: Maribel , Paquita y yo, le ayudan a recuperarse levemente de su indisposición y continuar con el Peregrinaje.

Luego de unos kilómetros de rostro demacrado y silencioso caminar el fotógrafo indispuesto parece haber recuperado el resuello. Al coronar por el Alto de Riocabo el color regresa a las cerúleas mejillas del infortunado, el ritmo de su caminar se hace más alegre y la mejoría es del todo evidente. ¡Hasta habla el tío!

A la altura de Montán alcanzamos a Ginés y, por sorpresa, observamos como Rosendo, al que creíamos por delante, emerge a nuestra espalda por un recodo de la carretera. Más tarde averiguaremos que la milagrosa aparición del advenedizo se debe a que éste se ha visto obligado a hacer a un alto inexcusable en el camino para vaciar sus repletos intestinos.

Al poco, disimuladamente, Ginés se descuelga del grupo y sin percatarnos de su actuación le perdemos la pista. Luego de un kilómetro de preguntas sin respuesta, de sorpresa generalizada, de escrutadoras miradas hacia atrás y de lento caminar, me descuelgo del grupo y decido esperarle en una curva de la carretera. Pasados unos diez minutos de tensa espera el caminante evaporado aparece por lontananza a ritmo endiablado, ligero como si se hubiera desprendido de algo y alegre como un ruiseñor, no tarda en darme alcance. No me extraña que sean necesarias tantas paradas. Ya lo dice el dicho: ¡Según come el mulo así caga el culo!

Por las inmediaciones de Fontearcuda adelantamos a José Castillo que pena su peregrinaje bajo el sufrimiento que su maltrecha rodilla le está infligiendo.

En puertas de Furela cruzamos la carretera, saltamos un manso riachuelo y hacemos una leve parada para reagruparnos, esperar al lesionado y reponer fuerzas con reconstituyentes diversos que emergen de nuestras mochilas: nueces, almendras, avellanas, dátiles, chocolate, galletas, fruta …

Descansados y con el apetito saciado emprendemos la marcha para recorrer lo que nos resta de la etapa. Aunque somos pocos, antes de llegar a Calvor, los que integramos la facción que cierra el pelotón ya estamos de nuevo desperdigados.

A la salida de Aiguada recibimos la noticia de que nuestros predecesores ya han alcanzado Sarria. ¡Tendrán que esperarnos pues a nosotros aún nos queda más de una hora de camino!. Según radio macuto, unos se hallan acomodados en las terrazas de los Bares que se extienden por el paseo asfaltado, en la margen izquierda del río que da nombre a la población, degustado cervezas y comiendo cacahuetes como los monos. Otros pasean por el centro del poblado para conocer las particularidades del lugar. Y los más avispados dedican el tiempo libre a asaltar establecimientos artesanales de alimentación y adquirir todo tipo de empanadas y productos típicos de la zona. ¡Por comida que no quede!

A las puertas de la meta, en el camping de Vila de Sarria, dejamos al señor Ortega y acompañantes en la pradera del albergue, acomodados en unas sillas  y degustando una refrescante cerveza. Y aunque a más de uno de nosotros también nos apetecería tomar un buen trago del espumoso lúpulo, decidimos dejarlo para más adelante y apurar los kilómetros que nos separan de nuestro destino.

Hacia las dos del mediodía todos hemos llegado a buen puerto y, aunque parezca mentira, estamos todos concentrados en la misma zona: los bares próximos al río.

Por afinidades, conveniencia o necesidad, nos concentramos un dos o tres Bares de la zona para reponer fuerzas con una buena comilona.

Acabado el ágape unos cuantos partimos a la carrea a la otra punta del pueblo para aprovisionarnos de las tan cacareadas empanadas Gallegas, pero para desgracia nuestra, cuando llegamos al establecimiento las trabajadoras del mismo nos informan de que las existencias están prácticamente agotadas y más de uno regresamos con las manos vacías. Los demás, mientras tanto, parsimoniosos y tranquilos van dirigiendo sus pasos hacia el lugar donde se halla estacionado el autocar. 

A la hora convenida partimos de Sarria, rumbo a Samos, para visitar la centenaria y archiconocida Abadía Benedictina de Samos.

Una vez localizada la puerta de acceso al Monasterio, adquirimos nuestras respectivas entradas a la guía que será nuestra cicerone por el Santo lugar. Paradojas de la vida, la joven madre Gallega acuna en su pecho una hermosa criatura de escasos meses que dormita al amparo del calor y la protección materna. Pero, mientras la vida se muestra a nuestros ojos, un luctuoso hecho viene a ensombrecer la tarde: Uno de los 12 monjes Benedictinos, allí enclaustrados, acaba de fallecer y las campanas tocan a muerto.

A pesar del penoso sucedo la visita guiada se lleva a efecto como nada hubiera acontecido. Eso sí, la amable guía nos da una serie de normas de obligado cumplimiento mientras estemos realizando la visita turística al recinto.

Mientras recorremos las históricas, centenarias y legendarias dependencias de la Abadía, las campanas y el trajín de los sepultureros nos acompañan impertérritas.

Previo paso por el recinto monacal donde están acondicionando el cadáver para el velatorio del difunto, la guía nos informa de la imposibilidad de acceder al interior del mismo y nos ruega respeto al finado y a los preparativos. Pero como somos muchos y escuchamos poco, la voz melosa y tranquila de la paciente guía y madre no llega a los GRManos del fondo, y al pasar por el lugar señalado, la puerta abierta incita la curiosidad de algunos de nosotros y la ofendida guía, malhumorada, reprende a los desobedientes y nos echa un sermón sobre nuestra capacidad de entendimiento y el nulo acatamiento a las órdenes por ella dadas.

Acabada la visita monástica, Josep Mª y Montse reciben la esperada visita de su hijo y su nieto, recogen sus bártulos y dando por finalizada su peregrinación, se despiden de nosotros y parten con ellos para disfrutar del familiar encuentro.

Los demás, medio adormilados, nos acomodamos en los asientos del autocar y partimos rumbo a nuestro modesto albergue, para adecentarnos y disfrutar de nuestra última noche por tierras Bercianas.

Aseados, emperifollados y risueños, partimos del hotel para disfrutar con las típicas procesiones de Villafranca, tomar unos vinos y unas cañas en los bares del pueblo y despedirnos del lugar con una suculenta cena en un típico Mesón.

Casualidad o coincidencia, más de una veintena de sufridos Peregrinos GRManos acabamos cenando en el mismo establecimiento, sin ponernos de acuerdo. Es tal la camaradería en el grupo que… ¡No podemos vivir los unos sin los otros!

Durante la cena degustamos una deliciosa sangría y un buen vaso de tintorro. Sin embargo, la ingesta de alcohol, en lugar de afectarnos a nosotros, afecta al torpe Mesonero, y éste, atolondrado, baña al señor Jordi con el líquido sobrante de otras mesas. ¡Si las miradas mataran el mesonero habría quedado fulminado al instante! ¡Suerte que Don Jordi había olvidado en Terrassa su kid de maquillaje!



  1. El regreso a casa. (Jueves 02 de abril de 2015.) 

 Tras el pertinente y copioso desayuno colocamos nuestro equipaje en el autocar y partimos, de buena mañana, rumbo a León. ¡Se acabó lo que se daba!


Los más previsores y previsoras ya llevan preparado el yantar para el largo viaje de regreso a casa que nos espera. Otros, menos espabilados, vamos con las manos vacías en espera de poder comprar algo apetitoso en el bar del tren.

Mientras esperamos en el hall de la estación, Paco Ortega y Pepe desparecen de nuestra vista con destino a las calles colindantes de la estación Ferroviaria. Media hora después reaparecen cargados con bolsas de pan, chorizo, queso y cervezas.¡Eso son amigos y lo demás tonterías!

El viaje en el tren resulta pesado pero tranquilo y sin incidentes. Además, para nuestra suerte, esta vez nos ha tocado compartir departamento con un grupo de revoltosos infantes aspirantes a futbolista. Por si acaso, nadie osa sacar la baraja y tentar de nuevo a la suerte con el bullicioso juego de naipes.

Al anochecer llegamos a Sans sin ningún contratiempo, pero justo de tiempo para enlazar con el tren que parte rumbo a Terrassa.

La mayoría de nosotros no sabemos qué hacer ante la máquina expendedora  para sacar nuestros respectivos billetes. Así que una vez aprendido el truco me veo en la obligación de sacar más de una decena de billetes  y casi me me quedo el último y pierdo el tren que debería llevarme a casa.

Tal es mi ofuscación por no perder el dichoso tren, que al aparecer el primer convoy, por la vía donde estamos amontonados, sin dudarlo, salto felinamente hacia su interior arrastrando en mi huida a Jordi. Éste, inocente él, se fía de mi instinto y sube tras de mí sin pestañear, ajeno a mi error. Suerte que Maribel se percata de mi alocada maniobra y me informa de que el tren al cual hemos subido tiene por destino Blanes. Inmediatamente recojo mis pertenencias y, justo en el último momento, mientras las puertas comenzaban a cerrarse, consigo apearme del tren y librarme de terminar en el poblado costero… pero sobre todo, me libro de tener que explicarle a mi mujer que me hallo desgraciadamente en Blanes, por error, y no por otra circunstancia de difícil explicación.

Fotos Antonio

Fotos Rafael