Notas de vida
Mientras las vías me alejaban la ciudad que me vio crecer, un caluroso septiembre enjugaba las lágrimas que bañaban mi pasado.
Los primeros días en la universidad la soledad fue mi compañera. No fue hasta mediados de octubre cuando descubrí su rictus de tristeza. Se encogía, prisionera de un abrazo que la ahogaba, como si un violador asaltara su intimidad. Una tarde, al salir de la facultad, nos cruzamos por el pasillo y en sus ojos descubrí la amargura. Días después empecé a encontrar notas escritas entre mis pertenencias. Al retomar las clases, tras la Navidad, su rostro parecía un grabado impresionista anegado de pintura. Me acerqué a ella y le pregunté por aquellas sombras que el maquillaje solo había conseguido disimular. Él acalló su respuesta.
La despertaron mis ojos en la cama del hospital. Desde entonces, mi regalo de San Valentín siempre va firmado con una de sus notas.
© Moisés González Muñoz.
09 de febrero de 2021.
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