Con un mes de retraso debido a la suspensión preventiva a causa de las “copiosas” nieves de invierno, que según nuestra sabia mente mantenían los caminos a recorrer intransitables, acometemos la etapa entre el Mas dels Frares y el Coll de la Teixeta, programada para mediados de febrero y aplazada hasta la jornada de hoy.
Escaso debió de ser el manto blanco que cubría las montañas, caminos, sendas y veredas que hoy recorremos, o abrasador fue el calor que derritió las benefactoras nieves, pues ni rastro de su presencia permanece en los parajes que transitamos.
El “Mas”( y no precisamente el President) si que somos capaces de localizarlo, pero “dels frares” ni el más mínimo rastro. Tal vez los monjes estén recogidos meditando, haciendo penitencia en soledad, o simple y llanamente se hayan puesto a buen recaudo de hordas de caminantes ateos e intemperantes.
Si algo está caracterizando este GR7 es la inconstancia de los andarines y los continuos vaivenes en la programación de las etapas. De aquí para allá, como si de una partida de ajedrez se tratara, ora nos movemos como alfiles, ora como los reyes, ora como los peones y en repetidas ocasiones avanzamos como los caballos en el tablero, saltando caminos, de un lado a otro, como si de casillas se tratara.
Fieles a la tradición GRmana, de salida, el grupo se divide en múltiples facciones, cada cual integrado en la que más se adecua a sus apetencias, afinidad, estado anímico o a lo que juiciosamente la capacidad física aconseja.
Tras la reunión asamblearia de principios de febrero, el intercambio de pareceres y los acuerdos alcanzados, por mayoría, sobre la dinámica de los grupos, hoy nos ponemos todos a prueba a fin de comprobar la aceptación de los mismos. ¿Seremos capaces de llevar a buen puerto los sudados compromisos adquiridos en la citada reunión?
Nada más apearnos del autocar una de las voces de más peso en la cuadrilla, la de Maribel, pregona a los cuatro vientos la necesidad de que algún voluntario que se haga cargo de uno de los aparatitos de radiofrecuencia.
A pesar de que el único “teniente” declarado soy yo, muchos otros y otras GRManos parecen haber perdido la audición repentinamente y nadie parece darse por aludido. Silbidos al aire, miradas de distracción, oídos sordos y camuflaje silencioso siguen a las palabras de la solicitante. De improviso, Maribel, con la seguridad y firmeza que la caracteriza se dirige a mí y me invita cordialmente (sin posibilidad de réplica) a hacerme cargo de uno de los recién estrenados Walkys. De nada me sirven mis sigilosos intentos por escabullirme y mucho menos el hecho de hacerme el loco. La muy vivaracha se percata de inmediato de mis intenciones y me encasqueta el dichoso aparatito sin compasión. Sin comerlo ni beberlo me asciende al cargo de guardián de cola de nuestro pelotón y me encomienda la misión de velar por las almas más calmosas, de cerrar la marcha de la escuadra y de mantener la comunicación con el resto de coordinadores.
Sin posibilidad de negativa, y manso como un cordero que camina hacia el matadero, asumo mi absoluto fracaso en el escaqueo, cojo el transmisor y acomodo el dichoso Walky en el interior de uno de mis bolsillos con fastidio y desgana.
Tras abrigarnos convenientemente, acomodar nuestras escasas pertenencias, poner en marcha los GPs y reponer el organismo con galletas, chocolates y alguna que otra menudencia, los del grupo A, concienciados, al menos de salida, partimos reagrupados, relativamente pausados y en desconocida avenencia, hacia nuestro destino. ¿Cuánto durará la armonía? ¿Seremos capaces de aguantar aunque solo sea una jornada?
La presencia en la vanguardia de Jaume Pavón pronostica cordura en la avanzadilla y certifica el buen desarrollo de la etapa. Sin embargo, nada ni nadie es capaz de garantizar que mi actuación en la retaguardia del grupo vaya a ser tan eficiente. Un servidor está acostumbrado a campar a sus anchas, cual res bovina pastando sin ataduras por la pradera, y las obligaciones adquiridas con el negro aparatito limitan mi comportamiento. Echo de menos aquel dicho Castellano que pregona: ¡El buey suelto bien se lame! Hoy sigo siendo buey, pero uncido al yugo.
Los del grupo B, bien agrupaditos y en franca armonía, se toman la etapa con su consabida calma. Caminan, sin prisa pero sin pausa, a ritmo acompasado, platican jubilosos intercambiando pareceres, contemplan el paisaje con ojos escrutadores y tienen incluso tiempo para bromear, reír y descansar cuando les apetece. Si no fuera porque las etapas que ellos acometen son tan cortitas, más de uno de los desperdigados del grupo A nos exiliaríamos sin el menor atisbo de dudas en el cohesionado grupo B.
Parece ser que los acuerdos asamblearios han calado hondo en el personal del grupo A y de principio no hay ni carreras, ni competiciones. Para sorpresa generalizada la etapa discurre dinámica, tranquila y placentera. ¡Qué buenas chicas y chicos!
Luego de caminar un buen trecho por el bosque y tras bajadas y algún que otro repechón, para deleite de nuestra vista y goce de nuestros sentidos, nos topamos con la preciosa Cascada del Grorc. La maravilla de la naturaleza, a consecuencia de las recientes nevadas y las lluvias de los últimos días, alegre y cantarina, nos regala la belleza de la caída de sus aguas y la pureza y transparencia de las mismas. ¡La contemplación de este sublime paraje natural da por bien empleada la mañana!
Después de la contemplación embobada del repicar de las aguas, el canto a la belleza del lugar y las correspondientes fotos, abandonamos el idílico emplazamiento henchidos los sentidos y reconfortados por inigualable espectáculo.
A la hora del almuerzo nos aposentamos entre las piedras de las ruinas de Gallicant a resguardo del viento del oeste y, mientras engullimos los alimentos, desde las alturas nos deleitamos con las imágenes del abrupto emplazamiento del pueblo de Siurana y la mansa y reluciente inmensidad de las aguas del rebosante pantano que lleva su nombre.
Zigzagueando en dirección sur por el bosque de la sierra de Pardes, ascendemos levemente hasta alcanzar la villa de Arbolí, lugar de partida de nuestros predecesores. Atravesamos el poblado sin apenas detenernos a visitarlo y enfilamos por la carreta que conduce al pantano de Siurana. Mas como el embalse no se encuentra en nuestra hoja de ruta, abandonamos la vía asfaltada por la izquierda y nos adentramos nuevamente en el bosque, con rumbo al valle d’Alforja. Llegados a la altura del coll Moreno nos reagrupamos nuevamente ¡qué raro! y partimos por una pista forestal en dirección a la ermita de Puigcerver. Alcanzado el santuario, algunos miembros del grupo A proceden a visitar y encomendarse a Nuestra Señora del Puigcerver, mientras otros solamente echamos una hojeada al edificio.
Las malas lenguas afirman que los integrantes del grupo B, no solo han cantado loas a la virgen, sino que también han degustado algún que otro refresco y varias cervezas en el citado santuario. ¡Parece que huelan los lugares de descanso y placer los condenaos!
Sin tiempo que perder reanudamos la marcha por una amplia senda que secciona el bosque de encinas y pinos. La primavera se despereza dando sus primeros coletazos. Los campos reverdecen, los adornan las copas de los árboles y los pajarillos nos alegran la mañana con sus trinos y sus majestuosos vuelos.
Mientras alcanzamos la cresta de la montaña, quedamos empequeñecidos por los mastodónticos molinos de viento y observamos atónitos como estos “Quijotescos” monigotes se apoderan de las corrientes de aire para, ruidosos y andarines, transformar los generosos bufidos de Eolo en energía eléctrica.
Luego de caminar un buen trecho por la loma, a los pies de los imponentes monstruos metálicos, coronamos el coll de la Teixeta y acometemos el descenso hacia el final de la etapa. Allí nos esperan impacientes y hambrientos nuestros compañeros y aparcado silenciosamente en un recodo de la carretera el autocar que nos llevará de nuevo a casa.
Ya sea por el buen comportamiento de los caminantes, porque la cordura se ha apoderado momentáneamente de nuestras mentes, o simplemente porque hoy tocaba, la misión de vigilante radiofónico no ha supuesto ningún esfuerzo extra y he disfrutado de la etapa como el que más. ¡Ah, eso sí, otro día el Walky se lo encasquetas a otro, Maribel!
Tras acomodarnos en el autocar partimos rumbo al bar de un pueblo cercano a fin de dar buena cuenta de nuestros bocatas, los dueños del cual deciden hacer el agosto en pleno marzo y se ponen las botas a nuestra costa pasándonos una desorbitada factura de consumición, que los encargados de abonar liquidan a disgusto y entre protestas.
Fotos Rafael
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