- El reencuentro.
Olvidada ya la época ociosa, estrenamos otoño, y temporada, con el GR3 que nos conducirá desde el sur de la comarca del Urgell (Vallbona de les Monges) hasta las entrañas del Bages (Navarcles).
Sea para desentumecer el organismo adormecido por las siestas veraniegas; para desengrasar los músculos tras la calma estival; para combatir los excesos de las vacaciones; o con la excusa de reencontrarnos con los “viejos” compañeros/as, el caso es que la asistencia, a la jornada inaugural, es mucho más concurrida de lo que era habitual hace unos meses. Confiemos en que la dinámica se mantenga.
Para mantener la fidelidad a nuestras viejas costumbres, y pese a la protesta de algunas de las cabezas pensantes, antes de abandonar el autocar, procedemos a modificar todos los planes programados: adiós al horario de salida, ningún respeto a los grupos previstos y cambios en el kilometraje acordado. ¡Viva el libertinaje!
- El tiempo loco y los pueblos vacíos.
Continuando con la alterada climatológica (si por alterada se entiende la pertinaz sequía que nos acompaña de un tiempo a esta parte), y a pesar de que la noche anterior aquí ha caído un buen aguacero, los primeros kilómetros de la jornada discurren por un amplio y reseco camino. La quietud de la campiña, inundada de viñas, se ve alterada por los esporádicos trinos de las pequeñas aves silvestres, el runruneo de algún tractor y las conversaciones de los preocupados caminantes.
Dado lo avanzado del mes de septiembre, la vendimia ya ha sido completada en su totalidad y, para desgracia nuestra, solo algún que otro mísero racimo, verde y no demasiado dulzón, cuelga de los esquilmados sarmientos. ¡Nada que ver con aquellos "septiembres", donde las mandarinas, manzanas y uvas invitaban al hurto!
Después de 5 kilómetros de moderado descenso, nos adentramos en el desértico poblado de Rocafort de Vallbona. En una de sus adormecidas calles, junto a la tapia de la iglesia parroquial de San Salvador, los que van en cabeza detienen sus pasos, se acomodan y desempaquetan sus bocadillos, mientras aguardan la llegada del resto de desperdigados caminantes. Estos, a medida que alcanzan el punto de reunión, van imitando a sus predecesores y van dando cuenta, también, de sus generosos emparedados y del vino de la bota. Tras el postre de cada cual, corren, como es habitual, pastas, chocolate, té, café y embriagadores licores. Así mismo, algunos cuatreros, degustan, y comparten, racimos de uva adquiridos de manera gratuita en la parra que crece junto a la pared de la plaza de la iglesia.
Una vez repuestas las fuerzas y saciados sed y apetito, nos ponemos en marcha, ahora ya sí, en desbandada, cada grupo a su ritmo y con destinos diferentes.
Desde Rocafort hasta Guimerà avanzamos por el valle del sediento río Corb. Poco a poco, vamos remontando el estéril y mudo cauce del riachuelo por un amplio camino, hoy embarrado a causa de la bendita lluvia de la noche anterior. La pegajosa senda discurre por entre múltiples viñedos salteados campos de almendros y olivos, aún por recolectar; resecos labrantíos de cereal hace tiempo cosechados; alguna esporádica pradera cubierta de reseco pasto; contadas zonas de arbolado silvestre; y, en los márgenes, matorral y zarzales cargados de moras.
- El hombre de barro, las pérdidas y el cuatrero.
Los de la avanzadilla caminamos dispersos y vamos salvando los barrizales como buenamente podemos. En uno de los fangales se empantana, por descuido y de manera involuntaria, Paco Ortega. Tras un extravagante bailoteo, causado por un cómico resbalón en el cenagal, el equilibrista recupera la vertical y vuelve al redil. De pronto, al observar al embarrado, se desata la risa entre sus acompañantes, pues el vinatero aparece ante nuestros ojos subido a unos grotescos borceguíes cuyas suelas se alzan sobre unas generosas plataformas repletas de barro. Tal contratiempo obliga titiritero personaje a descolgarse del grupo para así proceder a limpiar sus enlodadas y pesadas botas. Fruto de nuestra singular camaradería, ninguno de nosotros detiene sus pasos para aguardar al embarrado colega.
En nuestro discurrir por el valle dejamos atrás las pequeñas poblaciones de Nalec y Ciutadilla, curiosamente también desérticas, y nos olvidamos por completo de nuestro rezagado compañero. ¡Que se las apañe, él solo, como pueda!
Hacia las doce del mediodía, los de la avanzadilla alcanzan Guimerà y detienen sus pasos para proceder a la reunificación. A cuentagotas vamos alcanzando el punto de encuentro, los demás. Cuando creemos estar todos, debatimos sobre lo tardío de la hora y la conveniencia de aligerar la marcha para aquellos que quieran alcanzar Tárrega. Una vez decidido en qué grupo transitará cada cual, alguien cae en la cuenta de que falta el embarrado. Como movidos por un resorte, todos giramos la vista en pos del camino que nos ha conducido hasta aquí, con la esperanza de que aparezca de inmediato el descarriado. Sin embargo, ¡ni rastro!
De repente, el airado personaje emerge tras la curva del camino en el cual están clavados nuestros ojos, y sin tiempo para la duda, desde lejos, nos increpa a grito pelado, mientras nos regala una sarta de improperios entono amenazante.
- ¡C...BR...N...S! ¡C...BR...N...S!.. y ¡C...BR...N...S! ¡Anda que me habéis esperado! ¡Me habéis abandonado a mi suerte y la señalización es pésima!
En un intento por argumentar nuestro involuntario olvido, algunos abrimos la boca para razonar nuestro comportamiento, pero el desahuciado no admite excusas y en tono furibundo se despacha a gusto contra todos nosotros. Con voz diáfana y cargada de abrupta belicosidad nos espeta:
- ¡IROS TODOS A TOMAR POR ...! ¡C...- BR...- N...S!
Aplacada la ira del llanero solitario, las aguas vuelven a su cauce y ¡pelillos a la mar! Acto seguido nos dividimos en dos grupos y partimos en pos del destino. Unos, raudos y veloces, rumbo a la meta inicialmente prevista: Tárrega; y el resto, alegres, calmosos y en armonía, en dirección a la cercana población de Verdú.
Recién iniciada la marcha, Paco Troya nos comenta que él pretende hacer una ruta turística por Guimerà y nos anima a que le acompañemos en su recorrido por el monumental lugar. Sin embargo, hoy la cultura tampoco tiene cabina, y el resto del grupo descartamos el turismo y enfilamos los pies hacia el final de la etapa.
Tras separarnos, tomamos caminos divergentes, a fin de cumplir, cada cual, con sus antagónicos objetivos. Al cabo de un rato de vagabundear por Guimerà, nos percatamos de que nuestros pasos vagan erráticos y debemos retroceder sobre sobre los mismos para recuperar el rumbo perdido. Entonces, ¡oh, milagro! nos topamos con Paco Troya, que no solo ha hecho la ruta prevista, sino que avanza por la vía adecuada. ¡Qué espabilados! ¡Ni senda correcta, ni visita monumental!
A las afueras de Guimerà, acometemos una empinada cuesta asfaltada que nos aleja de la monumental población y nos adentra en territorio de cultivos. De nuevo grandes extensiones de viñedos se alternan con campos de almendros y olivares.
Mientras avanzamos por la amplia pista que ramifica la solitaria campiña, algunos recolectamos frutos de los almendros que crecen a la vera del camino.
De improviso, al pasar junto a un viñedo ya vendimiado, descubro un generoso racimo de uvas, olvidado por los vendimiadores, que invita a ser recolectado. Con disimulo, me descuelgo de Paco Ortega, mi compañero de ruta y charla en esos momentos, y me detengo frente al cuerpo del delito. Oteo con ojos aguileños el horizonte, para descartar ser pillado con las manos en la masa, y cuando estoy a punto de invadir la propiedad privada y apoderarme del suculento tesoro, mis ojos descubren, a lo lejos, y semi-oculto entre las viñas, al supuesto dueño del cultivo. ¡Vade retro Satanás! El sentido común (¡si es que lo tengo!) me invita a desistir de apoderarme de lo ajeno, seguir mis pasos y dar alcance a mi querido compadre.
Al llegar a la altura de mi camarada, le explico el suceso y este me comenta que de haber dialogado con el propietario, con total seguridad me habría permitido desgajar el racimo. Pero como ya hemos dejado atrás el lugar del crimen, y el reloj avanza sin prisa pero sin pausa, desisto de mi empeño y olvido las uvas.
Pasada la una del mediodía alcanzamos Verdú. Nada más adentrarnos en el poblado damos con nuestros compañeros del grupo C, los cuales se encuentran descansando en las sillas de la terraza de un bar ubicado en la plaza del pueblo.
Fieles a su habitual maestría en el arte del buen vivir, los acomodados en las sillas departen amistosamente entre ellos dialogando sobre temas de actualidad. Acompañan sus pausadas pláticas con la noble ingesta de frutos secos, galletas, patatas fritas y otros aditivos culinarios, a la vez que riegan los citados sustentos alimenticios con espumosas jarras de cerveza y todo tipo de refrescos. ¡Como se lo montan los amigos! ¡Habrá que plantearse con seriedad el cambio de grupo!
Mientras permanecemos sentados, en espera de que nos alcancen los que vienen por detrás de nosotros, alguien pregona al viento que serían bienvenidas algunas raciones de gambas para amenizar la espera. Todos asentimos con algarabía y celebramos la sugerencia con vítores y loas al ocurrente, pero como nadie parece dispuesto a rascarse el bolsillo, la sugerencia cae en saco roto. ¡Qué agarrados!
Poco antes de las dos de la tarde, los galgos de GRManía alcanzan Tárrega y nos comunican por teléfono que nos esperan en un bar de la localidad para comer. Instantes después, por la calle principal de Verdú, aparecen las siluetas de los que cierran el pelotón y se dirigen hacia la plaza donde descansamos los demás.
Finalizada la etapa sin sobresaltos que lamentar (¡lo de Paco Ortega no cuenta!) nos dirigimos en autocar a Tárrega donde nos esperan los queridos compañeros.
- El triple convite (¡Días de mucho, vísperas de nada!)
Gracias a las hábiles gestiones de la avanzadilla, tenemos reservada mesa en la Heladería la Jijonenca. A medida que vamos llegando nos vamos acomodando en las diferentes sillas del local hasta abarrotar por completo el establecimiento.
Antes de pedir la habitual bebida, José Antonio anuncia a los cuatro vientos que la consumición de hoy correrá de su cuenta. Tal es la alegría del GRMano (porque uno de sus vástagos abandona el nido), que no repara en gastos y tira la casa por la ventana. ¿Bajo qué rufianas concesiones, o ante qué villanas amenazas, habrá cimentado el venturoso acuerdo? ¡Ya nos lo explicarás, envidado amigo, si es que existe explicación alguna a tamaña heroicidad!… ¿Cómo lo has conseguido? Sea como fuere el fondo del loado acuerdo, las cervezas y los cafés, de gorra, saben a gloria y las paupérrimas arcas de GRManía lo agradecen. ¡Muchas gracias por el convite! ¡Que pronto te hagan abuelo para que nos vuelvas a invitar otra vez!
Para continuar con la fiesta, hoy también celebramos el cumpleaños de Joan Lluis (60) y Josep Ferrer (65). Ya se sabe que en este singular país pasamos del todo a la nada, o a la inversa, en un santiamén. Y de la misma forma que un día nos damos el gran atracón, al siguiente nos decantamos por un estricto régimen. En definitiva, que nos vemos obligados a degustar unas deliciosas galletas y a brindar con una copita de cava en memoria de los dos sesentones. En pleno jolgorio, y para que los nuevos “retirados” no olviden que ya han traspasado la mítica barrera de los sesenta, María, fiel a la tradición, les hace entrega del carnet del Club 60 a Joan Lluis y algunos que lo tenían pendiente, a fin de que lo puedan utilizar en los eventos de relevancia que ellos consideren oportunos. ¡Felicidades a ambos y que nos volváis a invitar con motivo de los setenta!
Heladería la Jijonenca
Plaça del Carme, 10. Local
25300 Tàrrega - Lleida
Tel: 973310055
Blog de GRManía:
Tàrrega.
Sábado, 23 de septiembre 2017.