Aconteció que esa madrugada, el cambio de horario, habíamos devuelto a las tinieblas de antaño. La negra espesura desperezábase entre los destellos de las farolas, mientras, a cuentagotas, damas y caballeros arremolinábanse en la parada del “carro a motor”, cual amaestradas caballerías.
La plática giraba en torno a múltiples aconteceres: saludos, conquistas y retiradas, y algún que otro desvarío; cuando de improvisto, de la boca de maese Don Antonio Gil brotaron las siguientes palabras: ¡Témome que el arriero del carro a motor habrase dormido o despistado pues, para la escasez de leguas que debe recorrer en pos de nuestra búsqueda, muchos son los minutos que de retraso lleva el cenutrio. ¡Bien sabe Dios que si por su culpa no pateamos el sendero previsto, maldeciré sus huesos y condenarelo a vagar eternamente por las tinieblas, ardiendo eternamente entre las llamas de lucifer!
Algún que otro noble cortesano (yo entre ellos) hallábase rememorando un episodio no demasiado alejado en el tiempo, en el cual sucedió, que otro despistado arriero dejonos abandonados a nuestra suerte y fue menester cabalgar en nuestros carros particulares hacia el Puigsacalm. De inmediato cargámosle el entureto al hidalgo Rafael ¿Habráse olvidado el barbudo gañán de recordar al amo de los carros que hoy nos disponíamos a caminar y a celebrar la diada de Sant Jordi? Más, deshízose el entuerto de inmediato, pues el culpable de la patraña resultó ser única y exclusivamente el botarate conductor.
Largas horas fueron necesarias (debido a la escasa pericia del arriero) para arribar al lugar (Santuari de Pinós) donde iniciábase la “Justa” que pretendíamos librar (por el vulgo llamada caminata) en pos de Seguers.
Arrecidas las garras, la napia y alerones auditivos, desenfundamos nuestras armas (bastones en esta benigna batalla) y pusímonos en marcha carretera abajo en pos de la meta.
Cuando las huestes hallábanse a punto de fenecer de inanición, uno de lo más loados e ilustres caballeros topóse de bruces con un bucólico paraje donde pudimos acomodar nuestras posaderas, rellenar la panza y achantar la sed. Bien aposentadas las nalgas, a la vera de un camino, que lindaba con las recién alumbradas mieses, engullimos nuestras viandas y dimos buena cuenta del elixir caldoso de la bota.
Saciado el apetito y aplacada la sed, dióse la orden de partida y sin dilación despegamos los traseros de piedras y hierbajos. Raudos y veloces, en habiendo liberado nuestras nobles posaderas de sus ataduras, emprendimos la marcha juvilosamente hacia la gloria. Unos cabalgaron a galope tendido, cual jinetes a lomo de encabritados corceles desbocados. Otros a ritmo más cansino, propio de jamelgos o bestias menos fogosas; y varios, al paso de rucios maestros, a vuelta de todo, expertos en el arte de tomarse la vida con calma y sabedores de que las prisas son malas consejeras.
Perdímosnos en el camino como costumbre suele ser en la cuadrilla, más la fatal pérdida condújonos a un Señorial Castillo de nombre conocido como el de “Boixadors”, el cual, y fiel a la costumbre patria, hallábase en reformas y con la cancela echada ¡Lástima que fuera imposible visitar la majestuosa fortaleza! Conformarnos tuvimos qué, con las magníficas vistas que del país ofrecíanos la atalaya.
Cada cual a su aire, como mandan los cánones, presentámosnos todos desperdigados en San Pedro Sallavinero (el cartelón de la estación ferroviaria da fe de la autenticidad de mi aseveración) a una ahora extrañamente temprana para la costumbre y ciertamente desacostumbrada para finiquitar la jornada.
Entablose, entonces, árdua discusión entre nobles, caballeros e infantones, sobre si aquella era hora propicia para desatar los cordones de nuestras abarcas, desalforjar las bestias y abandonar la travesía, en Sant Pere, o, quizás mejor, fuera de justicia jalear nuevamente a los cuadrúpedos, poner pies en polvorosa y cabalgar hasta Seguers, objetivo final del torneo.
Tras árdua y acalorada discusión, aunque no fue menester desenfundar tizona alguna, diose rienda suleta al personal y decisose que cada cual faciera lo que en gana le viniera.
Así, mientras los más cuerdos daban por bien empleada la jornada y consideraban haber arribado a posada decente; otros, Quijotescos y belicosos guerreros, mostráronse partidarios de fustigar un poquito más sus esqueletos, a fin de quemar sus múltiples excesos culinarios, encomendar su descarriada alma al altísimo y reconfortar su espíritu aventurero.
Así, mientras los más cuerdos daban por bien empleada la jornada y consideraban haber arribado a posada decente; otros, Quijotescos y belicosos guerreros, mostráronse partidarios de fustigar un poquito más sus esqueletos, a fin de quemar sus múltiples excesos culinarios, encomendar su descarriada alma al altísimo y reconfortar su espíritu aventurero.
Convinieron, entonces, sus mercedes, en partir en bulliciosa procesión en torno a Seguers, para divisar ésta y transitar posteriormente en círculo para retornar así al punto de partida, Sant Pere Sallavinera. Más como la senda mostrábase confusa, algunos jinetes (carentes de valentía) rindieron pleitesía, arrojaron el guante, envainaron la espada y desanduvieron sus pasos regresando por donde habían partido. Sin embargo, los guerreros más osados, valientes e intrépidos descubridores, arribaron, casi, a las puertas de Seguers y, a pesar de la facilidad con la que hubiera sido conquistada la plaza, pospusieron la invasión para ocasión más propicia. Acto seguido éstos encaminaron sus alegres y triunfantes pasos, por desconocida senda, al reencuentro de sus apacibles compañeros en el Bar de Sant Pere.
Arribada la hora de la partida (en pos de ágape y la fiesta), ocurriósele al ingenioso arriero del carro a motor practicar con el cierre de las cancelas. Para desgracia nuestra, el sesudo individuo, cargose el portón del carro. Entonces el carromato encabritose y negose a ponerse en funcionamiento si no se reparaba el desperfecto ocasionado por el sesuzo arriero. Facieronse, entonces, necesarios, la fuerza bruta de algunos caballeros, un padrenuestro a cargo de la doncella Carmen y arrobas de Diosa fortuna para que el desaliñado, originado por el deslamado, fuese solucionado y poder así, al fin, emprender la partida hacia Callús.
Acampados en el reservado de una venta del citado poblado, dimos buena cuenta de todo el yantar hasta allí transportado en nuestros zurrones. A punto estuvimos tambien de secar el barril cervecero que la posadera había desprecintado tan pronto habíase percado de nuestra belicosa cercanía.
En acabándose el banquete, diose por concluida la “Justa” sin que la sangre llegara al río y sin vencedores ni vencidos.
Finiquitamos el glorioso evento, con lecturas diversas sobre la efemérides y nos deleitamos con la una magnífica representación teatral a cargo de nuestro insuperable pareja de juglares: la dama Doña María y el Caballero Don Pedro.
Finiquitamos el glorioso evento, con lecturas diversas sobre la efemérides y nos deleitamos con la una magnífica representación teatral a cargo de nuestro insuperable pareja de juglares: la dama Doña María y el Caballero Don Pedro.
Fotos Antonio Gil
Bar Stop (Callús)
Como es habitual, me quedo maravillado con la riqueza de léxico que derrochas en tus crónicas.
ResponderEliminarSi no fuera por que eres mi amigo, pensaría que me estás adulando... jajajaja!
EliminarEstupenda y divertida crónica: Felicidades!!!
ResponderEliminarUn placer que te guste y Grcioas a ti por leerla!
EliminarBien podría parecer que alguien del pasado está diciéndote al oído lo que deberías escribir...ja ja ja...te pareces al abuelo contando sus historias...con un lenguaje más culto y rebuscado...
ResponderEliminarJajajajaja algo... se me tenía que haber pegado después de compartir tantos momentos inolvidables.
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