Can Trona - Rupit.
¡Que siga la fiesta!
¡Que siga la fiesta!
Al final va a resultar que el nuevo año nos ha renovado las ganas de hacer camino, pues la presencia de GRManos en la jornada de hoy vuelva a ser numerosa. ¡Mejor así! ¡Cuantos más seamos más reiremos!
Al parecer, algún inconsciente ha ido corriendo la voz de que este grupo es ameno, divertido y acogedor, y nuevos inquilinos se apuntan a la aventura. ¡Bienvenidos todos/as! ¡Que repitan o no, eso ya será harina de otro costal!
Después de que en la etapa anterior nos cambiaran el piloto y el vehículo, hoy volvemos a reencontrarnos con nuestros pretéritos servidores: automóvil y chófer. También debemos haber recuperado el caducado GPs, o en su defecto, la incorrecta interpretación que de los datos de éste hace el que dirige la nave. Sea por lo que sea, la mañana comienza con una imprevista pérdida.
Los bien pensados afirman que el señor que se sienta al volante simplemente se ha desorientado. Otros, menos inocentes, achacan el extravío mañanero a que el GPS debe tener más años que Matulasén. Algunos, pobres incrédulos, opinan que el error puede ser debido a que los mapas del aparato en cuestión tienen más años que las zapatillas de Tutankamon. Y las malas lenguas (¡que haberlas hay las y habitan en la parte trasera!) comentan sin rubor que no hay más cera que la que arde. ¡Que cada cual interprete la frase a su libre albedrío!
Así, tras una leve excursión no prevista hasta Els Hostelts d’en Bas, regresamos a la senda correcta y nos presentamos en Can Trona con más de media hora de retraso sobre el horario previsto. ¡Eso sí! ¡Con el humor intacto!
Después de muchas etapas con recorrido a la carta, la de hoy solo ofrece una alternativa y, cosa rara, nos veremos obligados a transitar todos en grupo. ¡O eso es lo que dicen los papeles! ¡Veremos si al final la práctica lo confirma!
Recién iniciada la caminata avanzamos por un camino de tierra en dirección al bosque. Las escasas pero ansiadas lluvias de la semana y la humedad del rocío de la madrugada han irrigado levemente el suelo por el cual transitamos.
Tras dejar atrás las últimas edificaciones, caminamos por entre las praderas del valle, en una de las cuales, vallada ésta, dormitan una veintena de jóvenes reses de color marrón. La mayoría de las bovinas descansan encamadas encima de la reseca hierba invernal. Lucen, casi todas, unos melodiosos cencerros metálicos que cuelgan de sus robustos pescuezos. Al llegar a su altura, varios de nosotros nos acercamos al vallado para observarlas mejor, y las eralas, al vernos caminar hacia ellas, se ponen en pie y se acercan animosas esperando recibir de nuestras manos alguna pequeña recompensa, como posiblemente suceda cuando su gentil y magnánimo dueño las visita. Sin embargo, nosotros, los cicateros caminantes no destilamos la más mínima generosidad, así, una vez comprobada nuestra total y absoluta racanería (nadie les ofrece ningún presente), las pobres rumiantes, descorazonadas, detienen sus alegres pasos y se nos quedan mirando aleladas.
Embobados ante la mansedumbre y el pacífico comportamiento de las jóvenes cuadrúpedas, casi nos saltamos el primer desvío. Apenas hemos recorrido 500 metros y la segunda pérdida está a punto de consumarse. ¡Suerte que los más avispados dan la voz de alarma y nos encaminan por la senda correcta!
Tras atravesar el cercado, clausuramos las puertas de acceso al mismo para evitar que las bovinas abandonen el lugar de encierro involuntario y se desperdiguen por las praderas y campos de cultivo colindantes. Poco después, dejamos atrás el valle y comenzamos el ascenso a la sierra por una estrecha vereda.
Fieles a nuestras costumbres, al poco de iniciar la subida, mientras dejamos a nuestra derecha el valle de Joanetes, el quimérico grupo se estira más que una goma de mascar. Así, en menos de lo que canta un gallo, la distancia entre cabeza y cola hace se hace interminable y perdamos el contacto visual entre nosotros ¿Qué raro, verdad?
Al poco de penetrar en el bosque, unas cuantas féminas se separan del grupo y se adentran en la espesura. Suponemos que para intercambiar secretos de alcoba, pues no hay signo evidente de que por aquellos andurriales haya servicio alguno donde poder realizar, con intimidad, las necesidades ¡Menores por supuesto!
Desperdigados, caminamos en fila de a uno por un sendero que discurre al amparo de la deshojada arboleda, principalmente hayas y robles. Más adelante, atravesamos unas mustias praderas, también valladas, (¡qué afición a ponerle puertas al campo!) donde deben pastar libremente las vacas, pues el suelo del las mismas (camino incluido) está sembrado de “minas” (boñigas) que hay que ir esquivando sutilmente para no embadurnar nuestro señorial y reluciente calzado.
Sudorosos y jadeantes, la mayoría, vamos ganando terreno en pos de las alturas. Aquellos que aún conservan intacta su energía se permiten el lujo de charlar y caminar alegremente sin notar el esfuerzo. Otros, ¡dichosos ellos! son capaces incluso de bromear y reírse; de reflexionar sobre temas diversos; de detenerse a observar el paisaje; de plasmar con su cámara la belleza del paraje; de volver la vista hacia atrás y otear el horizonte en búsqueda de los compañeros rezagados. ¡Lo de esperarlos es otra historia! ¡Total... pronto volverán a quedarse atrás!
Mientras transitamos por las inmediaciones del Serrat del Fumàs, Pedro, que camina junto a los miembros del grupo A, se enorgullece de su esplendoroso estado físico y de la facilidad con la cual hoy está manteniendo el ritmo de los primeros. Entonces, y a fin de que no se le suban los humos a la cabeza, le pongo en su sitio, y le dejo las cosas bien claras ¡Para que no tenga dudas!
–¡No es que tú vayas bien, Pedro! ¡Es que hoy, los demás, andamos muy por debajo de nuestras posibilidades! - ¿Queda claro, amigo?
Lo curioso del caso es que el poeta no parece darse por aludido, se lo toma a cachondeo, agradece la sinceridad de mis reflexiones y suelta una estruendosa carcajada que no viene a cuento. ¡Se pensará que estoy hablando en broma!
Antonio Domínguez, que por lo que se ve si ha captado el mensaje, comenta.
-¡Se puede decir más alto, pero no más claro! ¡Vaya manera de subirle a uno la moral! ¡Con amigos tan amables como tú, Moisés, para qué quiere uno enemigos!
Con el estómago más vacío que la Caja de las Pensiones, acometemos los últimos metros de acceso a Sant Miquel de Castelló por una estrecha y empinada canal. El tramo, exigente y pedregoso, se encuentra ocupado por varios motoristas con sus respectivos vehículos de montaña. Al llegar a su altura les informamos que deberán esperar un buen rato, pues nuestro grupo viene muy estirado y son bastantes las unidades que aún deben pasar por el dificultoso sendero. A pesar de que los moteros, momentáneamente, se avienen a esperar hasta que pase el paso del último de los caminantes, más tarde nos enteramos de que no han cumplido su palabra y de que casi, casi, asfixian a nuestros amigos con el pestilente olor a gasolina de sus motos.
Salvada la canal, en un giro a la izquierda del camino principal, perdida entre el arbolado, una vereda en ascenso nos conduce a la ermita de Sant Miquel de Castelló, lugar escogido para el descanso, el desayuno y la reagrupación de la manada.
Mientras damos buena uenta de nuestras viandas, los veteranos recuerdan que hace exactamente 17 años, un día como hoy, y a una hora parecida, desayunaron en el mismo lugar los fundadores del grupo. Por entonces, eso sí, el invierno era invierno y hacía un frío de perros.¡No como este año, que ni frío ni naaaa!
A la hora de los postres, Fátima reparte unas deliciosas magdalenas caseras de elaboración propia, entre las féminas, pero como uno es muy astuto, se sitúa estratégicamente al lado de su hermano Jordi y consigue garrapiñar una de las pastas. ¡Deliciosas, Fátima! ¡En el futuro ya sé a qué sombra arrimarme!
Concluido el ágape emprendemos la marcha en dirección a la Masía de Pibernat. Traspasamos un nuevo vallado y pasamos junto a la Font de Pibernat que debería surtir al torrente del mismo nombre pero que debido a la sequía está más seca que el ojo de una tuerta. Avanzamos por el reseco pla de Falgars y alcanzamos el Falgars d’en Bas, la ermita de Sant Pere y la Rectoría. Allí nos detenemos para esperar a los amigos de la retaguardia y reagruparnos nuevamente. Tras la llegada del último caminante nos ponemos de nuevo en marcha por las praderas de Falgars, que se hallan horadadas de toperas a modo de pequeñas erupciones volcánicas.
A punto de dejar atrás la zona de pastos, a nuestra izquierda, en una vertiginosa caída al vacío, languidecen los restos de lo que debería ser el Salto de agua de la Coromina. Desgraciadamente, la pertinaz sequía de este insólito invierno ha dejado sin caudal la Riera de Falgars y consecuentemente ha borrado del mapa el impresionante salto de agua que se nutre de la citada riera.
Desperdigados otra vez, ascendemos por una pista forestal que serpentea entre el arbolado. Al llegar a un desvío en el camino, la ausencia de marcas del GR2 crea dudas entre los compañeros que circulan en la cabeza de la marcha. Para evitar otra pérdida más, los de la avanzadilla se detienen en espera de que los que vienen a continuación confirmen la idoneidad del rumbo. A medida que vamos llegando los perseguidores, al lugar de la espera, van surgiendo opiniones contradictorias sobre qué hacer. Los expertos opinan que hay que continuar por aquel camino con la seguridad de que pronto localizaremos las marcas del GR2. Los que nos guiamos por el GPS informamos a los demás que estamos fuera de ruta y que sería conveniente retroceder para recuperar el camino que marca el Track original. Finalmente, y tras una breve deliberación, se impone el criterio de continuar por aquel camino (Camí Ral de Vía a Olot) lo que nos condena a añadir un extra de más de tres kilómetros a los ya previstos inicialmente.
Mientras avanzamos por la Serra de Mateus vamos dejando a la nuestra izquierda las magníficas vistas de la Vall d’en Bas; a la derecha el Collsacabra, con su cima, la Serra de Cabrera; algo por delante y también a la derecha, los impresionantes Cingles d’Aiats; en lontananza y por detrás, el Puigsacalm; y frente a nosotros la ya cercana Serra de Pruit.
Luego de otra reagrupación (¿pérdida,) en uno de los múltiples cruces del zigzagueante camino que nos guía, giramos a la izquierda y nos topamos con unos ciclistas que corroboran nuestra correcta dirección. Cansados y ansiosos por alcanzar la meta, acometemos un leve descenso por un camino empedrado de lanchas, en la Sierra de Pruit, hasta alcanzar la Masía Renyins.
A escasos metros de la edificación campestre nos cruzamos con el que debería haber sido nuestro verdadero camino y poco después de cogerlo nos detenemos por enésima vez para evitar una nueva pérdida.
Mientras aguardamos la llegada de algunas agotadas GRmanas, tres lozanas mozas (Fátima, María Ocaña y Montse) se adentran en el bosque para hacer sus necesidades. De inmediato nos olvidamos de ellas y nos ponemos en marcha sin esperar a que las meonas se integren en el grupo. Entonces, un afligido, lloroso y desconsolado Josep Mª, da la voz de alarma ante la ausencia de su enamorada. El desamparado esposo pregunta a todo aquel que se aviene a escucharle si alguien conoce el paradero de su amada, sin obtener respuesta alguna a sus lastimosas pesquisas.
Obligados por las circunstancias, volvemos a detenernos y aparecen los primeros síntomas de preocupación. Las extraviadas no aparecen y los Walkis comienzan a echar humo. Hay quién afirma hablarlas visto desaparecer por el norte, algunos aseguran que se fueron por el sur, varios certifican que se ocultaron por el este, y otros juran que lo hicieron por el oeste. ¿A quién creer? ¡Vaya usted a saber!
De pronto, alguien corre la voz de que las extraviadas han aparecido sanas y salvas. Al parecer, las féminas se habían adelantado para no retrasar la marcha, y al acabar la micción, viendo que el pelotón no les daba alcance, decidieron tirar para adelante pensando que las rezagadas eran ellas y no al revés. ¡Menos mal!
Con más de una hora de retraso sobre el horario previsto alcanzamos Pruit, y sin demora alguna nos dirigimos a Rupit para finalizar el accidentado recorrido.
Pasadas las tres de la tarde abandonamos Rupit. Pasamos de largo el desvío que conduce a Cantonigros y nos encaminamos hacia l’Esquirol, donde por suerte localizamos un establecimiento que nos permite celebrar la comida del mediodía.
¡Menuda imagen hemos dado a los novatos! ¡Dudo que se arriesguen a venir con nosotros otro día!
Restaurante Hostal Collsacabra (L’Esquirol)
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