Después de varias jornadas de presencia multitudinaria de GRMan@s, volvemos a los tiempos de crisis y apenas sobrepasamos a la treintena. Eso sí, los suficientes como para cubrir gastos y no tener que meter la mano en nuestra la pingüe y maltrecha “la Caja de las Pensiones”.
Como viene siendo habitual en las últimas etapas partimos todos juntos de salida, aunque con objetivos diferentes: Aiguafreda, a 24 Km, para los alocados andarines del grupo A, y El Brull, para los sosegados caminantes del B.
En un intento por alterar el fatídico sino que nos persigue, el comandante Pepe propone una agrupación, a primera hora de la mañana, para desayunar juntos y compartir un momento de camaradería entre todos. En su afán por conseguirlo, amenaza veladamente a los más veloces, con privarles del vino de la bota que carga a sus espadas, si éstos no aguardan hasta la llegada de los del grupo B al lugar de reunión. Sin embargo, la intimidación cae en saco roto pues el ingenuo Camarada desconoce que la otra bota viaja a lomos de Paco Ortega.
Hacia las 10 de la mañana, los de la avanzadilla del grupo A abandonamos la senda y nos adentramos en la espesura del bosque. A escasos metros de la ruta correcta localizamos una soleada explanada, cimentada en un roquedal, y nos detenemos en espera de la llegada de los del grupo B para desayunar juntos.
Al poco de acomodar nuestras posaderas encima de las lanchas, una voz comenta que no considera muy acertada la idea de esperar a los del pelotón de cola, para empezar a alimentarnos, pues según las noticias que vomita el Walky, éstos se hallan bastante alejados del lugar donde nos encontramos nosotros. Además, el trayecto que a ellos les queda es casi la mitad que el nuestro y eso retrasaría el final de la etapa. Instantáneamente, varias voces hacen suyo el pensamiento del compañero, descartamos la espera y comenzamos a la ingesta de los nutrientes.
Unos cuantos nos zampamos unos grasientos bocatas engordados con jamón serrano, de york, chorizo, fuet, salchichón, queso,… etc. Otros se descantan por oleosos emparedados de atún. Algunos por sabrosas tortillas a la francesa o de patata. Unos pocos ingieren alguna fruslería vegetal. Y los menos se conforman con degustar alguna que otra fruta de temporada o simplemente frutos secos.
Tras compartir el vino de la bota; aceitunas y frutos secos; galletas, chocolates y dulces a granel; el delicioso té de Caty y José Castillo (¡A quien le llega!); el café de Carlos; el vodka de Antonio; y otras menudencias, los del grupo A ponemos pies en polvorosa y nos lanzamos frenéticamente en pos de la meta.
Nada más reiniciada la marcha ascendemos por una veredera que discurre entre la arboleda de la Serra de Goitallopos y continuamos transitamos por su cresta, con el Montseny a nuestra izquierda, hasta alcanzar las Rocas de Sant Genís.
Las lluvias de los últimos días han aliviado, en parte, la pertinaz sequía de los últimos meses y el paisaje nos ofrece una buena muestra de ello: El arbolado brilla con el esplendor de sus nuevas hojas; las sendas y caminos, salpicados de charcos, ven adornadas sus lindes y proximidades con el radiante fulgor de la fresca y renaciente hierba; las coloreadas mariposas revolotean zigzagueantes ajenas a nuestra presencia, mientras las aves mezclan sus melódicos trinos con nuestras ruidosas conversaciones. ¡La hermosa primavera en todo su esplendor!
Acalorados por el alto ritmo de la marcha, continuamos con nuestra andadura y vamos descendiendo hasta cruzar, sin problemas, el sediento cauce del río Gurri.
Tras dejar atrás el reseco torrente, una ligera subida que discurre por una senda forestal nos aleja del bosque y nos lleva a la población de Seva. Sin detenernos, cruzamos la urbe sin que ninguno de sus habitantes salga a nuestro encuentro.
Con la población a nuestra espalda, el Montseny a nuestra izquierda y Sant Miquel del Fai al frente, avanzamos por el camí de Masset en dirección a El Brull. A nuestro paso vamos dejando de lado frondosos campos de cereal en proceso de granado, esporádicas y verdes praderas con algunos animales pastando, el espectacular estany de l’Estanyol, y edificaciones aisladas vigiladas por sabuesos enclaustrados que ladran a nuestro paso.
Bajo un sol de justicia alcanzamos el Brull (fin de trayecto para los del grupo B), y a medida vamos llegamos al lugar apagamos nuestra sed en la fuente pública. Los más ingenuos de nosotros rellenamos nuestras vacías cantimploras con el líquido de la citada fuente, otros, más espabilados (¿verdad Aurelia, Caty y P. Ortega?) se adentran en el bar y aplacan la sed con una refrescante cerveza.
No sé porqué, pero mi retorcida mente me dice que cuando los integrantes del grupo B lleguen al este sitio, obviarán la visita a la Rectoría de Sant Martí del Brull y en su lugar se adentrarán en el bar para hacer correr la reconfortante y espumosa cerveza de la cantina. ¿Qué mal enseñados los tienes José Antonio!
Con los cuerpos correctamente hidratados, reemprendemos la marcha por el camino del pla del forn, que discurre entre la arboleda a lo largo de la Serra del Arca, hasta alcanzar los Cingles de Sani. En este paraje se localizan los restos de una gran cantidad de dólmenes (El Brull, el Bry, el collet de la costa, el del serrat dels moros o de la Serra de l’Arca, el dela Casanova de Can Serra…) que obviamos a nuestro paso. Ya sea por el ruinoso estado de las megalíticas construcciones, o debido a nuestra escasa afición a los descubrimientos geológicos, pasamos por la zona sin disfrutar de las riquezas del lugar.
Después de un buen trecho marchando por las alturas alcanzamos las Runes de Can Serra de l’Arca y poco después acometemos un pronunciado descenso, por una pedregosa y reseca canal, que nos conduce a la pista forestal que nos llevará a Aiguafreda. Al poco de adentrarnos en el amplio camino pasamos por debajo de una gran roca (la Balma de Can Serra) que sobresale en forma de visera y permanece anclada al suelo en un equilibrio aparentemente inestable, dando la la sensación de que está a punto de desprenderse y precipitarse sobre nosotros.
Poco antes de alcanzar Aiguafreda nos topamos con el depósito del agua y poco después con las primeras cimentaciones. Éstas, no son sino unas horripilantes construcciones de cemento armado cuyo diseño y edificación se que se asemejan más a un búnquer que a una vivienda o lugar de residencia.
Tras un trecho zigzagueando por entre la arboleda, a la derecha del camino, nos topamos con un solar presidido por un precioso e inusualmente bien conservado molino de viento, construido con piedra autóctona como la edificación anexa.
Nada más alcanzar la primera calle del poblado nos vemos obligados a caminar, en paralelo, junto a un impresionante muro exterior levantado a semejanza de los de una prisión de máxima seguridad, que protege el interior de la propiedad de las miradas de curiosos y forasteros. Poco después, en torno a las 14 horas, alcanzamos Aiguafreda, y tras contactar por teléfono con nuestros compañeros, nos encaminamos al bar Miguel para reunirnos en torno a la masa y dar buena cuenta de los alimentos transportados para la comida.
Al llegar al establecimiento, ubicado junto a la carretera, nos encontramos a la mayoría de los integrantes del grupo B apoltronados en las sillas de la terraza, vaciando voluminosas jarras de cerveza y consumiendo todo tipo de refrescos.
Una vez concluida la etapa, todos los caminantes nos acomodamos en una sala reservada para nuestras huestes y procedemos a reponer fuerzas. Como viene siendo habitual, los alimentos que engullimos durante la comida del mediodía difieren bastante del sustento que devoramos a la hora del desayuno. Así, vemos como desciende de manera considerable el número de bocadillos y aumenta, proporcionalmente, el de comestibles condimentados: pasta, arroz, tortillas, combinados de varios alimentos, verduras, ensaladas, precocinados…
Para no romper las buenas costumbres, devoramos la pitanza como osos recién salidos de la hibernación y gritamos cual energúmenos enfrentados en una pelea. Además, y por si todo ésto no fuera sufieciente, la visión de la realidad y las circunstancias que nos rodean suele ser bastante particular. Si para unos hace calor en la estancia, para otros se está bien e incluso hace fresquito; si unos proponen abrir los ventanales, para airear el ambiente y liberar el tufillo que desprenden nuestras sudadas prendas, otros prefieren mantenerlos cerrados y evitar las molestas corrientes de aire; los hay que engullen a la carrera para emprender el viaje de retorno lo antes posible, mientras otros se lo toman con parsimoniosa calma; unos prefieren cerveza, otros vino, éstos refrescos, aquellos agua… Y si hablamos de los cafés, mejor no entrar en detalle: yo solo, yo largo, yo corto, yo cortado, yo con leche, yo de sobre, yo de máquina, yo descafeinado, yo cortado descafeinado, yo sin azúcar, yo con ella, a mi no me gusta el café y prefiero una infusión de: manzanilla, menta poleo, hierbabuena, roibos, digestiva, antioxidante, relajante, laxante… E incluso… Yo, ni café, ni infusiones. -¡Yo un helado! -¿De hielo, de nata, de…?
¡Qué grupo tan singular! ¡En la variedad está el gusto, señoras y señores!
Bar Miguel- Aiguafreda
Blog de GRManía:
Excelente, como siempre. En la sección de los cafés te has dejado "el desgraciao", ya sabes, descafeinado, sacarina y leche desnatada. Ja, ja...
ResponderEliminarJajaja pues nada a por el desgraciadio.
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