Coll de Pal – Santuari de Falgars.
Segunda etapa de este GR4.
De inicio las perspectivas no son demasiado halagüeñas, pues el día amanece lluvioso y el autocar, que llega con cierto retraso, se salta la parada del autobús haciéndonos caminar unos metros de más.
Una vez acomodados en nuestros respectivos asientos, un veterano GRMano interroga al conductor sobre el motivo del retraso, y éste, novato y con escasa convicción, alega que se ha perdido por entre las calles en obras de Terrassa. Justificación poco creíble, pues Terrassa es una ciudad impoluta y perfectamente organizada. Sin apenas obras en sus armoniosas calles, y con una señalización impecable cuando éstas se producen…
Superados los contratiempos, pero con cierto retraso, nos disponemos a recorrer los muchos kilómetros que nos separan del punto de partida: El coll de Pal.
El correr de la seca estación otoñal hace que la oscuridad nos acompañé durante la mayor parte del recorrido hasta nuestro punto de partida. Y más si a ello le añadimos los amenazantes y negros nubarrones que se ciernen sobre Catalunya. ¿Tantos días de sequía y se pone a llover hoy? ¡A eso se le llama mala suerte!
Después de un par de horas de trayecto, cuando el autocar se detiene en lo alto del Coll de Pal, una grisácea y densa humareda emerge de la parte trasera del vehículo como si alguien hubiera abierto la trampilla de una chimenea encendida con leña húmeda. En la retaguardia del novísimo autocar el pestilente olor se hace insoportable, y los “pacíficos” viajeros que ocupamos los asientos de cola vociferamos alocadamente para que el conductor abra la puerta y nos permita abandonar el vehículo antes de que los mortíferos gases acaben con nosotros.
Tras unos momentos de prisas y achuchones, descendemos a la explanada que hay junto a la carretera. Cogemos nuestras repletas mochilas y nos preparamos para la marcha, en descenso, que nos conducirá hacia nuestras respectivas mentas: La pobla de Lillet (grupo B), y el Santuario de Falgars (grupo A).
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Atrás dejamos la planicie de la hermosa, rica y atrayente Cerdanya para adentramos en el no menos bello, pero escarpado, territorio Pre pirenaico.
Fieles a nuestra genuina idiosincrasia, cuando apenas llevamos unos trescientos metros de recorrido, la distancia entre los de cabeza y cola es ya de casi 250.
Nada más cruzar el torrente del coll de Pal (deshidratado a causa de la pertinente sequía), los de cabeza se detienen para proceder a la primera reagrupación. Para matar la espera extraigo de mi mochila una galleta energética que engullo con fruición y sin ánimo de compartir con nadie. A mi lado se encuentra Inés Valera, con la cara compungida, observando cómo me zampo el reconstituyente alimento sin decir ni mu. Entonces, se acerca Jaime Pavón y me pregunta si llevo alguna galleta de más y se la puedo ofrecer a su media naranja, pues ella se encuentra falta de fuerzas y no lleva ninguna en su mochila. Con resignación, le entrego las dos que me quedan. ¡Todo sea por la multitud de ocasiones en las que ella nos ha deleitado con dulces, tartas, chocolates y otros manjares de cosecha propia!
Cuando las últimas unidades alcanzan al punto de reunión (¡para qué esperar a que se recuperen!) reiniciamos la marcha por una trocha algo más marcada.
Enfrascados en nuestras banales conversaciones, los de cabeza estamos a punto de saltarnos el desvío a la izquierda. Suerte que alguno espabilado (¿Paco Ortega, Jaime…?) da la voz de alarma y nos devuelve a la senda correcta. Otros, menos avispados (¿verdad Pepe y Paco Victoria?), continúan por el camino equivocado y avanzan durante un buen trecho sin percatarse de su extravío.
Poco a poco, según vamos perdiendo altura, las despobladas praderas van dando paso a zonas recubiertas otro tipo de vegetación: matorrales, sabinares, espinos y varias clases de arbustos. En una de esas zonas, tras dejar atrás una angosta y solitaria pradera, localizamos una explanada, en pendiente, y allí nos detenemos para desayunar, recuperar fuerzas y esperar a los Grmanos extraviados
A medida que vamos llegando al lugar nos vamos acomodando junto a nuestros queridos compañeros. La mayoría, “a pelo”, en el levemente escarchado suelo a causa de la humedad de la jornada. Otros, pocos, ¡qué remilgados ellos y ellas!, extraen de sus mochilas una alfombras de poliéster para proteger sus delicadas posaderas. ¡Hasta dónde hemos llegado! ¿Dónde quedaron aquellos sufridos trepadores y aquellas valientes alpinistas que iban a la montaña con lo puesto?
Concluido el desayuno reiniciamos la marcha y nos adentramos en el bosque (principalmente poblado de coníferas, aunque también crecen esporádicos chaparros, encinas, robles, álamos….). Por sorpresa, a la altura del torrente de la Bauma Roja nos topamos con una partida de cazadores. Éstos, al acecho en sus respectivos puestos, se hallan dispersos por la zona con la intención de abatir algunas piezas de jabalí, y establecer, así, el equilibrio ecológico alterado a causa de la ausencia de depredadores para los belicosos y devastadores omnívoros.
Tras charlar con uno de los batidores, decidimos detener la marcha, en espera de los rezagados, y transitar en compacto pelotón para evitar que algún despistado y solitario caminante sea confundido con uno de los fieros y asilvestrados animales y se produzca un fatal accidente en forma de perdigonada en el trasero.
Amparado en la protección del grupo detengo mis pasos y me adentro entre la vegetación para liberar mi repleta y exigente vejiga, y al abandonar mi escondite, para recuperar la senda correcta, aparezco de improviso ante los ojos de Paco Victoria que espantado exclama: - ¡Coño, que susto, pensaba que eras un jabalí!
Como nuestra capacidad parar permanecer agrupados es bastante limitada, de inmediato se estira el grupo. Unos, en su afán por correr, avanzan desbocados a todo trapo hacia la meta. Otros, más relajados, van oteando el paisaje otoñal y disfrutando de las múltiples tonalidades crematísticas de la época: anaranjados, verdes, morados, rojizos, lilas, amarillos, marrones, grisáceos, negros... Y los más rezagados, sin prisa, pues han decidido explorar el terreno en búsqueda de setas.
Los más avezados micólogos descubren y recolectan algunos robellones y varias clases de hongos comestibles. Otros, como yo, auténticos neófitos en la materia, no localizamos ninguna pieza y desistimos rápidamente de la inútil búsqueda.
Después de un buen rato caminando por una senda surcada en el bosque, alcanzamos una pista forestal que zigzagueando nos conduce al “Refugi de Erols”. Una Masía grande y muy bien conservada, rodeada de tierras de labranza, una huerta y un espacio cercado donde destaca una piscina. Parece ser un lugar de reposo y alojamiento para uso y disfrute de la naturaleza, pues en el lado norte de la misma se hallan aparcadas dos auto caravanas con personas dentro. Al pasar junto a una de ellas, un niño rubio y despierto montado en una bicicleta, nos saluda alegremente mientras pedalea jubiloso encima de su vehículo a pedales.
Luego de un buen trecho avanzando por la bien cuidada pista forestal, divisamos, al fondo, los vestigios de la antigua cementera de Asland, hoy abandonada. Una aparatosa, desvencijada y ruinosa y fea edificación que emerge a la falda de la erosionada ladera de la montaña, languideciendo en un lamentablemente estado de conservación, y manteniéndose en pie de forma absolutamente milagrosa.
De pronto, sin previo aviso, aunque no de manera inesperada, la lluvia hace acto de presencia y debemos protegernos con nuestra ropa de agua o cobijarnos bajo el paraguas, aquel previsor que lo ha traído y lo tiene a mano.
El benigno aguacero, que dura entre quince o veinte minutos, apenas si consigue calar la ropa de quienes no han considerado oportuno protegerse del chaparrón.
Hacia la una del mediodía, con las piernas cargadas por el constante descenso, alcanzamos La Pobla de Lillet, final de trayecto para los del grupo B.
Una vez reagrupados todos los caminantes junto al cauce del joven, manso y cristalino Llobregat, y al amparo de los socorridos paraguas, debatimos sobre la conveniencia de continuar con el recorrido previsto para los miembros del grupo A, o dar por finalizada la etapa en este punto. Pese a que alguno de los habituales integrantes del citado grupo descabalga y abandona la batalla con cierta cobardía, la mayoría de valientes optamos por continuar con la programación prevista, acometer la subida y personarnos en el Santuario de la Virgen de Falgars.
Aclarado el tema, nos despedimos de nuestros amigos y desertores, cruzamos el cauce del río, y emprendemos la ascensión en busca de la paz del Santuario.
Una leve y casi imperceptible llovizna nos acompaña durante los primeros metros de la exigente subida, la cual realizamos cada uno a nuestro ritmo y en diferentes grupos. Al poco de iniciar la misma, Florenci nos avisa de la presencia, entre la vegetación, de tres secuoyas de tamaño considerable. A mitad del recorrido nos topamos con un grupo de afanosos recolectores de setas silvestres que rebuscan escondidos entre la espesura del bosque. Y al final del trayecto nos encontramos con unas cuantas familias que disfrutan junto a sus retoños de la belleza del paraje a la vez que alimentan una fogata para realizar una suculenta barbacoa.
Alcanzada la meta, y tras observar el precioso paisaje encaramados a la atalaya de un impresionante mirador, nos dirigimos por la carretera en espera del autocar.
Transcurridos unos minutos de expectante clama nos sorprende la ausencia del autocar del lugar donde en teoría debería haber venido a recogernos.¡Suerte de los frutos secos de Ana! A su vez, problemas de cobertura nos impiden a varios de nosotros contactar con el grupo por teléfono. Por suerte, Antonio Domínguez consigue establecer comunicación con su media naranja (Antonia) y descubrimos con pesar, sorpresa y cierta incredulidad, que nuestros compañeros siguen dándole a la cerveza en el bar, en lugar de dignarse a venir a recogernos.
Fruto de la descoordinación, o tal vez debido a un mal entendido se mantienen estacionados en Sant Julia de Cerdanyola, aguardando pacientemente nuestra llegada, cuando en realidad, y según lo previsto en la etapa, deberían haber venido a recogernos al Santuario.
Una vez aclarado el tema, y con el fin de acortar la espera, iniciamos un breve descenso por la vía asfaltada que conduce a La Pobla de Lillet, hasta alcanzar la intersección de la misma con el desvío a la izquierda hacia Sant Julià de Cerdanyola.
Con bastante retraso sobre el horario inicialmente previsto nos encaminamos a Guardiola de Berguadà para localizar un establecimiento donde acomodarnos para poder comer.
A la salida del pueblo, en un Bar que se halla al lado de la antigua carreta, nos recibe una camarera, con amabilidad, pero a la vez compungida, pensado que pretendemos a comer todos allí. Una vez aclarado el entuerto (nosotros solo necesitamos algunas mesas, mucha cerveza y varios cafés) nos acomodamos en las mesas y sillas que, previo permiso del dueño de nuestro local, expropiamos a la terraza de otro establecimiento de alterne que en esos momento está cerrado.
Cuando procedemos a colocar las mesas y sillas en la acera que discurre en paralelo a la carretera, surge el primer contratiempo, pues el sesudo dueño de una ferretería que permanece cerrada nos impide aposentarnos delante de su negocio.
Una vez saciada el hambre, agotada la sed, y devoradas las tartas caseras de Inés y los bombones con los que el Leonés Ginés nos ha obsequiado, procedemos a devolver el mobiliario a su lugar de origen, y aquí nace el segundo malentendido, ya que aparece el dueño de los enseres y nos abronca por haberlos utilizado sin su consentimiento.
Una vez saciada el hambre, agotada la sed, y devoradas las tartas caseras de Inés y los bombones con los que el Leonés Ginés nos ha obsequiado, procedemos a devolver el mobiliario a su lugar de origen, y aquí nace el segundo malentendido, ya que aparece el dueño de los enseres y nos abronca por haberlos utilizado sin su consentimiento.
–¡Tranquilidad y buenos alimentos!- le contesta Paco Ortega. –¡ Y aclare usted el tema con su compañero de profesión, o dueño, del establecimiento vecino, que es quien nos ha dado permiso para utilizar los dichosos bártulos!
Sin la más mínima intención del conocer el resultado final de la casi segura venidera disputa, levamos anclas, abandonamos el lugar y nos dirigimos al autocar. ¡Ya pregonarán las noticias el desarrollo de la contienda si se desata la guerra ¡Esperemos que la sangre no llegue al río!
Aprovechando que el viaje es bastante largo y da para mucho (siesta incluida), Pedro nos deleita con la lectura de otra de sus maravillosas y siempre acertadas rimas, versada sobre lo acontecido en la etapa anterior. ¡Hubo quién confundió arrimar el hombro con apretar el culo!
Finalmente, y como ya os tengo a todos/as bien enseñados, os paso el papel de la lumineta y, para sorpresa mía, todo el mundo apunta correctamente los números por él/ella escogidos
Bar Restaurante El Senglar (Guardiola de Berguedà)
C/ Comerç 38Teléfono 93 822 73 46Blog de GRManía:
Guardiola de Berguedà
Sábado, 22 de octubre de 2016.