GR4 - GR172

GR172 Etapa 11 (17-06-2017)
Formigosa – Santes Creus.

-       ¡Algo de retraso y calor mañanero!

Sábado, 17 de junio de 2017. Hoy damos por concluida la temporada 2016-2017.  ¡Cómo pasa el tiempo! Nueve meses han transcurrido desde que a mediados de septiembre iniciáramos la aventura. Una nueva gestación (que no embarazo) nos ha llevado desde las cumbres Pirenaicas (Puigcerdà) hasta una de las comarcas en las que se halla dividido el Camp de Tarragona (Alt Camp – Santes Creus).

Dado que la jornada va teñida de aires festivos y el calor amenaza con hacernos sudar la gota gorda, la salida viene programada para las 06:30. Sin embargo, los hados juegan en contra nuestra y el autocar llegar con 20 minutos de retraso. Al parecer, unos borrachos nocturnos no han podido contener los excesos etílicos dentro de sus estómagos y al liberarlos en los asientos del autocar han obligado al conductor a practicar una limpieza a fondo antes de venir a recogernos.

Entre lo inesperado del retraso y la distancia que nos separa del punto de partida, cuando conseguimos ponernos en marcha el reloj marca las nueve de la mañana.

Por segunda vez consecutiva volveremos a realizar una nueva etapa todos juntos. ¡Al final, aunque tarde, llegaremos a conocernos de verdad!

Los primeros kilómetros de la caminata discurren por un amplio camino forestal en medio del reseco bosque de pinos y aunque el sol permanece aún bastante bajo en el horizonte, la ola de calor que estamos padeciendo ya se deja notar.

Zigzagueando de aquí para allá avanzamos por el camino de Querol a Pontons, que secciona el bosque y nos regala esporádicos momentos de sombra. Próximos a la cima, y mientras localizamos en espacio adecuado donde poder desayunar, alcanzamos el lago Formigosa y lo dejamos de lado sin dignarnos a visitarlo. ¡Vaya a ser que nos permitamos disfrutar de la belleza que el paisaje nos regala!

En torno a las 10 de la mañana, en un claro del bosque, aparece ante nosotros la excelsa construcción de la iglesia de Sant Jaume de Montagut. Los más ingenuos se acercan a la puerta de entrada del edificio de culto para ver si este se halla abierto y poder echar un vistazo a su interior, pero la suerte les es esquiva y el santo lugar permanece cerrado a la curiosidad de los ingenuos visitantes.

A pesar de no permitirnos encomendar nuestras pecadoras almas al santísimo, las recias paredes de la bien conservada obra nos regalan, en su vertiente oeste, una magnifica y reconfortante sombra que aprovechamos para desayunar.

-       Un bosque reseco, unos sembrados míseros y un sol de justicia.

Consumado el habitual atracón, regresamos a la marchitada senda para continuar sufriendo los rigores del abrasador calor mañanero. Nos hallamos a mediados de junio, pero bien podríamos decir que estamos en pleno verano. ¡Qué bochorno!

Continuando con nuestra travesía, nos adentrándonos en la Serra del Ramonet. La mayoría del trayecto fluye a través de camino forestal. De tanto en tanto las zonas boscosas se van alternando con otras de matorral bajo y pequeños campos de cereal. Ello nos obliga a caminar por la linde de varios sembrados para enlazar con los caminos venideros. Se nota que el año ha sido parco en lluvias pues las doradas simientes apenas alcanzan un palmo de altura y sus raquíticas espigas anuncian una cosecha paupérrima.

Al dejar atrás uno de estos míseros sembrados regresamos al resacoso bosque y nos topamos con una estrecha senda, plagada de obstáculos en forma de árboles centenarios caídos en medio de la arteria, que nos dificultan el paso. Para poder salvar los impedimentos camineros se hace necesario encaramarse a los troncos derrotados y saltar hacia el otro lado a fin de continuar con la ruta prevista. Algún solicito GRMano ofrece su ayuda a los hombres y mujeres que lo solicitan. ¡Qué galante, él!

Concluida la mitad del recorrido de la etapa, los ropajes de los sufridos GRmanos se hallan empapados por el sudor y los rostros marchitos reflejan los rigores causados por las elevadas temperaturas del día.

A caballo entre los términos municipales de Pont de Armentera (a la derecha) y Les pobles (a la izquierda) descendemos por una canal levemente humedecida hasta alcanzar la masía de Can Galeno. Con las primeras vistas de la comarca de l’Alt Cam al fondo, los de la avanzadilla nos detenemos para esperar a los más rezagados del pelotón. Tras un rato de incertidumbre, una de las componentes de la retaguardia nos informa de que se han equivocado de trocha y de que tardarán un rato en llegar al cruce de caminos donde nos encontramos nosotros.

Mientras algunos nos cobijamos a la sombra de los pinos, Jaume Pavón decide desandar sus pasos y regresar en búsqueda de las amigas extraviadas. Media hora después de nuestra llegada, las descaminadas emergen alegres y sonrientes por la estrecha senda. ¡Por fin todos juntos!

Poco antes de partir hacia la meta algunos caminantes comentan la posibilidad de solicitar al conductor del autocar que se acerque a recogerlos en alguna de las calles asfaltadas de la urbanización que se encuentra en las proximidades.

La gran mayoría de los senderistas decide ponerse en marcha, pues aún queda un largo trecho hasta llegar a la meta y el sofocante calor aprieta sin desmayo. La otra minoría se decanta, sin dudarlo, por esperar la llegada del autocar.

Con el astro en su máximo apogeo y calentando de lindo, pasamos de largo por la urbanización donde esperaran nuestros compañeros y continuamos la ruta por la calle Madrid. De nada sirve que los dueños de un Bar situado a la izquierda de la calle que nos inviten a adentrarnos en el local, hacemos oídos sordos y seguimos adelante. ¡Prevalecen las ganas de llegar a la meta antes que una buena cerveza!


El último tramo de la fogosa jornada no resulta demasiado agradable. Desaparece por completo el arbolado del bosque y en su lugar emergen campos de viñedos y almendros. “Lorenzo” campa a sus anchas y el suelo de la senda está del todo desecado. Leves gotas de sudor corren silenciosas por los acalorados rostros de los andarines surcando a su paso las empolvadas y enrojecidas mejillas de estos.

-       ¡Una larga espera y un cierre fantástico de temporada!

Hacia la una del mediodía los primeros andarines se presentan en Santes Creus. Como no ha signo evidente de la llegada los demás trashumantes, algunos de los allí concentrados se dirigen al Bar El Casalot para refrescarse con una cerveza. Evaristo y yo, por el contrario, nos sentados en un banco, a la sombra, en espera de la llegada del autocar y del resto de GRManos.

Tras un largo rato de espera aparece el autocar con unos pocos viajeros abordo y se detiene en el margen derecho de la carretera. Nuestros amigos, mientras tanto, siguen apoltronados en el interior de refrigerado local dando buena cuenta de la espumosa bebida.

Al ver que nadie aparece por la zona donde se encuentra detenido el autocar, primero Evaristo y luego yo, intentamos contactar con los ausentes por medio del teléfono. Después de varias tentativas nadie parece recibir nuestras llamadas y me veo obligado a regresar al bar en búsqueda de los “borrachos”. Para sorpresa mía, a las puertas del establecimiento público me encuentro con la totalidad de los GRManos que han llegado a la meta andando. ¡Ya podíamos esperarlos, ya!

Nuestra parsimonia en embarcar obliga al conductor a abandonar el improvisado lugar de aparcamiento y acercarse al espacioso parquin público para estacionar.

Una vez acomodados todos a bordo del desproporcionado e "incandescente" vehículo nos dirigimos al Pont de Armentera para cerrar la temporada en el Restaurante "La sort".

Francisco, nuestro "hábil" conductor, no parece estar muy contento con nuestro proceder y nos aparca junto al albino muro del cementerio municipal. Desganados, descendemos del vehículo de transporte y caminamos sin rumbo fijo hasta que anciana lugareña nos aclara que el punto de avituallamiento se halla justo al otro lado del pueblo. De vuelta otra vez al autocar nos dirigimos al Restaurante reservado por Maribel.

La reserva efectuada por nuestra ausente compañera resulta ser un verdadero éxito. La comida es exquisita; el servicio excelente; el espacio asignado para el evento, el adecuado; la temperatura, la ideal para la ocasión; y la compañía, inmejorable. ¡Gracias Maribel!

Acabado el suculento banquete procedemos a celebrar el cierre de la temporada 2016-17 con los actos culturales que suelen ser habituales en tales acontecimientos. Un acertado discurso ideado por de Evaristo, Mª Ángeles y Cati nos sumerge de lleno en la realidad, la diversidad y la camaradería del grupo. Los versos del maestro Don Pedro, cargados de sabiduría, gracia, ironía y buen humor, nos retrotraen a algunos instantes inolvidables de la temporada que hoy finiquitamos. El montaje audiovisual de Antonio Gil (¡lástima del añoso proyector!) nos devuelve a nuestras retinas paisajes y momentos especiales captados por su cámara, la de Rafael, y las de otros compañeros/as que se mantienen en el anonimato.

¡Gracias a los “culpables” de que GRManía siga siendo… ¡UNA GRAN FAMILIA!

Para cerrar el acto culinario - festivo, Evaristo nos hace partícipes de una idea engendrada por él, y compartida con Ginés, de cara a la venidera temporada. La novedosa actividad consiste en celebrar una especie de cena literaria donde se entremezclen la prosa de una novela, la belleza de las imágenes del lugar al cual hace referencia el texto escrito y la experiencia viajera de los afortunados que han visitado el sitio en cuestión.

De regreso a casa volvemos a realizar una larga ruta turística por las autopistas catalanas, y justo al llegar a la Avenida Ángel Sallent, Francisco, nuestro chofer, se ve en la obligada necesidad de abandonar el asiento del conductor, pues ha agotado el número de horas que la ley le permite mantenerse aferrado al volante del vehículo, durante su jornada laboral.

¡Pobre Joan Lluis, él, que confiaba en acudir con puntualidad a sus obligaciones maritales, ve como todo se tuerce, y casi le da un patatús ante los inesperados retrasos de la jornada!

¡FELIZ VERANO, compañeros!

Restaurant La Sort
C/ La Sort, Nº 1
43817- El Pont d’Armentera
Tel:  977 63 82 01


Blog de GRManía:

Santes Creus.
Sábado, 17 de junio de 2017.
  
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  GR172 Etapa 10 (3-06-2017) 
Piera – Sant Joan de Mediona.

-       ¡Algo pasa con GRManía!
A fin de concluir el programado GR4 durante esta temporada 2016-17, una de las dos etapas previstas para este abrasador mes de junio nos obliga a madrugar un poco más de la cuenta. De tal manera que a las 6:30 de la mañana (¡ya de día!) nos ponemos en danza acomodados en el viejo autocar que de un tiempo a esta parte nos transporta a las salidas.
Recordando la película romántica interpretada por Cameron Díaz “Algo pasa con Mary”, podríamos concluir que “Algo pasa con GRmanía”. No se entiende sino, que de un tiempo a esta parte pesen más las ausencias que las presencias. Tal vez sería conveniente analizar los porqués de esta desbandada incesante.
Algunos de nosotros ya hemos ido comentando en “petit comité” esta circunstancia y varias son las causan que creemos pueden conducir a la innegable realidad. ¿Quizás sea que los años no perdonan y la edad empieza a hacer mella en nosotros? ¡A lo mejor deberíamos replantearnos el kilometraje de las etapas! El número de jubilados y abuelitos crece y estos (con todo su derecho) programan sus quehaceres diarios de manera diferente a como lo hacían cuando el trabajo y el día a día les ligaba a sus hogares y lugares de residencia. A varios “afiliados” las ineludibles obligaciones laborales no les permiten disponer de los sábados a su antojo. Es posible también que nos estemos repitiendo demasiado en ir y venir por territorio Catalán, de norte a sur y de este a oeste, o a la inversa, dejándonos llevar por las sendas que marcan los clásicos GR. ¿No sería mejor plantearnos al conveniencia de adaptar los recorridos a nuestras particulares necesidades? ¿Tal vez descartar de las etapas los km de asfalto que machacan las extremidades y no enriquecen el alma del caminante? Puede ser que simplemente se hayan conjurado los astros y una serie de condicionantes adversos expliquen lo ocurrido, y en el futuro volvamos a formar un número de caminantes más concurrido. Estas y otras, ¡o no!, pueden ser las causas que expliquen la baja asistencia de esta temporada. Lo que ésta claro es que de no ser por las nuevas incorporaciones la situación sería preocupante, hasta tal punto que últimamente no cubrimos ni para gastos. ¡Convendría no perder el norte y hacer un análisis pormenorizado!
-       ¡Recortando que es gerundio!
El madrugón de la mañana respondía a la intención de no dilatar demasiado la jornada, pues el recorrido del grupo A era inicialmente largo y la etapa sabatina se preveía fatigosa. Pero como no hay nada mejor que intentar controlarlo todo para que todo de un vuelco y la situación avance por el camino de lo imprevisto, eso es lo que nos sucede en la jornada de este sábado 3 de junio.
A fin de librarnos de los tortuosos primeros kilómetros del recorrido, que discurrían por la carretera asfaltada, tras arduas deliberaciones en el autocar, los integrantes del  grupo A aceptamos la sensata opinión mayoritaria y decidimos, de buen grado, realizar ese tramo acomodados en el añoso vehículo de transporte.
Siguiendo el plan acordado a última hora, el conductor se salta la primera parada, en Piera, y todos juntos continuamos rumbo a las afueras de la localidad. Sin embargo, al tener que rodear el casco urbano, lo que en un principio parecía ser un simple recorte de poco más de 2 kilómetros, se larga en demasía hasta dejar atrás el poblado y detenernos en una especie de anexo separado de la propia localidad. De tal manera que los 2 km de asueto se convierten en casi 6, y como consecuencia de ello el asunto del consabido madrugón pierde por completo su sentido.
Por primera vez en mucho tiempo partimos todos en armonía y desde el mismo lugar. Se hace raro ver un grupo de caminantes tan numeroso de salida. Se mezclan las caras, las conversaciones, los pasos y las risas de los integrantes de ambos grupos. ¡No hay mal que por bien no venga!
A punto de abandonar las últimas casas del lugar nos topamos, a la izquierda, con una propiedad en la que destaca una atractiva y señorial edificación Gaudiniana, posiblemente fruto de la imaginación arquitectónica de Julio M. Merino. ¡Nada mejor que tener pasta para dar cobijo a los bellos proyectos que otros imaginan!
Tras abandonar la carreta nos adentramos en la campiña a través de caminos o sendas que delimitan los sembrados. En esta rica zona de cultivo, el paisaje es bello, silencioso y cromáticamente cambiante. Se suceden amplias parcelas de cereales dorados, a punto de madurar, con extensiones de viñedos en periodo de desarrollo. Varias extensiones de bosque mediterráneo no demasiado verde, y otras de matorrales y hierba deshidratados a causa de la incipiente sequía que nos persigue, nos acompañan en nuestro recorrido. De tanto en tanto, el campo se adorna con pequeñas campanitas violetas, enrojecidas amapolas y frondosas retamas (ginesta) que endulzan el seco ambiente con el genuino perfume de sus delicadas flores amarillas, mientras bordean los diferentes labrantíos y marcan las sendas.
El cielo, grisáceo y plomizo, mantiene a buen recaudo el calor sofocante de los rayos solares que amenazaban nuestra caminata, mientras se ve surcado por el majestuoso vuelo de pequeñas avecillas (torcaces, gorriones, golondrinas…).
El hecho de que hayamos partido todos juntos no significa que transitemos todos en compacto grupo. Como suele suceder habitualmente, la formación se alarga en demasía y se establecen diversos grupos en función del ritmo de cada cual, de manera que atravesamos las solitarias calles de El Castell de Cabrera divididos en multitud de parejas, tríos (¡en el buen sentido!), o en reducidos pelotones. ¡Una cosa es lo programado y otra bien distinta lo ejecutado!
Nada más cruzar la carretera comarcal C 244 encontramos un cartel que anuncia el poblado de “La Font del bosc”, lugar que en un principio resultaba ser el punto final de la etapa para los integrantes del grupo B. ¡Son poco más de las 10 de la mañana, sin haber desayunado ni siquiera, y los del B ya han alcanzado la meta!
Un simple y lógico replanteamiento de la situación nos anima a todos, menos a Manuel y Mª Jesús que abandonan la expedición con la excusa de ofrecerse voluntarios para localizar un establecimiento donde poder comer, (¡jajaja! ¡a otro perro con ese hueso!), a continuar juntos hasta el final de la etapa. Ellos (los del B) se comprometen a completar la totalidad del recorrido de la jornada y nosotros (los del A) a acompasar nuestros pasos al ritmo de aquellos ¿Seremos capaces de llegar juntos a la meta? ¡Resulta difícil de creer, pero habrá que intentarlo!
De no ser por el típico extravío GRMano no hubiéramos ni siquiera desayunado juntos, pero un despiste entre los del grupo A, nos obliga a desandar nuestros pasos, y sin darnos cuenta, al retomar el camino, nos vemos engullidos por los pacíficos perseguidores de la retaguardia.
-       Un día de camaradería.
En un recodo del camino, que discurre entre el bosque y las afueras del poblado de la Font del bosc, nos detenemos para reponer fuerzas. Mientras platicamos, damos buena cuenta de nuestro opíparo desayuno; degustamos los frutos secos, catamos los dulces y chocolates que corren a granel; saboreamos el rico vino de la bota, los odoríferos tés, el aromático del café y el abrasador Vodka “Russsso; probamos unas deliciosas cerezas, y nos zampamos todo lo que cae en nuestra insaciable boca.
Acabado el ágape, mientras recogemos bártulos y nos disponemos a reiniciar la marcha, leves gotas de lluvia comienzan a caer silenciosas sobre nosotros. Antonio Gil se informa a través del actualizado radar meteorólogo en su móvil y nos invita a largarnos de allí antes de que el aguacero empape nuestros ropajes.
Sin necesidad de anunciar la partida, nos ponemos todos en marcha huyendo del amenazante temporal como alma que lleva el Diablo.
Dejamos atrás el ralo bosque y avanzamos por un amplio camino delimitado por hierbajos, arbustos, retama y almendros con frutos a medio madurar, entre otras plantas, que separan la senda caminera de las parcelas de viñedo.
Poco antes de alcanzar las doce del mediodía nos topamos con la aislada masía de Can Cabreta. La señorial edificación se engalana adornada por bellas plantas enraizadas en varias macetas. Por detrás de la misma se aprecian las antiguas cuadras y corrales que daban cobijo al extinto ganado doméstico, y que han sido convertidos en garajes para la maquinaria agrícola y los vehículos de transporte. Separada ligeramente de la construcción, a uno de sus costados, se aprecia lo que antiguamente debió ser la era, y frente a ella una mastodóntica y horrorosa máquina de fumigar, ¡pobres abejas! Lo mejor, sin embargo, descansa en el triángulo que forman la vivienda, los corrales y la era. Allí, destaca un pequeño, cargado y sugerente cerezo que desata la codicia y la gula de varios caminantes. ¡La redondeada fruta está deliciosa a pesar de que le falta un poquito de maduración! ¡Menuda pandilla de cuatreros! 
La fina lluvia arrecia levemente durante unos minutos y aquellos previsores que llevan chubasqueros (¡los que no llevamos no nos plateamos esa disyuntiva!) dudan entre detenerse y cubrirse con las citadas prendas o continuar caminando en espera de que amaine. El dilema se solventa de inmediato, pues los extensos y grisáceos nubarrones se olvidan de nosotros y nos ofrecen una tregua momentánea.
La milagrosa jornada de camaradería nos presta a todos los senderistas (del A y B) la extraordinaria oportunidad de compartir el camino con nuestros “desconocidos”  compañeros, y acompasar nuestros erráticos pasos a los suyos. Entonces ¡oh, milagro!, nos percatamos, insólitos, de que no es tan complicado avanzar juntos y entablar conversaciones entre los miembros de ambos grupos. Comprobamos, también, hipnotizados, que hablamos idiomas afines; que tenemos intereses bastante parecidos; que compartimos puntos de vista sobre la vida, y en general, bastante coincidentes. Escuchando las voces de los “otros” advertimos que nos resultan agradables al oído. En definitiva, que tanto ellos como nosotros parecemos gente maja, que somos capaces de dialogar de forma amigable; de reírnos de semejante manera; de respiran de igual forma; de jadear en las exigentes subidas y sudar ante el esfuerzo; de agruparnos y descolgarnos por momentos. ¡Qué impagables sorpresas suele darnos la vida!
Luego de un buen rato de caminar dejando a nuestro paso los viñedos, volvemos a adentramos en la espesura del bosque. De pronto, algunos antiguos aventureros nos informan de que el camino por el cual transitamos hoy es el mismo que ellos, en sus años de esplendorosa juventud, debieron recorrer para completar, desfallecidos y doloridos, la durísima, exigente y casi inhumana travesía “Montserrat – Reus”. ¡Qué tiempos!
Para confirmar la veracidad de las afirmaciones de los antiguos “Iron Manes”, una marca en un poste de un cruce de caminos, con las iniciales M - R y los colores pertinentes, confirma que nuestros amigos conservan intacta la memoria.
Aprovechando la parada en cuestión, procedemos a la última reagrupación de la jornada, y una vez compactados todos, nos ponernos en marcha para atacar el tramo final del recorrido. Este último trecho, en descenso, discurre por en medio de un bosque de coníferas. Al parecer, los sedientos árboles deben de haber alcanzado un acuerdo con el Dios de las aguas, pues de improviso, la fina lluvia arrecia y comenzamos a mojarnos de verdad. El bendito líquido inodoro, refresca un poco el tórrido ambiente y humedece levemente el suelo del camino, provocando algún que otro involuntario resbalón, pero al aumentar la humedad, aumenta también el bochorno y nos vemos envueltos en una mezcla de sudor y agua.
De golpe, igual que había llegado, escampa el temporal y desaparece la lluvia. Justo después abandonamos el bosque y ante nosotros aparece el valle que da cobijo a Sant Joan de Mediona, punto final de la etapa.
La diligencia de los “voluntarios”, María Jesús y Manuel, nos brinda la posibilidad de acomodarnos en un limpio y espacioso Casal donde damos cuenta de nuestra comida del mediodía. A las excelentes cualidades del establecimiento se añaden, además, un buen servicio, un precio ajustado y un ambiente acogedor.
Al acabar, los integrantes de la mesa más ruidosa y concurrida recogernos los desperdicios, sobras y envases en una bolsa de plástico de Casa Evaristo, y ¡cómo no!, hacemos entrega del generoso presente al GRMano apodado como tal para que proceda a hacer con ella lo que le plazca. ¡Vade retro Diógenes!
De regreso a la urbe, el conductor se olvida amablemente de todos nosotros y nos castiga sin el bendito aire acondicionado. Tal actuación impide al sudoroso gentío conciliar el sueño, pero a cambio, también, nos libra de los ruidosos ronquidos.
Bar/Restaurant Casal Medionenc
C/ Florenci Gustems, Nº 12
08773 Sant Joan de Mediona - Barcelona
Tel.:   931996123

Blog de GRManía:

Sant Joan de Mediona
Sábado, 03 de junio de 2017.


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GR4 Etapa 8 (22-04-2017)
Sant Vicenç de Castellet - Montserrat.

En la etapa de hoy, sábado 22 de abril de 2017, concurrirán tres acontecimientos  especiales: Finalizaremos este precioso GR4, alcanzaremos el Monasterio de Montserrat, y celebraremos la tradicional Diada literaria de Sant Jordi. Lástima que las circunstancias personales impidan a varios de nuestros habituales compañeros de fatigas acompañarnos en el disfrute de la etapa y sus particulares eventos.

Dada la cercanía del desplazamiento, y lo avanzado de la estación en la que nos encontramos, saldremos hacia nuestro punto de partida a plena luz del día.

Mientras platicamos en espera de la llegada del autocar se descubre un pequeño malentendido. Algunos GRManos, al no estar seguros de si se celebraría o no el intercambio literario, se presentan en la parada del bus sin los pertinentes libros.

Aunque la etapa es relativamente corta y no demasiado exigente, de salida, nos dividimos en dos grupos. El grupo A parte de Sant Vicenç de Castellet por una amplia y polvorienta pista forestal con dos claros objetivos: el primero, atrapar a nuestros compañeros de la avanzadilla; y el segundo, alcanzar el Santuario de la Moreneta antes de que los tórridos rayos solares achicharren nuestras seseras.

Después de tres cuartos de hora caminando en leve ascenso por la reseca pista forestal, en cuyas márgenes languidecen inertes varias barracas de piedra, nos topamos con unas naves de ganado de las cuales amena un perfumado olorcillo a estiércol que impregna el ambiente y nos acompaña durante un buen rato. Una vez superado el escollo olfativo, el desecado camino desemboca en una curva pronunciada de la carreta BV1122, a la derecha de la cual se halla el bar el Racó, punto de partida de los compañeros del grupo B.

La extensa explanada que hay frente al citado establecimiento sirve como lugar de reagrupación para los integrantes de la sección A. Los primeros en llegar a la planicie acomodan sus posaderas en unas piedras, comienzan a desempaquetar sus ricos bocatas y se disponen a dar buena cuenta de ellos. Sin embargo, apenas los pobres hambrientos han hincado el diente, un par de veces, en el suculento manjar, la mayoría de caminantes desiste de detenerse allí y se pospone la hora y el lugar del yantar para más adelante. Tal decisión, obliga a los famélicos a empaquetar de nuevo sus viandas y a ponerse en marcha por la senda que discurre entre la riera de Marganell y la citada carretera BV1122, hasta el término de Sant Cristòfol.

Al poco de adentrarnos en la estrecha pista dejamos a nuestra izquierda, y sin visitar, la capilla románica de Sant Jaume de Castellbell, y pasamos de largo junto al centro de equitación Natural Hípic, que queda a la derecha. Allí, en una pradera vallada con alambres electrificados, se alimentan varios ponis que, impertérritos, hacen caso omiso a la invasión de los intrusos caminantes forasteros.

A caballo entre Sant Cristòfol y Marganell, avanzamos junto a un precioso plantío de cereales, que luce orgulloso el refulgente verdor primaveral de sus jóvenes tallos, mientras, sus espigas, aun sin granar, se mecen lentamente acompasadas al son de la brisa matinal cual olas de mar batidas por suaves ráfagas de viento.
Nuestros sentidos permanecen completamente embelesados bajo los efectos del impresionante cuadro pictórico que nos envuelve: Un precioso y extenso vergel a nuestros pies; las golondrinas revoloteando al compás de sus trinos por encima de las espigas; la rocosa majestuosidad del Macizo de Montserrat al fondo; el sol surcando el cielo por el impoluto azul de la despejada jornada; y el reconfortante silencio de la campiña revistiendo de paz el encanto. .

Tras dejar atrás el refulgente campo de cultivo nos adentramos en la urbanización El Prat y avanzamos en dirección sur, hasta la vecina Can Prat, a través de la solitaria calle de la Agulles. La fantasmagórica vía asfaltada mantiene ocultas las almas de los recluidos lugareños, y solo el hosco ladrido de los coléricos canes, que celosos custodian las clausuradas propiedades, rompe la monotonía del desamparado lugar.

Poco antes de las diez y media de la mañana, y una vez rebasadas las últimas viviendas, localizamos una explanada en el bosque situada entre nuestro camino y el torrente de Can Martorell, y abandonamos la senda para reponer fuerzas. Nos acomodarnos en el virginal y despejado suelo del ralo bosque y, entre risas, bromas y chanzas, engullimos nuestro exquisito desayuno, mojamos el gaznate con el delicioso vino de la bota de Paco y devoramos todo tipo de alimentos calóricos: galletas, chocolates, frutos secos… ¿Qué buen paladar tenemos para dulces y demás comestibles suplementarios! 

Concluido el suculento desayuno recogemos bártulos y reiniciamos la marcha. La proximidad de la mágica montaña Montserrat imanta nuestra visión y, hechizados, nos vemos obligados a mantener fija la mirada en la espectacularidad de la misma.

Sin prisa, pero sin pausa, vamos avanzando y alcanzando altura prácticamente sin percatarnos. El ascenso por esta vertiente es bastante cómodo y muy llevadero. Nada que ver con el exigente y fatigoso camino que une Monistrol con el Santuario.

Relajados, descansados y risueños, alcanzamos la antigua abadía benedictina de Santa Cecilia. Y, para no romper la tradición, y seguir siendo fieles a nuestra idiosincrasia, dejamos para mejor ocasión la visita a las dependencias monacales y los rezos en la ermita del mismo nombre. ¡Que Dios se apiade de nosotros!

En la escalinata que hay frente a la ermita de la abadía nos reagrupamos para hacernos una fotografía conmemorativa del evento. Con el objetivo de salir todos los presentes en la toma, Antonio Gil solicita ayuda a uno de los visitantes que merodean por el lugar, pero para sorpresa general, el obtuso “caballero” se niega a tomar la instantánea y debe ser nuestro fotógrafo particular el que inmortalice el instante.

En el citado lugar de culto coincidimos con un grupo de jóvenes que se dirigen al mismo lugar que nosotros. Mientras nos hacemos la foto, ellos se ponen en marcha ocupando la amplitud del camino en su totalidad. Debido a que su ritmo es extremadamente cansino, y que la senda es algo estrecha, no conseguimos adelantarlos y nos vemos obligados a transitar lentamente tras ellos durante un buen trecho. La marcha de la numerosa e ínclita juventud es tan parsimoniosa que nos permite detenernos repetidamente, y cada poco, a observar los diferentes escenarios del imponente macizo: les agullas, el cavall Bernat, els flautats, la paret del diable, la trompa de l’elefant, la mòmia, el mirador de Sant Jeroni; los valientes escaladores ejercitándose…, y girando la vista hacia otros horizontes, la extensión del verde Bages; los nevados Pirineos en lontananza; la cuenca del Llobregat; las estribaciones del Vallés Occidental con la Serra de l’Obac, la Mola o el Montcau.

Finalmente, los agotados y sudorosos veinteañeros se detienen en un recodo del camino para recuperar el resuello, momento que aprovechamos nosotros, con escaso disimulo, para adelantarlos a la carrera, poner pies en polvorosa, y poder transitar a nuestro ritmo.

A pesar del inoportuno tapón que la calmosa tropa juvenil ha ejercido sobre los del grupo A, observamos con insano regodeo que tenemos al alcance de nuestra vista a los sufridos componentes del grupo B. Al olor de la rica presa, nos lanzamos en su búsqueda como fieras hambrientas en pos de su ansiada captura. Momentos después, llegamos a su altura, los sobrepasamos, los abandonamos a su suerte y seguimos adelante, obviándolos, hasta presentarnos en la ansiada meta. ¡Primero de los objetivos de la mañana superado!

La última parte del recorrido, que converge con el camino que conduce de Sant Jeroni hasta el Santuario de Montserrat, discurre en un prolongado descenso a través de unas irregulares e incómodas escaleras. Éstas, cimentadas en unos desvencijados peldaños desiguales, labrados en la piedra de la propia montaña, o erigidos sin ningún tipo de miramiento con materiales de construcción, nos obligan a caminar concentrados en la anómala y farragosa superficie para no trastabillar y darnos de bruces con el suelo.

Pasadas las 12 del mediodía vislumbramos el Monasterio desde las alturas, y minutos después, nos perdemos entre la ingente la multitud de curiosos que deambula de aquí para allá por las calles del lugar. Muchos, simples turistas ocasionales de excursión; varios, asiduos visitantes de la abadía; algunos, eventuales creyentes del catolicismo; y los menos, fervientes practicantes de la oración y el culto religioso. ¡Segundo objetivo para el zurrón!

Entre nosotros, los esforzados caminantes, destacan sobre manera los amantes de la espumosa cerveza. Y como casi todos conocen perfectamente las particularidades del lugar, la mayoría se decanta por visitar el bar, descansar, degustar unos sorbos de la rubia y refrescante bebida, y desechar la idea de invertir los pingües caudales en velas, ofrendas, limosnas, oraciones, peticiones al altísimo, o ideas por el estilo, que se supone regeneran el alma, limpian la conciencia, perdonan las ofensas y liberan del mal a los pecadores.

Pasadas las 13 horas nos reencontramos todos en el repleto aparcamiento del recinto para acomodarnos en los asientos del autocar. Minutos después partimos, alegres y ruidosos como siempre, hacia el Bar "El Caliu", de Casstellbel i el Vilar, donde pretendemos realizar la comida del mediodía y, acabados los postres, celebrar el evento literario de San Jordi.

Distribuidos por grupos en las mesas rojas de la terraza vamos consumiendo los variados y particulares alimentos preparados la noche anterior. Los GRManos más sibaritas tiran de la socorrida fiambrera; otros, quizás más prácticos, lo hacen de emparedados generosamente preñados; y algunos, menos previsores o posiblemente más espabilados, se zampan unos sugestivos platos combinados o raciones variadas, encargadas a la camarera que se cuida de servirnos en el exterior del establecimiento público. Tras los abundantes postres, y para complementar la generosa comilona, nos embuchamos, glotonamente, una caja de galletas caseras aportadas para la ocasión por la generosa Angelines. ¡Qué delicia de pastas!

Finalizado el suculento banquete varias mozas del grupo se encargan del reparto de los números que determinarán el orden de recogida de libros a intercambiar. Contrariamente a lo que canta el refranero, una de las desinteresadas organizadoras, que “parte y reparte”, infortunadamente se quedará sin su parte.

El acto cultural alcanza el pleno apogeo con la lectura del precioso poema de la Mallorquina Antonia Vicens, “Poesía”. Nuestras versadas compañeras Núria y Cati, ora en català, ora en castellano, (obviamos el urdú), nos emocionan con la inigualable belleza de las rimas.
La poesia
Antònia Vicens (Santanyí, Mallorca, 1941)
Plana sobre
la vida fulgors d’altres mons
t’esclata als ulls també
estrelles
d’aigua eixugades a la cala
de la infantesa quan
retuts tornen
els àngels ja sense
sal sense ales i tu
intentes agafar-ne les ombres
penjalls als fils
d’estendre les paraules l’hora
que més voldries
revocar els morts que
et pugen per
les cames
baldament omplis
la nit
de colomes blanques tot
esperant
una espurna de foc
que t’encengui el poema.

Acabado el festejo recuperamos nuestros asientos en el autocar y partimos felices rumbo a casa, de la que apenas nos separa media hora de carretera.

¡Feliz Diada de Sant Jordi, compañeras y compañeros!
 
Restaurant El Caliu
C/ La Bauma 2- 4
08296 Castellbel i el Vilar - Barcelona
Tel.:   938282353
 
http://dondecomer.es/barcelona/castellbell-vilar/caliu-20/

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Monasteri de Montserrat
Sábado, 22 d’abril de 2017.

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GR4 Etapa 7 (18-03-2017)
Cabrianes - Sant Vicenç de Castellet.

Según canta el refranero, “lo bueno si breve, es dos veces bueno” pero este modesto escribano debe desconocer tal afirmación, pues no es precisamente la brevedad lo que destaca en sus interminables peroratas.

Intentaré, aunque solo sea por una vez, ser conciso en mis reflexiones y no andarme demasiado por los cerros de Úbeda. ¡Otra cosa es que lo consiga!

Después de un otoño de madrugones, este sábado nos permitimos el lujo de retrasar media hora la salida. Los últimos coletazos del invierno son ya evidentes y el alargar de los días hace que abandonemos la ciudad a plana luz solar.

El corto trayecto hasta Cabrianes no impide que los locuaces GRManos entablen amenas y enriquecedoras conversaciones sobre temas de actualidad.

Sin apenas nubes por el horizonte, la jornada se presenta propicia para caminar: La escarcha de la madrugada dormita en los sembrados y cubre de humedad los verdes campos. Los primeros rayos solares de la mañana hacen su apariencia y se reflejan, brillantes, en las múltiples gotas de agua que adornan las hojas de las tiernas plantas. Los pájaros revolotean alegremente, de aquí para allá, mientras  lanzan al aire sus felices trinos anunciando la proximidad de la nueva primavera.

De salida, partimos todos juntos por la carretera de Artés pues compartimos recorrido hasta El Pont de Vilomara, pero como suele ser habitual, antes de alcanzar el primer kilómetro, ya vamos todos desperdigados, y más que un grupo de caminantes parecemos un pelotón de ciclistas ascendiendo las durísimas rampas de un puerto de primera. ¡No hay más cera que la que arde, Florenci!  ¡Así nacimos, así crecimos y así pereceremos! ¡Antes muertos que agrupados!

Poco antes de alcanzar Torrellla de Baix, cuando nos disponemos a abandonar el duro asfalto y adentrarnos en la campiña, procedemos a la primera reagrupación de la jornada y allí nos damos cuenta de que Rafael se ha extraviado. Al parecer el artista iba tan enfrascado en sus pictóricos quehaceres paisajísticos que se ha despistado y ha cogido una ruta equivocada. Nadie, sin embargo, parece preocupado por la ausencia del errático caminante. Es tal la confianza que tenemos en la pericia y la capacidad de orientación del descaminado, que ninguno de nosotros duda de que con su amplia zancada pronto volverá a estar integrado en el panchovillesco grupo.

A la altura del kilómetro 5 cruzamos la carreta de Vic, dejando a nuestra derecha Sant Fruitós. Poco después alcanzamos la cuenca de Llobregat y caminamos en sentido descendente junto al río durante un buen rato. Mientras avanzamos en paralelo a la vera de la exigua corriente pasamos junto al Pont de Cabrianes y vamos bordeando la cuenca del calmoso caudal hasta dejar Navarcles, que queda a nuestra izquierda.

Hacia las diez de la mañana llegamos al Monasterio de Sant Benet del Bages. ¡No para rezar, ayunar, hacer penitencia, o redimirnos de nuestros pecados, sino para desayunar dando buena cuenta de los manjares que rellenan nuestros deliciosos bocadillos!  
Sea, o no, cuestión de habilidad, azar, o tal vez atraído por el olor de los bocatas, la cuestión es que a la hora del desayuno, en la explanada que separa el devoto Monasterio de San Benet de la cuenca fluvial, el errático caminante vuelve a formar parte de la manada. Total… ¿Qué son un par de kilómetros de pérdida para él andarín?

Mientras desayunamos, los cuerdos senderistas amantes de la responsabilidad y el orden, (¡que los hay!) expresan sus discrepancias con el proceder de aquellos libertarios que marchan a sus anchas. ¿A qué obedece tal desmadre en el grupo? ¿Dónde nace nuestra incapacidad para caminar agrupados? ¿Después de tantas décadas pateando senderos, será posible que algún día avancemos juntos?

¡Tranquilo Comandante Pepe, que oírte te oímos, lo que sucede es que no te escuchamos! ¡Y… no sufras por nuestro caos, Florenci, pues el orden de este grupo radica en su total desorganización al andar! ¡Mientras los/las que coordinan temporadas, calendarios, recorridos, etapas, tracks, viajes, cuentas, comilonas, festejos y demás logística sigan cuerdos, el grupo funcionará por inercia!

Una vez concluida la ingesta de alimentos y con las fuerzas renovadas gracias a los generosos tentempiés, la compañía de andarines se divide en los dos habituales grupos: el A con meta en Sant Vicenç i el B con destino al Pont de Vilomara.

Al bordear el edificio del Monasterio de Sant Benet, los CorreManos integrantes del grupo A se lanzan al galope tendido y en apenas unos minutos los sosegados que viajamos en el pelotón de cola ya los hemos perdido de vista. ¡Ya nos esperaran si quieren!

Desde el lugar de culto y recogimiento hasta El Pont de Vilumara, el recorrido (un continuo tobogán de subidas y bajas por una pista forestal que alterna con algún que otro sendero estrecho, pedregoso e incómodo de transitar) discurre por entre la humilde cuenca del manso Llobregat y la disecada Riera de Mura.

La ausencia de nubes nos permite distinguir con claridad las alejadas edificaciones de Manresa, al oeste; las estribaciones de la Sierra de Sant Llorenç de Munt, al este; la inconfundible silueta de la mágica Montserrat, envuelta entre la calima, al sur; y las imponentes cumbres, aun emblanqueadas, de los Pirineos, al norte.

Alejados del ruidoso trajinar de las urbes, vamos caminando junto zonas de arbolado (principalmente pinos y encinas); amplios terrenos poblados de retama a punto de florecer, arbustos, romero en flor y otras plantas silvestres; escarpados bancales cubiertos de maleza que antaño fueran viñedos y hoy languidecen abandonados al olvido; jóvenes campos de cereales que lucen un verde resplandeciente; rieras, regatos y cuencas completamente disecados por la escasez de lluvia; construcciones de granito, medio derruidas, que en otra época sirvieron como tinas para almacenar la cosecha vitícola; ermitas en estado ciertamente ruinoso y solitarias masías.

Hacia las 12 del mediodía los rezagados del grupo A alcanzamos las afueras del Pont de Vilomara (final de trayecto para los colegas del grupo B). Tras bordear el sector industrial ascendemos por una empinada cuesta sin adentrarnos en el poblado. De improviso, como surgido de la nada, aparece ante nosotros Rafael, al que creíamos por delante. Parece ser que el hombre y su cámara se han vuelto a despistar para añadir a sus piernas un par de kilómetros extras al recorrido programado.
Una vez dejada atrás la población del Pont de Vilomara acometemos las rampas más duras de la jornada. Nos adentramos en el Parque Natural de la Serra de Sant Llorenç de Munt i l’Obac ascendiendo las lomas del Serrat dels Trons, por una amplia y zigzagueante pista forestal, hasta alcanzar la cota en Sant Jaume de Vallhonesta. Allí destacan las ruinas del antiguo Hostal y la restaurada ermita que dieron nombre el citado lugar (¡cerrada por cierto!), y una decrépita fuente de la que mana un hilillo de agua potable que a duras penas nos permite repostar y rellenar nuestras agotadas cantimploras.

Una vez reagrupados, y tras despedirnos de un trío de senderistas parapetados junto a una inmensa estelada extendida en el suelo, reemprendemos la marcha, en por un estrecho sendero en descenso, en dirección al Torrent del Rubio, el cual discurre más seco que la mojama.

Cruzamos por unas lanchas que sirven de lecho al reseco cauce del torrente y volvemos a ascender levemente por una senda entre matorrales, hasta alcanzar la ermita de Sant Pere de Vallhonesta y la impecable Font del Pit Roig. A pesar de nuestro loable intento por visitar el templo, el mismo permanece cerrado y ello nos impide plantearnos el más mínimo rezo.

La parte final del recorrido discurre por un sendero en descenso hasta llegar a la meta, la cual alcanzamos pasadas las trece horas.

Al vislumbrar las primeras edificaciones de Sant Vicenç de Castellet nos vemos en la necesidad de cruzar por encima del puente que franquea la Autopista de Montserrat. Poco después nos adentrarnos en las primeras calles de la población, y minutos más tarde nos topamos con la vía del tren que, seccionando el poblado, nos obliga a un leve rodeo para poder salvarla por la zona de seguridad.  

Caminando sin rumbo fijo por la calle General Prim nos presentamos, de milagro, en las inmediaciones de la Plaza del Pí, lugar que se halla a escasos metros de donde nos aguardan el resto de descansados GRManos.

Una llamada telefónica nos permite localizar correctamente el punto de encuentro con nuestros compañeros y compañeras, y tras cruzar  nuevamente la vía férrea, esta vez por debajo de un puente, nos presentamos en el lugar convenido: El Bar el Racó d’en Manel.

Aposentados en nuestras respectivas sillas disponemos nuestra comida del medio día con la esperanza de ser rápidamente atendidos por el camarero que sirve la terraza. Mientras se produce espera desempaquetamos las viandas y algunos, a secas, comenzamos a dar buena cuenta de ellas. La poca destreza del camarero, o nuestra absoluta invisibilidad a sus clausurados ojos, nos obliga a levantarnos y acercarnos a la barra para demandar la ansiada y espumosa jarra de cerveza, pues corremos el riesgo de que caiga en el olvido nuestro pedido y que debamos tomarnos la espumosa rubia a la hora del café y no en el momento de la ingesta del condumio. ¡Qué falta de ganas de trabajar o incompetencia lucen algunos!

Prevenidos de lo que nos espera a la hora del café, Antonia, bolígrafo y papel en mano, toma cartas en el asunto y anota los pedidos cafeteros para que no nos den las tantas. Poco después algunos/as compañeros de fatigas se desplazan a la barra para acarrear y servirnos los cafés demandados. ¡Gracias compañeras/os por vuestro generoso acto! ¡Que Dios os lo pague que tiene buena bolsa!

Concluida la sobremesa recogemos bártulos y partimos rumbo a Terrassa, a la que llegamos a una hora inhabitual, apenas sobrasadas las cuatro de la tarde.


Restaurant El Racó d’en Manel
Plaça Generalitat, 4-5,
08295 Sant Vicenç de Castellet
Barcelona
Tel.:   34 938 33 06 97
 
https://www.tripadvisor.es/Restaurant_Review-g1235036-d8261134-Reviews-El_Raco_d_en_Manel-Sant_Vicenc_de_Castellet_Catalonia.html

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Sant Vicenç de Castellet
Sábado, 18 de marzo de 2017.


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GR4 Etapa 6 (18-02-2017) 
Sant Pau de Pinós - Cabrianes. 

A caballo entre la comercial festividad de San Valentín y el bullicioso ajetreo Carnavalero, unos pocos GRManos nos disponemos a oxigenar nuestros castigados organismos con los beneficios que nos regala la bendita naturaleza. 

A pesar de que no hay previsto ningún contratiempo atmosférico para la jornada sabatina; de que el recorrido no es demasiado exigente en cuanto al desnivel; de que los parajes a transitar se adivinan gratificantes según los expertos; de que ya nota el crecer de los días; y de que el desplazamiento es al lugar es ciertamente corto y llevadero, el número de ausencias y bajas de última hora es muy elevado.

Ya sea por los compromisos adquiridos con anterioridad; a causa de viajes de placer; por alguna ligera indisposición transitoria; o principalmente por que la distancia a recorrer durante la etapa es bastante más larga de la acostumbrada, el caso es que a la hora convenida no alcanzamos ni siquiera la treintena.

Dadas las características de la etapa, y siguiendo las directrices de los avezados, hoy más que nunca, todos tenemos claro en qué grupo debemos integrarnos para no eternizar la jornada. Así, los del B acometerán la segunda mitad del recorrido (unos 18 Kms) mientras que los del A realizarán la totalidad del mismo (32 Kms).

En el desplazamiento desde Terrassa hasta Sant Pau de Pinós, la oscuridad se va desvaneciendo y de las tinieblas emerge una espesa niebla que enmascara el paisaje y se afana, desesperada, por ocultar con su grisáceo tul los emergentes rayos solares del nuevo amanecer, sabedora de que su derrota es inminente.

Al alcanzar el punto de partida, los andarines del grupo A nos despedimos de nuestros colegas del B y descendemos, alegres y vivarachos, del autocar.

Nada más poner pie en tierra nos percatamos de que la mañana es húmeda y fresquita. Las lluvias de las últimas semanas han empapado el terreno y la vegetación muestra agradecida los benéficos del riego celestial. Los matorrales verdean; las hojas de los árboles relucen su esplendor; los caminos se visten, salteados aquí y allá, de charcos y barrizales; y los campos de cereales luchan jubilosos por abandonar el entierro invernal y ver al cielo. Mientras el tibio sol se despereza lentamente por encima de las lomas que pueblan el horizonte, los valles languidecen ocultos bajo el manto de la silenciosa y algodonada niebla.

Apenas iniciada la marcha y adentrarnos en el bosque, el grupo A se divide en dos secciones: Una formada por seis agitados, raudos, alocados e intrépidos GRDores que emprenden la huida a velocidad  de vértigo, cual alma que lleva el diablo, bajo el lema de ¡Sálvese quien pueda! Y una segunda formada por otros siete GRManos, más cuerdos, relajados y tranquilos que aquellos, convencidos de que tarde o temprano alcanzaremos la meta y nos reuniremos con los demás.

Los primeros kilómetros del trayecto son un constante descenso por el barranco de Rocafesa. Poco después acometemos una leve subida  y nos topamos con la solitaria ermita de St. Amanç de Pedrós y  más adelante con la de St. Jordi Lloberes. Recién sobrepasada esta última contactamos con los compañeros, que suponemos van por delante, para que localicen un lugar donde reagruparnos y  poder desayunar. Pero para sorpresa general, éstos se han perdido en un cruce del camino, han recorrido más de un Km con rumbo equivocado, y desandando sus pasos, transitan por detrás nuestro con un cuarto de hora de retraso.

Hacia las nueve y media de la mañana, por los altos de Can Cornet, a la vera del  camino rural, emerge  la ermita de St. Miquel Nou (de la parroquia de St. Miquel de Terradelles). Allí detenemos nuestros pasos, nos acomodarnos en los poyos de piedra que rodean las paredes del edificio y, conversando sobre temas de actualidad, reponemos fuerzas a la esperar a los extraviados, los cuales son recibidos con generosa algarabía. Con fruición, todos engullimos nuestros ricos bocatas, menos Evaristo que, fiel a su tradición, huye de pan, embutidos y demás alimentos calóricos y, en pie, se zampa, impertérrito, su ración de frutos secos.

Luego de regar generosamente el buche, con el vino de la bota, y atiborrados de los habitualmente compartidos extras: frutos secos, galletas, chocolates, dulces… recogemos los bártulos y nos disponemos a reanudar nuevamente la marcha.

Mientras los más pausados nos colgamos la mochila a la espalda para partir, vemos salir en estampida a cinco GRDores (Antonio, Carlos, Evaristo, Joan Lluis y Rafael), los cuales desaparecen definitivamente de nuestra vista en el primer recodo del camino, y para el resto de la jornada, cual alma que lleve el diablo.  

A medida que el sol gana altura por el horizonte y la niebla se va desvaneciendo, los 8 de la retaguardia (Ana, Dolors, Antonio D.,  Paco O., Paco V., Pitu, Josep F., y el escribano) avanzamos, sin prisa pero sin pausa, por caminos, pistas, veredas y senderos. En nuestro transitar por la reluciente campiña vamos dejando atrás hermosas masías y milenarias ermitas, sorteando renacientes campos de cultivo y  salvando cauces de regueros de  lluvia ocasional. La ondulada orografía de la zona nos obliga a un constante tobogán de subidas y bajadas. A cada descenso a la planicie de los valles le precede la correspondiente subida a las lomas que, aunque cortas y no demasiado pronunciadas, desperdigan al grupo de los/las  rezagados. Sin embargo, en nuestra sección hoy  impera la camaradería y en lo alto de cada cima los primeros detienen sus pasos para esperar la llegada de los más rezagados. Del grupo de la avanzadilla… ¡Imposible establecer contacto!

Hacia el mediodía, tras dejar atrás Can Coll y la ermita de Cornet, avanzamos por el camino de Soler hasta alcanzar la intersección de éste con la carretera BP4313 que marca la mitad aproximada del recorrido de la etapa. Desde allí, de buena mañana, relajados, agrupados y sin prisa alguna, debieron partieron en compacta armonía nuestros queridos compañeros del grupo B, en pos de Cabrianes.

Llegados a este punto, desconocernos por donde deambulan esos supuestos compañeros del grupo A. Por cauces secretos llegan noticias sin confirmar que  afirman haber visto a los GRDores lanzarse a la carrera en varios de los tramos en descenso. Igualmente se comenta que uno de ellos va echando los bofes intentando no perder el contacto con los demás. ¡Menuda tropa de desalmados!

Recién cruzada la vía automovilística nos topamos con una gran masía rodeada de edificios anexos. Una señalización algo confusa en el GR-4, nos lleva al engaño y sin darnos cuenta nos salimos del track. Al percatarnos de nuestro error detenemos la marcha y comenzamos a vociferar a los “perdidos” Paco O. y Ana (que estaban a punto de coronar el alto y toparse con la pista forestal) para que retrocedan sobre sus pasos y se regresen al camino “correcto”. Entre idas y venidas perdemos otra media hora con respecto a los avanzados del grupo A.

Al reagruparnos de nuevo, Paco O. expresa su presentimiento de que la ruta que él llevaba acababa convergiendo con el Track, pero decidimos ignorar su augurio, hacer caso a la moderna tecnología y continuar por la ruta que el GPs nos marca. Craso error el nuestro, pues el presentimiento  de Paco era correcto, y la senda que suponíamos errónea nos hubiera ahorrado casi una hora del trayecto.

Después de casi dos horas incomunicados, contactamos de nuevamente con los GRDores y no enteramos, contrariados, que los listillos, haciendo caso omiso del Track, han continuado por la ruta incorrecta, han acortado considerablemente su trayecto y, entre unas cosas y otras, nos aventajan en algo más de una hora.

Aunque el perfil general de la etapa es en descenso, nos hemos visto obligados a acometer varias remontadas para coronar las diversas colinas que separaban las diferentes vertientes y sus respectivas planicies.

Desde las alturas, y cuando el arbolado no nos lo impedía, hemos ido observando embelesados la preciosidad del paraje que nos rodeaba. Las nevadas cumbres del Pirineo a nuestra espalda; las diversas estribaciones montañosas del Bàges, en todos los sentidos; el Montcau y St. LLorenç al este; la magnífica montaña de Montserrat al sur; y, diseminadas por doquier en hondonadas, explanadas  y laderas, sucediéndose en la distancia, multitud de majestuosas masías y varias ermitas presidiendo las diversas propiedades: cultivos, praderas y bosques.

Por la mente quien vivió y disfrutó de su infancia en el mundo rural, discurren con la nitidez de las vivencias, los recuerdos de antaño. De las gruesas paredes de las imponentes edificaciones renacen la oscuridad impenetrable de las tinieblas y el silencio sepulcral de las noches, solo roto por el ladrido de algún que otro perro. El nuevo amanecer anunciado por el canto del gallo. El madrugador desperezar de los labriegos y las abnegadas amas de casa dispuestos a encarar una nueva jornada, ellos en el campo y ellas tras las duras tareas del hogar. El humo que emerge por la chimenea originado en la leña que prende en la lumbre, templa la estancia y cocina las viandas de la olla. El aire mezclado diversos aromas: pan recién horneado, aceite casero que abrillanta la rebanada colmada de embutidos, y el del café que emana del puchero, con el del estiércol que emana de las cuadras. El remanso de paz del lugar, alterado por la salida en estampida de un niño despeinado, calzado con raídas alpargatas, que abandona el calor del hogar para juguetear con el chucho bobalicón que colea bajo el quicio de la puerta. El estruendo del gallinero cuando el ínclito  zagal se adentra en el viejo cobertizo, alborota las gallinas y huye despavorido del altivo gallo del Prat. La paz que transmite la pequeña de la casa, tocada con coletas a medio hacer por mor de la almohada, mientras juguetea en el banco de piedra que hay frente a la puerta con el gatito de pelaje atigrado que, cola alzada, ronronea al son de las caricias de su delicada protectora. El mugir de las vacas y el gruñir de los cerdos, reclamando la presencia del amo para que les de comer o les saque al exterior. En la explanada que preside la mansión, el todoterreno, la motocicleta, el tractor y la moderna maquinaria han sido sustituidos por el robusto carro de madera, el borrico con las aguaderas, el arado de reja y el resto de rudimentarios aperos de labranza.

Avanza la mañana y luce el tibio sol invernal. Los saltarines gorriones picotean junto al estercolero en búsqueda de algún grano que llevarse al gaznate.

De repente, por un recodo del camino que nace tras la arboleda aparece el audaz vendedor ambulante montado en su rudimentaria bicicleta. Viene cargado hasta los topes de artículos de primera necesidad (unos, encargados en su última vista a la masía y otros, modernos, de nueva cuña, con los cuales pretende engatusar a los austeros lugareños). Según la ocasión, el negocio fructifica mediante el pago en metálico del precio convenido (tras un largo y divertido regateo), y otras por el  truque de mercancías entre los interlocutores. De tal guisa, el hábil comerciante engorda su famélica cartera proporcionando a los señores del campo enseres que difícilmente podrían adquirir si no fuera desplazándose a las lejanas urbes.

A la hora de comer, atraído por el olor de la olla, la carne a la brasa, los calçots, las secas con butifarra o los dulces caseros, como caído del cielo, aparece el señor cura vestido con su negra sotana para reconfortar el alma de files. En pago a su generosa bendición, el mosén se acomoda a la mesa junto a la familia para engullir vorazmente los manjares que la dueña sirve a los comensales, mientras, levantando el codo, riega el gaznate con largos tragos de vino del porrón. Tras la copita de cazalla, la siesta y los ronquidos al calor del hogar el de la toga negra abandona la estancia prometiendo volver lo antes posible ¡Queden con Dios!   

La jornada discurre lentamente hacia la tarde y transporta al caminante en torno a mesa y mantel que presidió el cura. ¡Huele a escudella!  Mas la proximidad del final de la etapa impiden al soñador rememorar los recuerdos que emanan de las vespertinas tardes de pan con chocolate, dulces, juegos de infancia, carreras alocadas, renacuajos, recados al vecindario, paseos a lomo del caballo por las fincas, o de acompañar, con desgana, a los adultos a las tareas campestres.

Pasamos de soslayo por fincas valladas en la cuales permanecen encerradas, tras el alambre, algunas vacas y sus respectivas crías. Una de estas madres, vigilante, protege a sus dos terneros, recién nacidos, de la provocadora curiosidad de los caminantes del grupo B, amenazando a aquellos atrevidos intrusos que osan acercarse al vallado para fotografiar al admirable trío de bovinos.  

Para no romper la tradición GRMana pasamos de largo por la ermita de St Martí de Sehrrahima, preciosa por fuera y bien conservada. El místico lugar  fue antaño lugar de reunión dominical y centro social de los habitantes de la zona. Sus recias  paredes resultaron ser testigos silenciosos de la vida que guardan en el recuerdo dimes y diretes, chismorreos, noticas veraces e infinidad de bulos inventados,  encuentros ocasionales, aventuras y desventuras amorosas y también de algún que otro momento para encomendarse al altísimo. Su historia viene marcada por antiguas celebraciones eclesiásticas cada vez menos frecuentes: Sepelios, bodas, bautizos, comuniones, fiestas patronales y/o religiosas, ya casi en desuso.  
La parte final de la larga etapa discurre por un largo y pronunciado descenso que, al verse interrumpido por una corta pero exigente subida, agota nuestras fuerzas.

En las proximidades de Cabrines, a la derecha del camino, destaca un antiguo horno de cal medio en ruinas, mientras, a la izquierda, un nutrido rebaño de ovejas merinas pace mansamente en la pradera colindante al camino. A cierta distancia de las ovinas, ojo avizor, permanece vigilante el curtido pastor, enjuto, demacrado y entrado en años, descansando sus posaderas en el duro suelo, junto a su fiel can, al calor de los rayos solares de tibia tarde invernal.

Hacia las 14:40 rodeamos un polígono industrial situado en las proximidades del poblado y cinco minutos después, tras superar la monstruosa y horripilante edificación de estructura de cemento, nos dirigimos por una carretera asfaltada hasta alcanzar el autocar que, con las puertas abiertas, nos recibe al fondo.

Una hora y media después de que los GRDores del grupo A finalizaran la etapa, y con algo más de retaso con respecto o compañeros del grupo B, damos por concluida la larga etapa, nos aposentamos en las sillas del Bar La Closca y nos disponemos a vaciar nuestras fiambreras y degustar la tradicional jarra cervezera.


Restaurant "La Closca" (Cabrianes)
Serrat de Contacorbs
08513 Prats de Lluçanès
Barcelona
Tel.:        93 850 81 25
Mòbil:     699 922 742


Blog de GRManía:

Cabrianes
Sábado, 18 de febrero de 2017.


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GR4 Etapa 4 (17-12-2016)
Borredà – Sagàs.

Hoy me voy a tomar la libertad de empezar por el final y dedicar unas líneas de agradecimiento a los responsables de que este Panchovillesco ejército, conocido como GRManía, funcione a las mil maravillas. Sirva, por tanto, esta crónica, para homenajear a todas y todos aquellos GRManos que desinteresadamente dedican parte de su preciado tiempo a la organización de los diferentes eventos del grupo tales como: La elección de los recorridos y la preparación de las etapas; la adaptación y puesta en común de los Tracks para nuestros denostados GPS’s; la contratación de autocar; la convocatoria para apuntarse a las etapas; la búsqueda de Bares que nos permitan apalancarnos en sus locales para beber de lo suyo y comer de lo nuestro; las arduas negociaciones con los tacaños propietarios de los Restaurantes parar escoger menús que den conformidad al bolsillo y al gusto de los hambrientos; a lucha sin cuartel para que los despistados anoten los platos de su preferencia; la provisión, el reparto y el cobro de la esquiva lotería de Navidad; la reserva y el sufragio de la salvadora luminteta; el encargo, abono y custodia de la “Panera”; la liquidación de los gastos, viajes y extras, y el mantenimiento, al día, de la contabilidad  de la “empresa; la sesuda y acertada elaboración de discursos y abecedarios, las atinadas, sentidas e insuperables rimas de nuestro versado trovador, la adaptación de canciones, y demás actos de cultivo mental; la elección y el encargo de los obsequios de temporada; el montaje de audiovisuales para recordar y amenizar los eventos; la plasmación de los variados y múltiples aconteceres camineros con las cámaras de nuestros inigualables reporteros y las avezadas plumas de los hirientes escribanos; los trabajos, en la sombra, de aportar ideas, comprar, reprografía, adecentar, coordinar, y demás menesteres necesarios para todas y cada una de las actuaciones del grupo; la de que no nos falte el vino;  y la de aquellos otros necesarios actos que mi desmemoriada y embotada mente es ya incapaz de recordar… ¡Gracias a todos/as!

¡Repartido el jabón, vayamos al grano!

Existe un dicho anónimo que afirma que quienes viajamos lo vivimos 3 veces: cuando lo soñamos, cuando lo realizamos, y cuando lo recordamos”, y tal postulado podríamos aplicarlo, sin ningún género de dudas, a lo que nos espera en la etapa de hoy. Son tantos los días dedicados a la preparación de la jornada festiva que cerrará el año natural, y en la cual homenajearemos a nuestro jefe y fundador Don José Hervás, que la mayoría de nosotros, cuando llegue la hora de la verdad, tendremos la sensación de que ya hemos pasado por ese trance, lo viviremos con la responsabilidad de que todo salga perfectamente, y nos quedará para el recuerdo el desarrollo de los acontecimientos.

Después de casi un mes de preparativos en la sombra y a escondidas del fundador (¡y  no me refiero al coñac!), hoy por fin llega el gran día: Fin de año, comilona y fiesta en honor a nuestro Comandante en jefe: Pepe, Alias Don José. Alguno o alguna podrían pensar que muchos y muchas GRamanos alcanzaron el retiro antes que él y a ninguno se le hizo una fiesta de tamaña envergadura, de lo que se deduce que no es una fiesta por su jubilación, sino un reconocimiento a su persona por el empeño en crear, mantener y mejorar la historia de GRManía.

Como pájaro del mal agüero, la caprichosa jornada sabatina amanece lluviosa por tierras de Egara y ello nos obliga a los más previsores caminantes a acarrear con bolsas de recambio por si el aguacero cala nuestros avejentados huesos.

Durante los primeros kilómetros de avanzar en dirección al norte por la oscura autopista una fina lluvia se estampa contra la luna delantera de nuestro atestado autocar. Sin embargo, a medida que nos alejamos del Vallés Occidental y nos adentrarnos en la comarca del Bages la llovizna comienza a remitir y, mientras clarea el alba, el azul cielo va sustituyendo a los nubarrones en el horizonte. ¡Una jornada como ésta bien merece un tiempo acorde a la celebración!

Cumpliendo con su promesa de invitar a los caminantes a un bocata de jamón para el desayuno, Pepe y sus ayudantes distribuyen los emparedados mientras avanzamos por la autopista. De nada sirven nuestras lastimeras quejas para que el Comandante acarree con el alimento durante los primeros kilómetros del recorrido (hasta alcanzar el lugar del desayuno) y allí haga la ceremonia oficial de entrega del presente. ¡Nada… a cargar nosotros con el peso! ¡Qué remedio!

Al fondo, sin miedo a perturbar el sueño de aquellos que prefieren descansar, los voceros de siempre vamos conversando sobre la proximidad del solsticio de invierno. Y como la cuestión es porfiar, discutimos sobre el tema como verdaderos expertos en el tema. ¡Convencidos, todos, de ser los garantes de la verdad!

Recién sobrepasada la “Patúnica” Berga, abandonamos la autovía C-16, atravesamos el Pantano de La Baells y tras un largo trecho por la solitaria y serpenteante C-26 alcanzamos el punto de partida: Borredà.

Los Dioses de la meteorología parecen haberse apiadado de nosotros y, por la zona, el día amanece despejado y benévolo. ¡Fuera bolsas de recambio!

Una vez acicalados para la ocasión, el pelotón se pone en marcha, descendiendo a ritmos bien diferentes, como no podía ser de otra forma, por las afueras de Borredà hasta alcanzar la Riera de Mergançol, la cual cruzamos por un puente cargado en años. A pesar de que apenas llevamos unos seiscientos metros de recorrido allí se produce la primera reagrupación de la jornada pues el objetivo del día ¡ilusos! es transitar en grupo la mayor parte de la etapa. De nada servirá llegar el primero si el autocar deberá esperar al último para dirigirnos al Restaurante.

Salvado el escuálido cauce de la riera emprendemos una subida de un par de kilómetros por una empinada cuesta, alguno de cuyos tramos está adecentado como si fuera un escalera urbana, hasta alcanzar un solitario Santuario que ninguno se digna a visitar. ¡Todos viajamos con la mochila vacía de culpas!

Transcurrida una hora de caminata alcanzamos la cota de la jornada. Allí nos   reagruparnos nuevamente y permanecemos a la espera de uno de los miembros de GRManía que ha padecido una indisposición transitoria, y se ha visto obligado a aminorar el ritmo de su marcha, y de nuestro particular coche escoba (Pepe) que se ha mantenido al lado de la indispuesta, dándole ánimos y acompasando sus pasos a los de ésta en los últimos metros de ascenso a los cielos.
Mientras ascendíamos, las nubes han vuelto a cubrir el horizonte y la humedad y el frío hacen mella en los caminantes que se mantienen estacionadoss. Sobre todo en aquellos osados que se han despojado de la empapada ropa de abrigo para permitir una mejor transpiración tras el esfuerzo de la subida.

Luego de un buen rato varados en un recodo del camino, chismorreando sobre la sorpresa que le vamos a dar a nuestro jefe supremo, a algunos la espera se les hace demasiado tediosa, y al conocer que la indispuesta y el guía se encuentran a punto de alcanzar a los anclados, y en condiciones de continuar con la marcha, se ponen de nuevo danza por una senda que discurre entre las estribaciones de la Serra de Picancel, a nuestra derecha, y la Riera de Merlés, a nuestra izquierda.

A medida que discurre la mañana el sol vuelve a ganar el duelo a los nubarrones, y tras una ardua búsqueda, el GRMano Señor Vitoria localiza una pedregosa explanada donde detenernos y proceder a dar buena cuenta del bocata jamonero que con cariño y esmero nos han preparado el Comandante y la enfermera.

Sabiendo que será el último mohicano en aparecer por el improvisado comedor, le aguardamos a escondidas, sentados y parapetados tras las letrillas de una alocada canción, para darle el primer homenaje de la mañana. La desentonada tonadilla, interpretada a múltiples voces sin coordinar, emociona al sorprendido caminante. Deducimos que por lo inesperado del detalle, pues la calidad musical del concierto es tan patética que más bien invita a derramar lágrimas de pena.

El momento del desayuno se convierte en un instante de dicha y disfrute general. Mientras engullimos el pernil, el tibio sol invernal reconforta al personal, corre el vino a raudales, se agudiza el sentido del humor, se desatan las risas, la alegría impregna el ambiente, y para postre, nuestros estómagos agradecidos se zampan, en un abrir y cerrar de ojos, los bombones que Pili ha traído para celebrar su reciente jubilación. ¡Otra más al redil de los no laboriosos! ¡Pronto habrá que hacer una fiesta al GRMano que trabaje! ¡Negro futuro el de este país!

Ingerido el desayuno nos ponemos en danza y avanzamos por un inclinado, estrecho y pedregoso canal dispuestos a salvar los muchos kilómetros de la etapa que aún nos quedan por recorrer. El ritmo de la marcha es tan parsimonioso y decadente que suerte que estos muchos kilómetros del día de hoy son pocos, pues de lo contrario alcanzaríamos la meta y comeríamos a la hora de cenar.

Un apretón mañanero me obliga a hacer una parada a escondidas entre el follaje y cuando emerjo de entre las punzantes ramas me percato de que transito en el pelotón de los rezagados. Allí viajan también: Rosa G, José C, Alexei, Pili, Fina G, Sonsoles, Ginés, José A. y el recolector oficial de GRManía, Don Pepe.

Una vez finalizado el descenso alcanzamos la planicie y nos topamos de bruces con una montaña en cuya cima se sitúa el Santuari de la Mare de Déu de la Quar, el cual, y fieles a nuestra sana costumbre, pasamos de largo sin visitar.

Los del furgón de cola avanzamos juntos hasta alcanzar el Hostal Sant Maurici (La Quar) y las edificaciones del lugar, y allí descabalgan definitivamente: Rosa G, José C, Alexei, Pili y Fina G en espera del benigno autocar. ¡Ni un paso más!
Los demás continuamos carreta abajo tras los pasos de nuestros compañeros de avanzadilla hasta alcanzar Sagás. Allí, aparcado junto a la carretera, se halla el autocar dispuesto a recoger a los que no deseen continuar hasta el final.

Como la hora aun lo permite decido continuar en solitario hasta el final, la Roca: Me lanzo, así, por el Valle del Lluçanés toda pastilla en un intento ¿baldío? de dar alcance a mis compañeros de aventuras. El ritmo que impongo a mi marcha es tan frenético que  al instante comienzo a sudar como un pollo encerrado en una sauna. En una de las intersecciones del camino me detengo y tras comprobar los datos de mi GPs me percato de que hay un sendero, fuera pista, que conduce al punto de destino evitándome dar un buen rodeo. No sin cierto temor a meter la pata y extraviarme me lanzo a toda pastilla hacía el objetivo final. A la salida de una curva del camino observo con inusitado placer la idoneidad de actuación. Mi alocado proceder me ha permitido no solo recortar la ventaja de mis compañeros, sino adelantar a un buen número de ellos, los cuales no acaban de entender a qué milagro se debe la aparición repentina de aquel caminante sin rumbo.

Concluida la etapa festiva sin percance alguno nos acomodamos en el autocar para dirigirnos al Restaurante  "Cal Quico" de Parts de Lluçanés. En el trayecto, algunos de los higienizados de atrás nos deprendemos de nuestras apestosas y zorrunas prendas de caminar y ¡torso al aire! las sustituimos por otras limpias y perfumadas. ¡No es cuestión de dar el cante a la hora de comer! ¡Finos y aseados que somos!

Al poco de adentrarnos en el Restaurante y asearnos un poquito en el servicio del establecimiento, nos distribuimos en las mesas por afinidades y poco después comienza el Mercadillo Persa típico de la Fiestas Navideñas que se avecinan: La habitual venta de la lotería, el abono de la Lumineta, el reparto de diversas participaciones, el desembolso de los gastos de la jornada festiva…. En definitiva, que movemos más dinero nosotros en esta jornada del que desgraciadamente los corruptos mandatarios que nos desgobiernan, roban, espolian y saquean han dejado en nuestra esquilmada hucha de la Pensiones. ¡Malditos miserables!

Gracias al acierto y al buen negociar de Maribel, la comida es todo un manjar y, con nuestra voracidad habitual, damos buena cuenta, sin rechistar, de todas y cada una de las viandas que van apareciendo encima de nuestros platos.

El acto festivo en homenaje a nuestro loado comandante parece todo un éxito, o al menos aparentemente ¡eso creemos! parece ser que hemos conseguimos tocar la fibra sentimental de nuestro querido fundador. ¡Larga vida a Don Pepe!

Fantástico el singular discurso de apertura de Rosa Gil resumiendo los principios y fundamentos de GRManía mediante un genuino y apropiado abecedario, aderezado  todo ello con una insuperable, sentida y genial la puesta en escena.

Magnífica la composición rimada de nuestro ausente maestro en versos D. Pedro Puerma, leída con respeto, devoción, sentimiento y perfecta entonación por parte de otro de nuestros sabios maestros en letras, D. Evaristo González.


Emotivo el montaje audiovisual elaborado por uno de nuestros geniales reporteros de cámara D. Antonio Gil;  y divertida, aunque estruendosa y desacompasada, ¡perdónenme ustedes! Jajaja… la interpretación musical de la canción adaptada por un servidor para loar las andanzas del compañero.

Acertado, práctico y servicial el regalo escogido y encargado por los miembros del comité festivo para obsequiar a los componentes de la juerguista compañía.  

Finalmente, y con cierto pesar, un sentido recuerdo para todos aquellos amigos y veteranos GRManos a quienes las circunstancias personales no les permitieron participar de la celebración. Unos por imposibilidad física y otros por imposibilidad material sabed que a todos se os echó de menos.

¡Felices Fiestas compañeros!


Restaurant "Cal Quico" (Prats de Lluçanès)
Serrat de Contacorbs
08513 Prats de Lluçanès
Barcelona
Tel.:        93 850 81 25
Mòbil:     699 922 742


Blog de GRManía:

Prats de Lluçanès
Sábado, 17 de diciembre 2016.

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GR4 Etapa 2 (22-10-2016)
Coll de Pal – Santuari de Falgars. 

Segunda etapa de este GR4.

De inicio las perspectivas no son demasiado halagüeñas, pues el día amanece lluvioso y el autocar, que llega con cierto retraso, se salta la parada del autobús haciéndonos caminar unos metros de más.

Una vez acomodados en nuestros respectivos asientos, un veterano GRMano interroga al conductor sobre el motivo del retraso, y éste, novato y con escasa convicción, alega que se ha perdido por entre las calles en obras de Terrassa. Justificación poco creíble, pues Terrassa es una ciudad impoluta y perfectamente organizada. Sin apenas obras en sus armoniosas calles, y con una señalización impecable cuando éstas se producen…

Superados los contratiempos, pero con cierto retraso, nos disponemos a recorrer los muchos kilómetros que nos separan del punto de partida: El coll de Pal.

El correr de la seca estación otoñal hace que la oscuridad nos acompañé durante la mayor parte del recorrido hasta nuestro punto de partida. Y más si a ello le añadimos los amenazantes y negros nubarrones que se ciernen sobre Catalunya. ¿Tantos días de sequía y se pone a llover hoy? ¡A eso se le llama mala suerte!

Después de un par de horas de trayecto, cuando el autocar se detiene en lo alto del Coll de Pal, una grisácea y densa humareda emerge de la parte trasera del vehículo como si alguien hubiera abierto la trampilla de una chimenea encendida con leña húmeda. En la retaguardia del novísimo autocar el pestilente olor se hace insoportable, y los “pacíficos” viajeros que ocupamos los asientos de cola vociferamos alocadamente para que el conductor abra la puerta y nos permita abandonar el vehículo antes de que los mortíferos gases acaben con nosotros.

Tras unos momentos de prisas y achuchones, descendemos a la explanada que hay junto a la carretera. Cogemos nuestras repletas mochilas y nos preparamos para la marcha, en descenso, que nos conducirá hacia nuestras respectivas mentas: La pobla de Lillet (grupo B), y el Santuario de Falgars (grupo A).
. 
Atrás dejamos la planicie de la hermosa, rica y atrayente Cerdanya para adentramos en el no menos bello, pero escarpado, territorio Pre pirenaico.

Fieles a nuestra genuina idiosincrasia, cuando apenas llevamos unos  trescientos metros de recorrido, la distancia entre los de cabeza y cola es ya de casi 250.

Nada más cruzar el torrente del coll de Pal (deshidratado a causa de la pertinente sequía), los de cabeza se detienen para proceder a la primera reagrupación. Para matar la espera extraigo de mi mochila una galleta energética que engullo con fruición y sin ánimo de compartir con nadie. A mi lado se encuentra Inés Valera, con la cara compungida, observando cómo me zampo el reconstituyente alimento sin decir ni mu. Entonces, se acerca Jaime Pavón y me pregunta si llevo alguna galleta de más y se la puedo ofrecer a su media naranja, pues ella se encuentra falta de fuerzas y no lleva ninguna en su mochila. Con resignación, le entrego las dos que me quedan. ¡Todo sea por la multitud de ocasiones en las que ella nos ha deleitado con dulces, tartas, chocolates y otros manjares de cosecha propia!

Cuando las últimas unidades alcanzan al punto de reunión (¡para qué esperar a que se recuperen!) reiniciamos la marcha por una trocha algo más marcada.

Enfrascados en nuestras banales conversaciones, los de cabeza estamos a punto de saltarnos el desvío a la izquierda. Suerte que alguno espabilado (¿Paco Ortega, Jaime…?) da la voz de alarma y nos devuelve a la senda correcta. Otros, menos avispados (¿verdad Pepe y Paco Victoria?), continúan por el camino equivocado y avanzan durante un buen trecho sin percatarse de su extravío.

Poco a poco, según vamos perdiendo altura, las despobladas praderas van dando paso a zonas recubiertas otro tipo de vegetación: matorrales, sabinares, espinos y varias clases de arbustos. En una de esas zonas, tras dejar atrás una angosta y solitaria pradera, localizamos una explanada, en pendiente, y allí nos detenemos para desayunar, recuperar fuerzas y esperar a los Grmanos extraviados  

A medida que vamos llegando al lugar nos vamos acomodando junto a nuestros queridos compañeros. La mayoría, “a pelo”, en el levemente escarchado suelo a causa de la humedad de la jornada. Otros, pocos, ¡qué remilgados ellos y ellas!, extraen de sus mochilas una alfombras de poliéster para proteger sus delicadas posaderas. ¡Hasta dónde hemos llegado! ¿Dónde quedaron aquellos sufridos trepadores y aquellas valientes alpinistas que iban a la montaña con lo puesto?  

Concluido el desayuno reiniciamos la marcha y nos adentramos en el bosque (principalmente poblado de coníferas, aunque también crecen esporádicos chaparros,  encinas, robles, álamos….). Por sorpresa, a la altura del torrente de la Bauma Roja nos topamos con una partida de cazadores. Éstos, al acecho en sus respectivos puestos, se hallan dispersos por la zona con la intención de abatir algunas piezas de jabalí, y establecer, así, el equilibrio ecológico alterado a causa de la ausencia de depredadores para los belicosos y devastadores omnívoros.

Tras charlar con uno de los batidores, decidimos detener la marcha, en espera de los rezagados, y transitar en compacto pelotón para evitar que algún despistado y solitario caminante sea confundido con uno de los fieros y asilvestrados animales y se produzca un fatal accidente en forma de perdigonada en el trasero.

Amparado en la protección del grupo detengo mis pasos y me adentro entre la vegetación para liberar mi repleta y exigente vejiga, y al abandonar mi escondite, para recuperar la senda correcta, aparezco de improviso ante los ojos de Paco Victoria que espantado exclama: - ¡Coño, que susto, pensaba que eras un jabalí!

Como nuestra capacidad parar permanecer agrupados es bastante limitada, de inmediato se estira el grupo. Unos, en su afán por correr, avanzan desbocados a todo trapo hacia la meta. Otros, más relajados, van oteando el paisaje otoñal y disfrutando de las múltiples tonalidades crematísticas de la época: anaranjados,  verdes, morados, rojizos, lilas, amarillos, marrones, grisáceos, negros... Y los más rezagados, sin prisa, pues han decidido explorar el terreno en búsqueda de setas.
Los más avezados micólogos descubren y recolectan algunos robellones y varias  clases de hongos comestibles. Otros, como yo, auténticos neófitos en la materia, no localizamos ninguna pieza y desistimos rápidamente de la inútil búsqueda.

Después de un buen rato caminando por una senda surcada en el bosque, alcanzamos una pista forestal que zigzagueando nos conduce al “Refugi de Erols”. Una Masía grande y muy bien conservada, rodeada de tierras de labranza, una huerta y un espacio cercado donde destaca una piscina. Parece ser un lugar de reposo y alojamiento para uso y disfrute de la naturaleza, pues en el lado norte de la misma se hallan aparcadas dos auto caravanas con personas dentro. Al pasar junto a una de ellas, un niño rubio y despierto montado en una bicicleta, nos saluda alegremente mientras pedalea jubiloso encima de su vehículo a pedales.

Luego de un buen trecho avanzando por la bien cuidada pista forestal, divisamos, al fondo, los vestigios de la antigua cementera de Asland, hoy abandonada. Una aparatosa, desvencijada y ruinosa y fea edificación que emerge a la falda de la erosionada ladera de la montaña, languideciendo en un lamentablemente estado de conservación, y manteniéndose en pie de forma absolutamente milagrosa.

De pronto, sin previo aviso, aunque no de manera inesperada, la lluvia hace acto de presencia y debemos protegernos con nuestra ropa de agua o cobijarnos bajo el paraguas, aquel previsor que lo ha traído y lo tiene a mano.

El benigno aguacero, que dura entre quince o veinte minutos, apenas si consigue calar la ropa de quienes no han considerado oportuno protegerse del chaparrón.

Hacia la una del mediodía, con las piernas cargadas por el constante descenso, alcanzamos La Pobla de Lillet, final de trayecto para los del grupo B.

Una vez reagrupados todos los caminantes junto al cauce del joven, manso y cristalino Llobregat, y al amparo de los socorridos paraguas, debatimos sobre la conveniencia de continuar con el recorrido previsto para los miembros del grupo A, o dar por finalizada la etapa en este punto. Pese a que alguno de los habituales integrantes del citado grupo descabalga y abandona la batalla con cierta cobardía, la mayoría de valientes optamos por continuar con la programación prevista, acometer la subida y personarnos en el Santuario de la Virgen de Falgars.

Aclarado el tema, nos despedimos de nuestros amigos y desertores, cruzamos el cauce del río, y emprendemos la ascensión en busca de la paz del Santuario.

Una leve y casi imperceptible llovizna nos acompaña durante los primeros metros de la exigente subida, la cual realizamos cada uno a nuestro ritmo y en diferentes grupos. Al poco de iniciar la misma, Florenci nos avisa de la presencia, entre la vegetación, de tres secuoyas de tamaño considerable. A mitad del recorrido nos topamos con un grupo de afanosos recolectores de setas silvestres que rebuscan escondidos entre la espesura del bosque. Y al final del trayecto nos encontramos con unas cuantas familias que disfrutan junto a sus retoños de la belleza del paraje a la vez que alimentan una fogata para realizar una suculenta barbacoa.

Alcanzada la meta, y tras observar el precioso paisaje encaramados a la atalaya de un impresionante mirador, nos dirigimos por la carretera en espera del autocar.

Transcurridos unos minutos de expectante clama nos sorprende la ausencia del autocar del lugar donde en teoría debería haber venido a recogernos.¡Suerte de los frutos secos de Ana! A su vez, problemas de cobertura nos impiden a varios de nosotros contactar con el grupo por teléfono. Por suerte, Antonio Domínguez consigue establecer comunicación con su media naranja (Antonia) y descubrimos con pesar, sorpresa y cierta incredulidad, que nuestros compañeros siguen dándole a la cerveza en el bar, en lugar de dignarse a venir a recogernos.

Fruto de la descoordinación, o tal vez debido a un mal entendido se mantienen estacionados en Sant Julia de Cerdanyola, aguardando pacientemente nuestra llegada, cuando en realidad, y según lo previsto en la etapa, deberían haber venido a recogernos al Santuario.

Una vez aclarado el tema, y con el fin de acortar la espera, iniciamos un breve descenso por la vía asfaltada que conduce a La Pobla de Lillet, hasta alcanzar la intersección de la misma con el desvío a la izquierda hacia Sant Julià de Cerdanyola.

Con bastante retraso sobre el horario inicialmente previsto nos encaminamos a  Guardiola de Berguadà para localizar un establecimiento donde acomodarnos para poder comer.

A la salida del pueblo, en un Bar que se halla al lado de la antigua carreta, nos recibe una camarera, con amabilidad, pero a la vez compungida, pensado que pretendemos a comer todos allí. Una vez aclarado el entuerto (nosotros solo necesitamos algunas mesas, mucha cerveza y varios cafés) nos acomodamos en las mesas y sillas que, previo permiso del dueño de nuestro local, expropiamos a la terraza de otro establecimiento de alterne que en esos momento está cerrado.

Cuando procedemos a colocar las mesas y sillas en la acera que discurre en paralelo a la carretera, surge el primer contratiempo, pues el sesudo dueño de una ferretería que permanece cerrada nos impide aposentarnos delante de su negocio. 

Una vez saciada el hambre, agotada la sed, y devoradas las tartas caseras de Inés y los bombones con los que el Leonés Ginés nos ha obsequiado, procedemos a devolver el mobiliario a su lugar de origen, y aquí nace el segundo malentendido, ya que aparece el dueño de los enseres y nos abronca por haberlos utilizado sin su consentimiento.
–¡Tranquilidad y buenos alimentos!- le contesta Paco Ortega. –¡ Y aclare usted el tema con su compañero de profesión, o dueño, del establecimiento vecino, que es quien nos ha dado permiso para utilizar los dichosos bártulos!

Sin la más mínima intención del conocer el resultado final de la casi segura venidera disputa, levamos anclas, abandonamos el lugar y nos dirigimos al autocar. ¡Ya pregonarán las noticias el desarrollo de la contienda si se desata la guerra ¡Esperemos que la sangre no llegue al río!

Aprovechando que el viaje es bastante largo y da para mucho (siesta incluida), Pedro nos deleita con la lectura de otra de sus maravillosas y siempre acertadas rimas, versada sobre lo acontecido en la etapa anterior. ¡Hubo quién confundió arrimar el hombro con apretar el culo!

Finalmente, y como ya os tengo a todos/as  bien enseñados, os paso el papel de la lumineta y, para sorpresa mía, todo el mundo apunta correctamente los números por él/ella escogidos 

Bar Restaurante El Senglar (Guardiola de Berguedà)
C/ Comerç 38
Teléfono 93 822 73 46

Blog de GRManía:

Guardiola de Berguedà
Sábado, 22 de octubre de 2016.

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