Sant Pau de Pinós - Cabrianes.
A caballo entre la comercial festividad de San Valentín y el bullicioso ajetreo Carnavalero, unos pocos GRManos nos disponemos a oxigenar nuestros castigados organismos con los beneficios que nos regala la bendita naturaleza.
A pesar de que no hay previsto ningún contratiempo atmosférico para la jornada sabatina; de que el recorrido no es demasiado exigente en cuanto al desnivel; de que los parajes a transitar se adivinan gratificantes según los expertos; de que ya nota el crecer de los días; y de que el desplazamiento es al lugar es ciertamente corto y llevadero, el número de ausencias y bajas de última hora es muy elevado.
Ya sea por los compromisos adquiridos con anterioridad; a causa de viajes de placer; por alguna ligera indisposición transitoria; o principalmente por que la distancia a recorrer durante la etapa es bastante más larga de la acostumbrada, el caso es que a la hora convenida no alcanzamos ni siquiera la treintena.
Dadas las características de la etapa, y siguiendo las directrices de los avezados, hoy más que nunca, todos tenemos claro en qué grupo debemos integrarnos para no eternizar la jornada. Así, los del B acometerán la segunda mitad del recorrido (unos 18 Kms) mientras que los del A realizarán la totalidad del mismo (32 Kms).
En el desplazamiento desde Terrassa hasta Sant Pau de Pinós, la oscuridad se va desvaneciendo y de las tinieblas emerge una espesa niebla que enmascara el paisaje y se afana, desesperada, por ocultar con su grisáceo tul los emergentes rayos solares del nuevo amanecer, sabedora de que su derrota es inminente.
Al alcanzar el punto de partida, los andarines del grupo A nos despedimos de nuestros colegas del B y descendemos, alegres y vivarachos, del autocar.
Nada más poner pie en tierra nos percatamos de que la mañana es húmeda y fresquita. Las lluvias de las últimas semanas han empapado el terreno y la vegetación muestra agradecida los benéficos del riego celestial. Los matorrales verdean; las hojas de los árboles relucen su esplendor; los caminos se visten, salteados aquí y allá, de charcos y barrizales; y los campos de cereales luchan jubilosos por abandonar el entierro invernal y ver al cielo. Mientras el tibio sol se despereza lentamente por encima de las lomas que pueblan el horizonte, los valles languidecen ocultos bajo el manto de la silenciosa y algodonada niebla.
Apenas iniciada la marcha y adentrarnos en el bosque, el grupo A se divide en dos secciones: Una formada por seis agitados, raudos, alocados e intrépidos GRDores que emprenden la huida a velocidad de vértigo, cual alma que lleva el diablo, bajo el lema de ¡Sálvese quien pueda! Y una segunda formada por otros siete GRManos, más cuerdos, relajados y tranquilos que aquellos, convencidos de que tarde o temprano alcanzaremos la meta y nos reuniremos con los demás.
Los primeros kilómetros del trayecto son un constante descenso por el barranco de Rocafesa. Poco después acometemos una leve subida y nos topamos con la solitaria ermita de St. Amanç de Pedrós y más adelante con la de St. Jordi Lloberes. Recién sobrepasada esta última contactamos con los compañeros, que suponemos van por delante, para que localicen un lugar donde reagruparnos y poder desayunar. Pero para sorpresa general, éstos se han perdido en un cruce del camino, han recorrido más de un Km con rumbo equivocado, y desandando sus pasos, transitan por detrás nuestro con un cuarto de hora de retraso.
Hacia las nueve y media de la mañana, por los altos de Can Cornet, a la vera del camino rural, emerge la ermita de St. Miquel Nou (de la parroquia de St. Miquel de Terradelles). Allí detenemos nuestros pasos, nos acomodarnos en los poyos de piedra que rodean las paredes del edificio y, conversando sobre temas de actualidad, reponemos fuerzas a la esperar a los extraviados, los cuales son recibidos con generosa algarabía. Con fruición, todos engullimos nuestros ricos bocatas, menos Evaristo que, fiel a su tradición, huye de pan, embutidos y demás alimentos calóricos y, en pie, se zampa, impertérrito, su ración de frutos secos.
Luego de regar generosamente el buche, con el vino de la bota, y atiborrados de los habitualmente compartidos extras: frutos secos, galletas, chocolates, dulces… recogemos los bártulos y nos disponemos a reanudar nuevamente la marcha.
Mientras los más pausados nos colgamos la mochila a la espalda para partir, vemos salir en estampida a cinco GRDores (Antonio, Carlos, Evaristo, Joan Lluis y Rafael), los cuales desaparecen definitivamente de nuestra vista en el primer recodo del camino, y para el resto de la jornada, cual alma que lleve el diablo.
A medida que el sol gana altura por el horizonte y la niebla se va desvaneciendo, los 8 de la retaguardia (Ana, Dolors, Antonio D., Paco O., Paco V., Pitu, Josep F., y el escribano) avanzamos, sin prisa pero sin pausa, por caminos, pistas, veredas y senderos. En nuestro transitar por la reluciente campiña vamos dejando atrás hermosas masías y milenarias ermitas, sorteando renacientes campos de cultivo y salvando cauces de regueros de lluvia ocasional. La ondulada orografía de la zona nos obliga a un constante tobogán de subidas y bajadas. A cada descenso a la planicie de los valles le precede la correspondiente subida a las lomas que, aunque cortas y no demasiado pronunciadas, desperdigan al grupo de los/las rezagados. Sin embargo, en nuestra sección hoy impera la camaradería y en lo alto de cada cima los primeros detienen sus pasos para esperar la llegada de los más rezagados. Del grupo de la avanzadilla… ¡Imposible establecer contacto!
Hacia el mediodía, tras dejar atrás Can Coll y la ermita de Cornet, avanzamos por el camino de Soler hasta alcanzar la intersección de éste con la carretera BP4313 que marca la mitad aproximada del recorrido de la etapa. Desde allí, de buena mañana, relajados, agrupados y sin prisa alguna, debieron partieron en compacta armonía nuestros queridos compañeros del grupo B, en pos de Cabrianes.
Llegados a este punto, desconocernos por donde deambulan esos supuestos compañeros del grupo A. Por cauces secretos llegan noticias sin confirmar que afirman haber visto a los GRDores lanzarse a la carrera en varios de los tramos en descenso. Igualmente se comenta que uno de ellos va echando los bofes intentando no perder el contacto con los demás. ¡Menuda tropa de desalmados!
Recién cruzada la vía automovilística nos topamos con una gran masía rodeada de edificios anexos. Una señalización algo confusa en el GR-4, nos lleva al engaño y sin darnos cuenta nos salimos del track. Al percatarnos de nuestro error detenemos la marcha y comenzamos a vociferar a los “perdidos” Paco O. y Ana (que estaban a punto de coronar el alto y toparse con la pista forestal) para que retrocedan sobre sus pasos y se regresen al camino “correcto”. Entre idas y venidas perdemos otra media hora con respecto a los avanzados del grupo A.
Al reagruparnos de nuevo, Paco O. expresa su presentimiento de que la ruta que él llevaba acababa convergiendo con el Track, pero decidimos ignorar su augurio, hacer caso a la moderna tecnología y continuar por la ruta que el GPs nos marca. Craso error el nuestro, pues el presentimiento de Paco era correcto, y la senda que suponíamos errónea nos hubiera ahorrado casi una hora del trayecto.
Después de casi dos horas incomunicados, contactamos de nuevamente con los GRDores y no enteramos, contrariados, que los listillos, haciendo caso omiso del Track, han continuado por la ruta incorrecta, han acortado considerablemente su trayecto y, entre unas cosas y otras, nos aventajan en algo más de una hora.
Aunque el perfil general de la etapa es en descenso, nos hemos visto obligados a acometer varias remontadas para coronar las diversas colinas que separaban las diferentes vertientes y sus respectivas planicies.
Desde las alturas, y cuando el arbolado no nos lo impedía, hemos ido observando embelesados la preciosidad del paraje que nos rodeaba. Las nevadas cumbres del Pirineo a nuestra espalda; las diversas estribaciones montañosas del Bàges, en todos los sentidos; el Montcau y St. LLorenç al este; la magnífica montaña de Montserrat al sur; y, diseminadas por doquier en hondonadas, explanadas y laderas, sucediéndose en la distancia, multitud de majestuosas masías y varias ermitas presidiendo las diversas propiedades: cultivos, praderas y bosques.
Por la mente quien vivió y disfrutó de su infancia en el mundo rural, discurren con la nitidez de las vivencias, los recuerdos de antaño. De las gruesas paredes de las imponentes edificaciones renacen la oscuridad impenetrable de las tinieblas y el silencio sepulcral de las noches, solo roto por el ladrido de algún que otro perro. El nuevo amanecer anunciado por el canto del gallo. El madrugador desperezar de los labriegos y las abnegadas amas de casa dispuestos a encarar una nueva jornada, ellos en el campo y ellas tras las duras tareas del hogar. El humo que emerge por la chimenea originado en la leña que prende en la lumbre, templa la estancia y cocina las viandas de la olla. El aire mezclado diversos aromas: pan recién horneado, aceite casero que abrillanta la rebanada colmada de embutidos, y el del café que emana del puchero, con el del estiércol que emana de las cuadras. El remanso de paz del lugar, alterado por la salida en estampida de un niño despeinado, calzado con raídas alpargatas, que abandona el calor del hogar para juguetear con el chucho bobalicón que colea bajo el quicio de la puerta. El estruendo del gallinero cuando el ínclito zagal se adentra en el viejo cobertizo, alborota las gallinas y huye despavorido del altivo gallo del Prat. La paz que transmite la pequeña de la casa, tocada con coletas a medio hacer por mor de la almohada, mientras juguetea en el banco de piedra que hay frente a la puerta con el gatito de pelaje atigrado que, cola alzada, ronronea al son de las caricias de su delicada protectora. El mugir de las vacas y el gruñir de los cerdos, reclamando la presencia del amo para que les de comer o les saque al exterior. En la explanada que preside la mansión, el todoterreno, la motocicleta, el tractor y la moderna maquinaria han sido sustituidos por el robusto carro de madera, el borrico con las aguaderas, el arado de reja y el resto de rudimentarios aperos de labranza.
Avanza la mañana y luce el tibio sol invernal. Los saltarines gorriones picotean junto al estercolero en búsqueda de algún grano que llevarse al gaznate.
De repente, por un recodo del camino que nace tras la arboleda aparece el audaz vendedor ambulante montado en su rudimentaria bicicleta. Viene cargado hasta los topes de artículos de primera necesidad (unos, encargados en su última vista a la masía y otros, modernos, de nueva cuña, con los cuales pretende engatusar a los austeros lugareños). Según la ocasión, el negocio fructifica mediante el pago en metálico del precio convenido (tras un largo y divertido regateo), y otras por el truque de mercancías entre los interlocutores. De tal guisa, el hábil comerciante engorda su famélica cartera proporcionando a los señores del campo enseres que difícilmente podrían adquirir si no fuera desplazándose a las lejanas urbes.
A la hora de comer, atraído por el olor de la olla, la carne a la brasa, los calçots, las secas con butifarra o los dulces caseros, como caído del cielo, aparece el señor cura vestido con su negra sotana para reconfortar el alma de files. En pago a su generosa bendición, el mosén se acomoda a la mesa junto a la familia para engullir vorazmente los manjares que la dueña sirve a los comensales, mientras, levantando el codo, riega el gaznate con largos tragos de vino del porrón. Tras la copita de cazalla, la siesta y los ronquidos al calor del hogar el de la toga negra abandona la estancia prometiendo volver lo antes posible ¡Queden con Dios!
La jornada discurre lentamente hacia la tarde y transporta al caminante en torno a mesa y mantel que presidió el cura. ¡Huele a escudella! Mas la proximidad del final de la etapa impiden al soñador rememorar los recuerdos que emanan de las vespertinas tardes de pan con chocolate, dulces, juegos de infancia, carreras alocadas, renacuajos, recados al vecindario, paseos a lomo del caballo por las fincas, o de acompañar, con desgana, a los adultos a las tareas campestres.
Pasamos de soslayo por fincas valladas en la cuales permanecen encerradas, tras el alambre, algunas vacas y sus respectivas crías. Una de estas madres, vigilante, protege a sus dos terneros, recién nacidos, de la provocadora curiosidad de los caminantes del grupo B, amenazando a aquellos atrevidos intrusos que osan acercarse al vallado para fotografiar al admirable trío de bovinos.
Para no romper la tradición GRMana pasamos de largo por la ermita de St Martí de Sehrrahima, preciosa por fuera y bien conservada. El místico lugar fue antaño lugar de reunión dominical y centro social de los habitantes de la zona. Sus recias paredes resultaron ser testigos silenciosos de la vida que guardan en el recuerdo dimes y diretes, chismorreos, noticas veraces e infinidad de bulos inventados, encuentros ocasionales, aventuras y desventuras amorosas y también de algún que otro momento para encomendarse al altísimo. Su historia viene marcada por antiguas celebraciones eclesiásticas cada vez menos frecuentes: Sepelios, bodas, bautizos, comuniones, fiestas patronales y/o religiosas, ya casi en desuso.
La parte final de la larga etapa discurre por un largo y pronunciado descenso que, al verse interrumpido por una corta pero exigente subida, agota nuestras fuerzas.
En las proximidades de Cabrines, a la derecha del camino, destaca un antiguo horno de cal medio en ruinas, mientras, a la izquierda, un nutrido rebaño de ovejas merinas pace mansamente en la pradera colindante al camino. A cierta distancia de las ovinas, ojo avizor, permanece vigilante el curtido pastor, enjuto, demacrado y entrado en años, descansando sus posaderas en el duro suelo, junto a su fiel can, al calor de los rayos solares de tibia tarde invernal.
Hacia las 14:40 rodeamos un polígono industrial situado en las proximidades del poblado y cinco minutos después, tras superar la monstruosa y horripilante edificación de estructura de cemento, nos dirigimos por una carretera asfaltada hasta alcanzar el autocar que, con las puertas abiertas, nos recibe al fondo.
Una hora y media después de que los GRDores del grupo A finalizaran la etapa, y con algo más de retaso con respecto o compañeros del grupo B, damos por concluida la larga etapa, nos aposentamos en las sillas del Bar La Closca y nos disponemos a vaciar nuestras fiambreras y degustar la tradicional jarra cervezera.
Restaurant "La Closca" (Cabrianes)
Serrat de Contacorbs08513 Prats de LluçanèsBarcelonaTel.: 93 850 81 25Mòbil: 699 922 742Blog de GRManía:
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Sábado, 18 de febrero de 2017.